por D.S.
El Memorial, como la mayoría de los cementerios parque privados, se parece muy poco a la imagen tradicional de un camposanto.
Al otro lado de la entrada de estilo colonial que se ve desde la Panamericana, se extiende una pradera verde, surcada por caminos serpenteantes que rematan en rotondas con fuentes de agua. Algunos bancos ubicados debajo de robles de hojas que el otoño tiñó de rojo completan la escenografía de un parque que invita más al paseo dominguero que al dolor.
Solo al mirar el suelo, entre el verde del raigrás cuidado por un ejército de jardineros, se ven las placas de mármol que recuerdan que lo que se está pisando es un cementerio.
No hay lápidas, monumentos, ni caminos entre las tumbas, distribuidas en filas sobre el terreno que divide en sectores de unos mil metros cuadrados cada uno, identificados con letras y números. El T1, de forma triangular, está cerca del límite del cementerio con la calle Chile, en uno de los laterales más alejados de la entrada. Por separado, dos trabajadores del cementerio le confirmaron a El Diario que allí fueron inhumados los restos del dictador Jorge Rafael Videla.
No hay todavía placa de mármol que lleve su nombre. Pero en ese sector hay dos sepulturas sin identificación, de excavación reciente. Ayer, la superficie de ambas estaba hundida como resultado de la lluvia de la mañana y una estaba completamente anegada. No había flores ni deudos. Solo la presencia ominosa de un secreto que acababa de romperse: el que designó a Pilar como el último descanso del mayor criminal de la historia Argentina.