Ocurrió en el siglo I d.C., cuando María todavía vivía. La venida de la Virgen ocurrió en Zaragoza, España. Allí, el apóstol Santiago erigió el primer templo mariano del mundo.
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SUSCRIBITEOcurrió en el siglo I d.C., cuando María todavía vivía. La venida de la Virgen ocurrió en Zaragoza, España. Allí, el apóstol Santiago erigió el primer templo mariano del mundo.
La venida de la Virgen María “en carne mortal”, como señala la tradición católica, se basa en un hecho anterior: la llegada del apóstol Santiago a Zaragoza, España, en misión evangelizadora.
Historiadores y teólogos, discípulos y seguidores del apóstol hablaron de la presencia de Santiago en tierras españolas, tanto es así que hoy se sostiene que su cuerpo se encuentra yaciente en el sepulcro zaragozano, un mausoleo al que conducen todos los caminos de Europa.
El apóstol pasó, en el siglo I de nuestra era, por Asturias y Galicia, donde convirtió algunos a la fe, para luego llegar a Castilla, llamada España La Mayor, y finalmente a Aragón, región denominada Celtiberia.
Allí, en Zaragoza, Santiago convirtió a ocho hombres a la fe católica, con quienes comunicaba, en sus salidas nocturnas a la orilla del río Ebro, la buena noticia que le había comunicado Jesús en persona.
Después de unos días, una medianoche, Santiago se encontraba orando con sus discípulos, cuando oyó voces de ángeles que cantaban a la Virgen. El apóstol, postrándose en tierra, vio a la Virgen María, madre de Jesucristo, entre dos coros de ángeles, sobre un pilar de piedra de mármol.
Y luego de los cánticos, la misma María lo llamó dulcemente: “He aquí el lugar, hijo mío, el lugar señalado para mi honra en el cual, por tu industria, será edificada una iglesia en mi memoria. Mira este pilar, donde estoy sentada, porque mi Hijo y Maestro lo ha enviado del cielo por medio de los ángeles, cerca del cual asentarás el altar de la capilla, en el cual, por mis ruegos y reverencia, obrará señaladas maravillas el poder del Altísimo, y este pilar estará en este lugar hasta el fin del mundo”.
Presencia
Esta fue su primera aparición a sus hijos amados, aunque luego estas apariciones se repetirán hasta nuestros días. Ante esta presencia de María, el apóstol Santiago se alegró mucho y dio gracias al Señor Jesucristo y a su bendita Madre por tanta merced. Entonces, la compañía de ángeles tomó a la Virgen María y la llevó a Jerusalén.
Lleno de gozo, Santiago comenzó, con ayuda de sus discípulos, a construir, con sus propias manos, la capilla en la que se colocó, en la parte elevada, hacia el lado del Ebro, el altar con el pilar. Pero como el pilar fue traído, según las palabras de María, por los ángeles, se dice que éstos fueron en realidad quienes colocaron la base de la construcción: ése era el sitio elegido.
Una vez finalizado el templo, el apóstol ordenó a uno de sus convertidos y consagró la capilla. Luego, dejó allí a sus discípulos y volvió a Jerusalén.
Esta fue la primera iglesia del mundo dedicada a honrar a la Virgen María, de acuerdo con los relatos de la tradición, y fue fecunda como fuente de evangelización.
El gran milagro
La Virgen del Pilar obró numerosos y maravillosos milagros. Pero el mayor fue, sin dudas, la restitución de una pierna amputada, sin vida y enterrada, del joven Miguel Pellicer, vecino de Calanda, Aragón, después de dos años y medio de haber sufrido un accidente.
Pellicer era natural de ese pueblo, en la Provincia de Teruel, e hijo de Miguel Pellicer y María Blasco, personas de poca fortuna.
Un día de 1637, el joven salió hacia Castellón para trabajar con su tío, Jaime Blasco, labrador. Pero una mañana, conduciendo un carro chirrión (carro de bueyes), Miguel cayó, y una de las ruedas le pasó por encima, lo que le produjo una profunda herida en una de sus piernas.
Ya en el hospital Nuestra Señora de Gracia, en Zaragoza, se le amputó y se le colocó otra de palo. En muletas, volvió a Calanda, pidiendo limosna por los caminos. Para no ser una carga para su familia, se dedicó a mendigar, y volvió a la ciudad de Zaragoza.
Un lugar estratégico para pedir limosnas era la puerta del templo de Nuestra Señora del Pilar, y allí se colocaba diariamente. Además, siempre acostumbraba a entrar en la capilla y untarse el muñón vendado con aceite de las lámparas que colgaban de las columnas.
Así, todos los días, hasta que se decidió a volver con sus padres, y lo hizo montado en algún burro que por caridad de vez en cuando le dejaban utilizar.
En la noche del 29 de marzo de 1640, más cansado que otros días por haber colaborado mucho con su familia, después de cenar se acostó con fuertes dolores en la pierna amputada.
Cuando sus padres cruzaron por la habitación de Miguel, prorrumpieron en exclamaciones: a través del ropaje de la cama asoman dos pies. Incluso los vecinos llegaron hasta la casa de la familia Pellicer y constataron, asombrados, lo que había ocurrido.
El joven, al despertar, sólo pudo dar una explicación: cuando se acostó, soñó que estaba en el templo de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, ungiéndose la pierna cortada con el aceite de las lámparas. “Tengo por seguro que la Virgen me ha traído esta pierna”, dijo Miguel.
El arzobispo de Zaragoza, don Pedro Apaolaza, tomó cartas en el asunto e inició los estudios, del cual participó el licenciado Estanga, quien había amputado la pierna del muchacho. Se examinó el jardín del hospital, donde estaba enterrada la pierna; pero ésta no apareció. Además, un rasguño que el joven se había hecho en su extremidad antes de la amputación seguía allí: era el milagro de la resurrección de la carne.