Literatura

Una nueva patria

Sobre “Cuando florezcan los agapantos”, de Jimena Néspolo. Editorial Bata Libros.

8 de noviembre de 2025 - 12:08

A través de la insistente lectura de unos cuadernos, que atesora desde su visita a la Argentina hace ya varios años, Manuel, un historiador español, intenta dotar de entendimiento y de sentido a los personajes y las circunstancias con los que su lectura y su experiencia se fueron encontrando.

Leonarda es una joven inmigrante polaca. Escribe, a lo largo de algunas décadas del siglo pasado (desde mediados de los años cincuenta hasta mediados de los setenta), en tres cuadernos en los que irá registrando su vida y también la de su hermano Casimiro, en el pueblo de Lobos, provincia de Buenos Aires. Casimiro es un cura que adhiere a la Teología de la Liberación, y oficia en una parroquia del pueblo.

En los cuadernos aparece una precisa reconstrucción de la atmósfera de un lugar que, en este caso, no solo es habitado, sino que es además descubierto. Una mirada extranjera del propio suelo que se habita. Con ello consigue una perspectiva lúcida y despojada sobre algunos tramos de la historia reciente del país. Asistimos a una carnal semblanza del modo en cómo se desteje el tramado social argentino promediando la década del setenta, que dará comienzo a la dictadura militar.

Los textos atraviesan cuestiones medulares del país, de su conformación fragmentada. Abiertas heridas de desgarramientos sociales, de atroces calamidades que en la posguerra del viejo continente no conseguían cerrarse ni mucho menos, tienen su continuación desgraciada en estas pampas, que ofrecen sus matices, sus elementos autóctonos. Leonarda narra el momento en que, recién llegada al país, promediando el siglo veinte, es invitada por una amiga a una velada en casa de unos alemanes. Allí nadie disimula su pretendida superioridad y desprecio frente a la joven polaca que tienen enfrente, “Hablaban de mí, entre ellos entre ellos y con Marcia, como si yo fuera ganado: que la palidez de mi rostro, el castaño de mis cabellos, que la moldura de mi cuerpo o el azul de mis ojos…” En la medida en que la velada avanza, y Leonarda empieza a observar con detenimiento el interior de la casa donde se encuentra, el horror se hace presente, “Detrás del cristal, revestido de la normalidad que otorga un fino marco y una pared al parecer decente, estaba esa piel humana delicadamente tatuada con flores azules y carmesíes. Era una piel, un cuero de mujer, con seguridad. Entonces observé lo demás, lo que antes había visto sin ver: el retrato de Hitler sobre el piano de cola que una mujer despreocupada tocaba”.

La prosa es seca, precisa, pero acompañada, en algunos tramos, de un ajustado lirismo que asegura un discurrir placentero del relato, “Contemplo la tarde situada en el preciso umbral que separa mi cuerpo del mundo y no percibo de ese insondable límite más que el tímido silbido de los pájaros, el zumbido de un insecto, la fragancia de las flores que trasvasan las delgadas paredes de mi cuarto solo para recordarme la desmesura de la vida.”

El historiador, en unos breves excursos que dan marco a este universo de Leonarda plasmado en sus cuadernos, aborda, entre otras, algunas cuestiones personales como la desaparición de su abuelo a manos del franquismo, o como los motivos de la derrota de la República española, su entramado de anónimos heroísmos y traiciones, su revolución fallida.

Los cuadernos aparecen presentados en contra del tiempo. En la medida en que se avanza en la lectura, se retrocede en los años. Asistimos al momento en que Leonarda comienza a cuestionarse los modos y el porqué de la escritura en una lengua que ni siquiera es la de ella “¿Qué estoy haciendo entre estas palabras que ni siquiera, que tampoco son las mías?” Lee libros, de manera voraz, y escribe. Surge la idea del Quijote. La noción de que toda escritura nace de la lectura. Se lee y, para conservar la cordura, y no tener que volcarse a los caminos en escuálidos rocines, y arremeter contra gigantes imaginarios, se escribe.

Aparecen nombres de autores como Bruno Shulz, como Gombrowicz, su relación con la literatura argentina.

En otro de los excursos, donde Manuel proporciona un contexto histórico y político a lo que aparece escrito en los cuadernos, emerge la historia de Norberto, de sus padres y abuelos. Allí se puede vislumbrar una respuesta a la pregunta de qué es el peronismo. Intelectuales, sociólogos, historiadores, ensayistas han saturado materiales de estudio con sus propuestas para descifrar este enigma social argentino; pero una posible respuesta aparece aquí, en las apropiaciones personales que cada uno ha hecho y en la manera en que lo ha incorporado como un sentimiento con el que convive, “Norberto se inventó una religión a su medida en la que Perón era el Dios Padre y Eva, la Madre piadosa, más que de los descamisados, de él mismo.”

En los últimos textos, una Leonarda joven exhibe cómo va perdiendo su antigua lengua, la polaca, y adquiriendo una nueva. Son sus primeros momentos en la Argentina y la escritura se hace dificultosa, intrincada, los vocablos avanzan a los tropiezos. En el interior de esa trama, donde se anuda y se desanuda ese tejido lingüístico, emerge plasmado en el papel el horror de un abuso, lo absurdo de la muerte.

Con los años, lo único que le queda de su patria es el latín de las misas. Solo en él encuentra su antigua infancia. El resto es una lengua nueva. Una nueva patria.

Lo último que sabemos de Leonarda aparece en el comienzo. Su hermano la casa con Juan, un imprentero que publica material político para la organización armada Montoneros. Los persigue la Triple A. Se despide de su hermano. Para ese entonces ya domina su nueva lengua. Promete escribirle cuando florezcan los agapantos. Hay una relación lineal entre esa construcción del habla y la apropiación de un mundo. Sobrevuela la noción de que el dominio total de una lengua no es otra cosa que un acto político.

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