Con Julián no entendíamos nada. Ese día teníamos un viaje a Buenos Aires, a la financiera, a buscar plata… Apago la grabación. Busco los auriculares. Me fijo si están cargados. Bajo en el ascensor y salgo a la calle. Camino por las veredas de la avenida Callao. Es una noche húmeda, apenas brumosa. Hay muy poco tránsito. Recuerdo la expresión en la cara de Linari, cuando contaba lo confuso de la situación. Estaba parado junto al vidrio, mirando el parque. Se da vuelta. Nosotros no nos habíamos llevado ni un peso de la caja, dice; no había ni un peso. El gesto de perplejidad, de desconcierto. ¿Revivía el hecho, tal cual lo había vivido, con la misma incertidumbre, el mismo miedo de hacía tantos años? La mente hace esas cosas, tiende esas trampas. Si existe, como se especula en neurofisiología, el entrelazamiento cuántico en los procesos neuronales, es en estas situaciones donde se manifiesta. No recordar un momento del pasado, sino vivirlo, otra vez. Una jodida máquina del tiempo.
Me quedo esperando, en la esquina de Perón y la avenida, a que se ponga verde el semáforo. Camino en dirección a Rivadavia. Una chica delante mío. Lleva un perro diminuto, de la correa. La cara en la pantalla del teléfono. El ritmo marcado por los humores y las necesidades de la mascota. ¿Quién lleva a quién?, me pregunto. Vuelvo a poner la grabación.
La cara del Lenteja era la de alguien desesperado, cuenta Linari. Se llevaron toda la guita… nos dice. Con Julián no queríamos ni mirarnos. Lorena volvió a llorar, ahora de manera desconsolada. Julián la abrazaba. Unos minutos después estábamos en el auto, rumbo al centro. No podíamos creer lo que pasaba. Especulábamos las cosas más disparatadas. Un comerciante de Pilar, de los que venían todo el tiempo a cambiar cheques. Hay muchos que conocen los movimientos, decía yo. Marito Pequisa por ejemplo… viene todas las semanas, el Lenteja lo hace pasar hasta el cuartito, es como de la casa… No creo, decía Julián. Se aferraba a la bocina. A la altura de la ruta 197 el tránsito se estancaba, pasaba siempre. Tendría que tener una llave, seguía; cómo carajos abrieron la caja…
Detengo la grabación. Estoy llegando a la calle Mitre. Hay una mujer vendiendo biromes, curitas, pañuelos de papel. Está de pie, muda, con una caja en las manos, en la puerta de un banco. Pienso en Linari, en su recuerdo apasionado. Vuelvo al audio. Trato de sacarlo de allí, de volver a los libros. Es, en definitiva, por lo que estoy allí, cada semana. Qué está leyendo, le pregunto y señalo un libro, que hay encima del escritorio. Es La montaña mágica, de Thomas Mann. Él se da vuelta, también lo mira. Lo de siempre, dice y deja el ventanal, para volver a su lugar en el escritorio. Se gira en círculos, a lo largo de la vida, por los mismos libros, los mismos autores… los trágicos, Dante, León Tolstoi… está todo ahí, lo demás es dispersión… qué se yo. Es pretencioso e irresponsable al mismo tiempo, pero no he podido salir de allí, es una forma de la pereza, si quiere verlo de esa manera. Escuche esto, me dice y se pone los anteojos. Me lee un fragmento de uno de los debates, en el libro de Mann, entre el humanista y el teólogo: El hombre es dueño de las contradicciones, éstas existen gracias a él y, por consiguiente, es más noble que ellas. Más noble que la muerte, demasiado noble para ella: he ahí la libertad de su mente. Más noble que la vida, demasiado noble para ella: he ahí la piedad de su corazón. Cierra el libro. Cómo se sale de ahí, me dice, cómo leer otra cosa después de esto… hace un gesto, con la mano; se saca los anteojos. No me haga caso, dice. Se queda en silencio.
Llego a la esquina de Mitre y la avenida. Me meto en la pizzería La Americana. El mozo ya me conoce. No saluda. Pasa el trapo a la mesa y dice: dos de muza, pingüino chico de tinto y sifón de soda. Me mira. Exacto, le digo. Se ríe. Se vuelve a la barra. Pongo la grabación; la última parte de la entrevista.
Más tarde, cuenta Linari, cuando volvíamos en el auto, con la plata de ese viaje, Julián me mira y me dice, ya sé… ¿cómo empezó todo, te acordás?, vos estabas ahí sentado, igual que ahora, con el sobre y los fajos de guita adentro… ¿qué te dije yo en ese momento? Yo lo miraba. Que había que afanarse la guita, le digo. No, me dice Julián; dije: y si nos robamos Claudito… o sea que nos robemos nosotros mismos, eso es lo que te dije y eso es lo que pasó; ellos se afanaron, Matildo y el Lenteja, está clarísimo, se afanaron ellos mismos.
¿Y, fue eso lo que pasó?, le pregunto. Linari me mira. Está sentado detrás del escritorio. Espere, me dice.
Capítulo 1
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Capítulo 2
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Capítulo 3
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Capítulo 4
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Capítulo 5
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