El derecho a no tolerar

26 de septiembre de 2010 - 00:00

 

por Víctor Ejgiel

 

Pasó otro Día de la Primavera, otro festejo casi ideal, podemos decir que gracias a Dios y a otros organismos terrenales que organizaron desde la Municipalidad de nuestro querido Pilar, una jornada casi sin violencia, sólo en la desconcentración, quienes vivimos sobre la principal arteria de nuestra ciudad, corrimos un poco cuando alguna banda se enfrentó con otra a cascotazos que esquivamos como podíamos.

Sin embargo, en otros lugares cercanos se vio, producto de otros males de nuestra época como el alcohol y la droga,  un grado de violencia juvenil que ya no puede asombrar pero nunca va a dejar de preocuparnos, porque está cerca y sabemos que de moda, para llamarlo de alguna manera, el contagio es rápido.

Pero dónde está la raíz de este mal que viene creciendo y sumando adeptos listos para mover los puños, para patear y hasta para arrancar pelos, porque esto no es propio de los chicos, las chicas también se traen lo suyo. Podemos escuchar sicólogos, sociólogos, especialistas en juventud y cada uno opinará en base a una sociedad desecha, a una base familiar que prácticamente no existe y también, creo, a una imagen de sociedad irreal presentada por muchas ficciones, novelas y programas que juegan con una realidad y que los chicos “copian” en su mundo duro, inexistente y del que quieren escapar.

En ese mundo que muestra la “caja boba” se ven personajes que tienen un buen pasar y que cometen toda clase de delitos para llegar a lo que desean, aunque eso sea sólo el destino de un último capítulo. La venganza, la justicia por mano propia, la corrupción política y policial, son temas de todos los días en cualquier canal de cualquier tv, y todos sabemos que en cualquier casa puede faltar el pan, pero nunca falta la tele.

Los chicos, muchos cuyo mundo es una pesadilla, por el simple hecho de ser adolescente y justamente adolecer ese momento de sus vidas, creen encontrar en esa imagen una escapatoria real, y cuando no es la tele la guía, el mundo real también ayuda.

Cuando la justicia se cuestiona desde cualquier lado con distintos argumentos y tomando hasta en broma las decisiones de quienes son los máximos referentes de esa balanza que nunca va a estar en el medio para cualquiera que se esté pesando, la referencia de quien tiene la razón se pierde, entonces la única razón es la mía, y no me importa lo que diga el otro. Esto es intolerancia, la incapacidad de escuchar y razonar, de entender y perdonar, de reconocer y recomenzar. Y esto también es un espejo social. Si estamos sometidos a la misma ley, ¿Por qué no es igual para todos? Si la Corte Suprema de Justicia de la Nación ordena la restitución de un puesto laboral que un gobernador rebelde no acata, ¿Qué le queda a cualquier empleado de cualquier empresa? Si un cura al que se le han comprobado, porque así figura en la causa, abusos contra menores, sigue en libertad, caminando por las calles donde no caminan tantos otros acusados sin sentencia ni juicio, ¿Qué nos espera al resto de nosotros? Si un ladrón se ampara en sus fueros sindicales para no cumplir condena, ¿Qué clase de ser humano somos todos nosotros que no tenemos acceso a esos fueros?

Si el delincuente culpable de cualquier delito tiene la facultad en su celda para aprender lo que quiera y cualquiera de nuestros hijos tiene que viajar y conseguir lugar para hacerlo, la balanza seguirá torcida.

Hasta tanto no equilibremos la balanza de la justicia, levantemos esa venda para cubrir por completo sus ojos y quitemos los bolsillos de su túnica, pasando el rasero por la cabeza de todos, para definitivamente igualarnos ante la ley, el ejemplo será el peor que podamos dar como sociedad, y veremos a nuestros jóvenes cada vez menos tolerantes, tratando de imponer su propia ley, la que más le conviene.

Y el equilibrio necesita de todos, denunciando, mostrando e impidiendo que se oculte cualquier hecho oscuro, esto va a permitirnos mejorar la relación entre todos, porque es necesario volver a entender que todos somos iguales, ante la ley. n

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