Tren lleno, gente de vuelta del yugo con celular en mano mirando alguna gilada para que el viaje se haga más llevadero. Vendedores ambulantes liquidando lo último de la caja. Agotamiento que atraviesa la noche recién caída, la mañana volverá a pedir el mismo esfuerzo a cambio de menos aun. Todos queremos llegar a casa, la piba que escribe con sus dedos veloces y el flaco de buzo azul que tiene el privilegio de viajar sentado y abraza el bolso con sus ojos entrecerrados. La locomotora despega de San Miguel, yo me hago lugar sobre las compuertas cerradas, un pibe con nariz de boxeador y baja estatura atropella a la gente aglutinada y con prepotencia deja un bolso sobre mis pies, casi que me los rebolea. Lo miro sorprendido y noto que su mandíbula era como una de esas viejas Olivetti que iban y venían arrojando letras. Estaba íntegramente vestido con ropa de Boca Juniors… “¿Ganamos mañana, mostro?” le pregunto. Fue como si alguien hubiese levantado un interruptor para iluminarle la mirada y un resorte le dibujara una especie de mueca, algo parecido a una sonrisa. “¡Olvidate que ganamo’, padre!” me respondió y acomodó el bolso entre sus piernas. Entonces allí comenzó su monólogo, iba a la cancha siempre y le importaba un carajo defraudar a su “patrón” con tal de ir a ver a Boca con sus “nieris”. Me confesó que en ese momento estaba re loco, que se había pegado un raquetazo antes de subir al tren y hasta me mostró un blíster de Rivotra. “¡Es que me sale todo mal, loco! Ayer se me rompió la paleta del lavarropas y no la consigo”. Justo en ese momento me pisa otro pibe, que venía caminando en reversa junto a otros dos más, mirando obnubilados a un señor que les decía “Esto es para que aprendan que ser necesarios no significa ser indispensables” “¡Amén! ¡Gloria a Dios!” contestaban a coro los tres que velaban por cada gesto o palabra que decía el hombre. El bostero, al darse cuenta que mi atención se dispersaba, me pegó un revés en el brazo y me mostró un certificado de discapacidad, que con eso entraba a la cancha gratis y Boca era su vida y que no le importaba más nada y comenzó a levantar la voz como para acentuar más su fanatismo y el señor, del otro lado, también alzó su voz para decirles a sus tres seguidores que en la próxima estación estaba ubicado el templo adonde iban. “¡Gloria a Dios! ¡Alabado sea el Señor!” respondían a coro y también voz alta. Pero el de ñata de pugilista redobló la apuesta, el tipo quería toda la atención, y comenzó a desvestirse y enseñarme sus tatuajes de Boca y el Gauchito Gil y San La Muerte, a lo que el hombre retrucó con firmeza “’No tendrás otros dioses delante de mí’, dijo el Señor” “¡Amén! ¡Gloria a Dios!” volvió a repetir el tridente. Se abrían las compuertas en José C. Paz y mientras bajaba, el hincha xeneize me miró fijo y gritó “¡Que se vayan a la mierda todos, Boca y nada más!”.