Cerró sus puertas un día como hoy, hace ya 30 años, pero su recuerdo sigue intacto en la memoria y el corazón de gran cantidad de pilarenses: el 15 de diciembre de 1994 dejó de funcionar la Fábrica Militar de Elementos Pirotécnicos de Pilar.
Durante medio siglo marcó la vida de gran cantidad de vecinos. En ella se elaboraban todo tipo de explosivos. Apogeo y caída de un lugar inolvidable.
Cerró sus puertas un día como hoy, hace ya 30 años, pero su recuerdo sigue intacto en la memoria y el corazón de gran cantidad de pilarenses: el 15 de diciembre de 1994 dejó de funcionar la Fábrica Militar de Elementos Pirotécnicos de Pilar.
Había sido inaugurada el 30 de abril de 1945 y con el tiempo se convirtió en una de las instituciones más emblemáticas de nuestra ciudad, por haber sido ambiente de trabajo o conscripción –y hasta hogar, en muchos casos- de centenares de vecinos.
Ubicado en los fondos del barrio Pellegrini, al terminar la calle Savio, el predio funcionó durante casi cinco décadas hasta su cierre. En la actualidad, del lugar solo quedan ruinas y escombros.
Por la índole de su producción, las instalaciones se dividían en tres grupos: mechas y cordón detonante; detonadores comunes y eléctricos; y explosivos iniciadores. Todo fue montado por la firma J. Meissner, originaria de Colonia, Alemania.
Granadas, bombas de estruendo, bombas de luces, bengalas de todo tipo, petardos ferroviarios y elementos lacrimógenos eran algunos de los productos que se elaboraban en la Fábrica Militar. Tenía, además, una central térmica con dos calderas, una usina eléctrica con motores diesel de 900kw de potencia y sus propios talleres de mantenimiento.
En casa
A lo largo de su medio siglo de existencia, la Fábrica Militar fue también hogar y lugar de trabajo para cientos de pilarenses de todas las edades.
Haciendo un repaso entre las familias cuyos integrantes trabajaron o directamente vivieron allí aparecen apellidos bien conocidos, como Gladario, Ambrosetti, Villarreal, Montenegro, Zanek, Escobar, Ipucha, Crespo, Liendo, Grella, Márquez y Pasamonti, entre muchos otros.
Para facilitar el traslado de iba y vuelta “al pueblo”, un colectivo estaba a disposición y realizaba el trayecto varias veces al día.
Además, el predio fue también sede del servicio militar obligatorio, por lo que cientos de jóvenes realizaron allí su conscripción.
Si bien la convivencia era fluida, los barrios estaban separados: en un sector, las casas de los militares; en otro, las de los civiles. Alrededor de una treintena de viviendas habían sido construidas y era común ver niños jugando en las calles internas, siempre alejados de la zona de maquinarias.
De luto
Un aspecto no siempre abordado –o abordado a medias- es el de aquellos vecinos (tanto militares como civiles) que perdieron la vida en las instalaciones de la Fábrica Militar.
En total, son 18 los nombres que integran ese listado trágico, que también es parte de la historia del lugar. Incluso, varios de ellos fueron homenajeados colocándose sus nombres a calles del distrito.
En 1994, Juan Raimundo Medrano presentó su investigación “Resumen histórico de la Fábrica Militar Pilar” en la III Jornada de Historia del Partido de Pilar, organizada por la Junta de Estudios Históricos.
En su trabajo, el autor señala que durante los primeros 15 años de funcionamiento de la Fábrica perecieron Amado Ferreira, Pedro Cabral, Basilio Musladini, Amílcar Lubo (los cuatro son recordados con nombres de calles del centro), Desiderio Chairo, Ortensio Leguizamo, Jorge Poszkus, Osvaldo Caballero, A. Pino, O. Lamela y Pedro Corvalán.
En 1972, una explosión dejó dos víctimas fatales, los conscriptos Julián Caracoche y Jorge García.
El informe antes mencionado nombra también a otros jóvenes que murieron mientras cumplían el servicio militar: Domingo Di Stéfano (1958), Miguel Ángel Molina (1970), Miguel Ángel Borchi y Jorge Lesta (1974), cerrando la nómina Daniel Alberto Ávalos (1978).
El final
En 1994, casi medio siglo después de su apertura, el gobierno de Carlos Menem privatizó Fabricaciones Militares, junto con las centrales nucleares (Atucha I y II y Embalse) y el polo petroquímico de Bahía Blanca.
En este contexto, la Fábrica Militar de Pilar fue vendida al grupo IAMP en dos millones de dólares aproximadamente. El pago nunca llegó a cancelarse.
A partir de ese momento se especuló en varias oportunidades sobre el futuro de un predio que era tan preciado por los vecinos. Desde un centro cívico hasta un country con laguna incluida (en momentos en los que se usaba como tosquera) fueron algunas de las ideas para recuperar el espacio. A 30 años de su cierre, lo cierto es que en la ex Fábrica Militar solo hay ruinas de lo que alguna vez fuera un sinónimo de trabajo y desarrollo.
Fuente
“Pilar, un libro de historias”, Sergio Abrate y Alejandro Lafourcade. Ed. El Bodegón, 2021.