Literatura

Soy Mano: La pared

Por Víctor Koprivsek

19 de octubre de 2024 - 11:14

Esta es una historia ecléctica. Una historia con final abierto.

Hay una pared para restaurar y pintar. Tiene que quedar blanca inmaculada. Blanca leche.

Pero arrancaron mal su construcción desde los cimientos. Y antes de que quede blanca inmaculada hay que picar un poco, masillar otro tanto, lijar por allá, sellar por acá. Finalmente, antes de las dos o tres manos de pintura blanca, para que quede perfecta como su dueño quiere, tal vez haya que emparejar y pulir toda la superficie.

El trabajo llega a manos de Juan. Un detallista cuya palabra vale. Un conocido lo recomendó y por amistad hacia esa persona aceptó.

El dueño, una persona, digamos, exigente. Digamos.

Juan le pasó un valor razonable aunque el dueño pidió rebaja. Lloró un poco.

Hubo acuerdo y el trabajo comenzó. Después de la restauración, para la que Juan convocó a su equipo, la inmensa pared quedó lista para pintar.

Trabajo que el mismo Juan llevaría a cabo.

"Blanca inmaculada", tal fue la exigencia del dueño.

Hicieron falta tres manos de pintura y así quedó. Un lienzo perfecto, puro, de una blancura extrema.

Orgulloso por su trabajo, por el equipo, tranquilo de no haber fallado a quien lo recomendó, Juan llamó al dueño para mostrarle el trabajo terminado.

Tomó asiento frente a la pared inmaculada y, a una distancia adecuada, esperó a que llegara su cliente.

La pared estaba en el medio del living de la casa, una estructura central, imposible de no ver.

Las ventanas abiertas para que circule el aire y Juan esperando.

Escuchó la puerta que se abría y en el tiempo que el dueño tardó en llegar junto a Juan, una mosca, negra, se posó en una de las esquinas superiores de la blanca pura pared.

Cuando Juan le mostró orgulloso el trabajo terminado, el dueño vio la mosca.

Juan seguía sonriente mirando toda la pared y pensando en todo el trabajo hecho.

Volvió su rostro hacia el hombre, quien triste no podía sacar la mirada de ese punto negro, pequeño, de la esquina.

El dueño, con amargura e insolencia dio media vuelta y se alejó del lugar con un gesto de desprecio.

Esta historia me la contaron. Y me preguntaron si alguna vez me sentí identificado con Juan, o si me identifiqué en alguna situación con el dueño.

O, si acaso, en una de esas fui la mosca.

Para el final de este Soy Mano, dejo unos versos de Borges: "El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. El que prefiere que los otros tengan razón. Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo".

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