Algunos sectores políticos, y también culturales, parecen estar haciendo derivar sus disputas a ese lugar fangoso y oscuro en el que ya estuvimos encerrados, y de cuya experiencia el pueblo argentino pudo dar un trágico testimonio. La democracia vino a cerrar esa puerta.
Hay momentos históricos en que, el habitual antagonismo entre sectores progresistas y conservadores, que por lo general producen experiencias políticas que benefician o perjudican a sectores bien determinados de la sociedad (según para donde se incline el fiel de la balanza ideológica), deviene en situaciones violentas y hasta trágicas. En esta ocasión, y quizás alentado por la ausencia de horizontes venturosos, o al menos previsibles en la sociedad global, la deriva de esas disputas nos pone, otra vez, frente a ciertos posibles horrores a los que creíamos del todo superados.
Si bien este pueblo tuvo momentos desgraciados y trágicos, en el último período democrático, el más extenso de su historia, sus antagonismos parecían haber encontrado un marco en el que, en aras del bien común, ciertos debates ya aparecían saldados. Nunca más gobiernos militares ni militarizados; nunca más la resolución con violencia a conflictos sociales; nunca más las fuerzas armadas haciéndose cargo de la seguridad interior, etc., etc.
Al edificar su historia los pueblos construyen también su devenir. Con sus idas y venidas, la historia argentina se fue conformando con un muy heterogéneo conjunto de factores que forjaron una identidad sofisticada, enriquecida con la idiosincrasia de regiones muy dispares, con la inmigración de pobladores de países limítrofes, y también de otros continentes, confluyendo en ese diverso y complejo modo de ser argentino.
A diferencia de otros países de la región, en Argentina, algunas de las necesidades de su población fueron encontrando una respuesta y consiguieron convertirse en derechos: ante todo los derechos humanos, pero también derecho a un sistema de salud pública; derecho a una educación pública y gratuita, desde el nivel inicial al nivel terciario; así como un importante y complejo sistema de derechos civiles y laborales, entre muchos otros. Todo ello conseguido con luchas y resistencias por las que no muchos países transitaron. Pero también porque la cultura y la idiosincrasia de este pueblo conserva un cauce que la direcciona a experiencias que, con matices, propugnan ciertos modos de vida en comunidad, y a su vez repelen los “valores” de ese utilitarismo del que deviene aquello de sálvese quien pueda.
A través de su derrotero histórico, cada pueblo tiene sus costumbres. Aquí un caso extremo:
En su Excurso sobre el poder de las costumbres en el mundo, Heródoto cuenta que “Durante el reinado de Darío, este monarca convocó a los griegos que estaban en su corte y les preguntó que por cuánto dinero accederían a comerse los cadáveres de sus padres. Ellos respondieron que no lo harían a ningún precio. Acto seguido Darío convocó a los indios llamados Calatias, que devoran a sus progenitores, y les preguntó, en presencia de los griegos, (…) que por qué suma consentirían quemar en una hoguera los restos mortales de sus padres; ellos entonces se pusieron a vociferar, rogándole que no blasfemara”.
La referencia, como advertía, es extrema, pero ayuda a reflexionar, por ejemplo, en por qué Alberdi, en sus Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, texto, como es sabido, del que surgen los fundamentos de la Constitución Nacional, nos alerta sobre los peligros de intentar edificar un sistema de leyes y de normativas que vayan en contra de la cultura y de las costumbres de los pueblos, que había que amalgamar todo ese heterogéneo universo de idiosincrasias del que estaba conformada la Argentina, para diseñar un sistema cultural y jurídico que no produjera permanentes frustraciones.
Aunque a veces difusa, algo borrosa y contradictoria, tenemos una manera de ser, de convivir y de relacionarnos.
Optar, en estas elecciones, por ideas pre democráticas, que nos devuelvan a aquella oscura noche donde nos desconocimos, puede llegar a lastimar, de un modo profundo e irreparable, otra vez, nuestra convivencia.
El autor de este artículo se declara, para las elecciones de este 19 de noviembre, votante del candidato a Presidente por Unión por la Patria Sergio Massa.