por Víctor Ejgiel
por Víctor Ejgiel
Con las noticias llegadas desde General Villegas con el tema de la chica-joven-preadolescente, llámenlo como quieran, y tres adultos manteniendo sexo oral, tema que actualmente está en la justicia y que tal vez nunca hubiera llegado hasta allí si no fuera porque alguien quiso recordar el momento y además mostrarlo, pensé que es mucho más que necesario hacer un análisis en general pero que despierte el detalle en particular sobre varios temas que desprende esta situación.
Primero, la no tan virtual promiscuidad de nuestra juventud. En General Villegas se armó una marcha defendiendo a los adultos que mantenían esta relación con la menor, argumentando la promiscuidad y supuesta conocida “rapidez” de esta chiquita. No es un secreto que nuestra juventud, y no tanta, toman a las relaciones sexuales como parte de cualquier mínima relación, sea la edad que sea, es común escuchar esa frase de “amigo con derecho a roce”, donde el roce es una relación sexual y el amor no es necesario para llevarlo a cabo.
Donde “hacer el amor” desapareció para pasar a llamarlo con palabras más cortas que de amor no tienen nada. El miedo a perder al otro al decir que no, la aventura de lo desconocido, y fundamentalmente la falta de límites. Muchas familias hoy en día deben vivir en pequeñas viviendas donde no existe la separación de habitaciones y a veces la intimidad de la pareja, que en el mejor de los casos son los dos padres, queda al descubierto de pequeños ojitos que pueden parecer dormidos y no lo están.
Esos ojitos descubren una forma de experimentar felicidad que seguramente buscarán sin mucho reparo. Tal vez por mi edad, ya no recorro con frecuencia los boliches de la zona, pero llegan los comentarios de lo que parece ser una costumbre entre algunas jovencitas con respecto a la forma de conseguirse alguna cerveza para tomar más tarde y que tiene mucha similitud con lo del video del que hablamos. Pareciera que ya no asusta el SIDA del que nos explayamos hasta por los codos en los colegios, tampoco asustan las consecuencias más comunes como las del embarazo adolescente, siempre hay alguna abuela dispuesta, o, si hay plata, también habrá algún medico dispuesto, y si no hubiera ninguno de los dos, tampoco importa mucho. Alguien distribuyó entre la juventud “hay que disfrutar el momento”, pero nadie explicó las consecuencias. No obstante todo esto, son chicos.
Segundo, sea lo que sea la chica, es una menor y tiene derechos ganados sólo por serlo. Cualquier adulto que comete un delito contra una menor debe hacerse cargo ante la ley, nadie los obligó, supuestamente, a ninguno de los cuatro participantes del video, pero hay una diferencia, una de ellos es menor y su razonamiento en consecuencia es, o debería serlo, mucho más limitado. Punto, los adultos son culpables de abuso de menor, mínimamente.
Tercero, el video y el derecho a la privacidad. Es verdad que si no se hubiera conocido el video tal vez no existiría causa alguna, de hecho el fiscal actuó de oficio, sin denuncia. Cuando dos personas deciden filmar alguna situación en común deben saber que va a haber dos opiniones sobre la disposición de ese material, y puede que ambas no coincidan. Entonces ya no es sólo un tatuaje que nos puede unir en un momento y luego no encontrar la forma de hacerlo desaparecer, en todo caso ese tatuaje lo lleva uno mismo.
Con los nuevos medios de comunicación que impone la tecnología, la privacidad pasa a ser más que nunca un secreto del que sólo uno mismo debe cuidar y proteger. Entonces la privacidad pasa a ser nada más y nada menos que algo completamente “privado”.
Cuarto, la educación. Todo lo escrito arriba pasaría a ser una simple anécdota rebuscada de algún recóndito lugar del planeta si existiese una verdadera educación desde la propia casa, enseñando costumbres, modales, valores y límites. Sin una educación verdadera, donde todos colaboren desde el lugar que les toque, lo de General Villegas pasará a ser lo de Pilar, lo de Luján, lo de Escobar y vaya a saber de dónde más. Por favor, tomemos conciencia.