Un lugar emblemático

Un viaje de regreso a Paddock, el pub del que nadie se olvidó

Funcionó durante casi 20 años, hasta su cierre en 1996. Su ambientación de madera era marca registrada. Bandas de rock y desfiles de modelos animaban las noches en un clima de amistad.

Por Redacción Pilar a Diario 5 de junio de 2022 - 08:42

Madera en casi todos los rincones, un hogar que volvía cálidas las noches de invierno, toneladas de maní, pero sobre todo mucha camaradería… A poco más de 25 años de su cierre, Paddock sigue siendo recordado por los pilarenses como si hubiese funcionado hasta ayer, con nostalgia, pero también con la certeza de saber que algo así ya no habrá.

Sin la longevidad de sitios como Cuernavaca, en alrededor de 20 años Paddock quedó marcado a fuego para un par de generaciones que aún lo extrañan. Desde fines de la década del ’70 hasta su cierre en 1996 albergó a un público que cada noche disfrutaba del encuentro mientras se llevaba a cabo algún espectáculo.

Rivadavia 523: mesas y sillas de algarrobo, pisos de ladrillo, un entrepiso de madera, cuadros en las paredes. La barra, el barril de maní, el espacio para las bandas y hasta el carnaval brasileño. Todo eso y más era el bar y pub, que funcionaba en un local de grandes dimensiones propiedad de la familia Cormery.

El dueño original fue Eliseo Barrionuevo, más conocido como Bocha, pero la lista fue extensa con el paso del tiempo. Así, algunos de sus propietarios fueron -entre otros- Chango Bandic, Tony Gerez, Miguel Ambrossi, Daniel Kathrein y Naomi Ybañez, hasta llegar a los últimos, Héctor Mendoza y Juan Ponce de León.

Desde adentro
“Trabajé como mozo desde 1986 hasta 1990, cuando entré el dueño era Tony”, recuerda Jorge Sayal a El Diario, afirmando que “estaba el jet-set de Pilar. Muchos tomaban el whisky más caro y hasta tenían sus lockers. Pedían una botella, se abría y después quedaba guardada en el casillero con sus nombres”.

El ambiente albergaba tanto a veinteañeros como a gente que ya había pasado los 50. Paddock podía ser una parada previa a los boliches de ese entonces (Mediterráneo, Sirrosis, luego Passport) o bien última estación para volver a casa, ya en las primeras horas de la mañana. “Para los que volvían de bailar, la especialidad era la hamburguesa completa -cuenta Sayal-. Se comían la hamburguesa y se iban a dormir”.

Mientras tanto, el piso acumulaba infinidad de cáscaras de maní, las que eran rigurosamente barridas luego de cada jornada…

Claudio Effleind también trabajó en Paddock en los ’80, primer como lavacopas y luego como mozo, llegando a ser el encargado del turno mañana, durante una breve experiencia del lugar en ese momento del día.

“Fue una época muy linda, con muy buena gente -asegura-. Cuando entré era muy joven, tenía menos de 20 años, todo era muy sano, había un ambiente de amigos. Valía la pena ir porque la pasabas bárbaro”. Por eso, comenta que “me dolió mucho cuando desapareció esa estructura”.

El hombre confiesa que “en un momento de la noche, cerca de la 1.30, nos dejaban irnos a algún boliche, pero después teníamos que volver y nos quedábamos hasta las 7 u 8”.

Si por algo se recuerda a Paddock, además de su fisonomía, es por su agenda de espectáculos, siempre muy cargada. Por allí pasaron infinidad de bandas, solistas y hasta humoristas como José Luis Gioia, Paolo el Rockero, Esteban Mellino y Jorge Corona.

El listado es extenso: JAF, Sergio Denis, César Banana Pueyrredón, Silvina Garré, Banda en Fuga, música brasileña, Clericó con Cola, Luis Luque y su banda de rock, entre muchos otros nombres… Cada semana había una propuesta diferente en el local de la calle Rivadavia.

“En un tiempo me dieron la posibilidad de traer a los artistas, además de organizar desfiles de modelos, sobre todo los domingos”, comenta Sayal. Muchos de los modelos eran vecinos y vecinas del pueblo que no le temían a la pasarela.

Eran noches inolvidables, en las que a veces, durante algún carnaval, terminaban hasta con una manguera mojando a los presentes, que lejos de enojarse disfrutaban del momento. Eso sí: antes de irse, no olvidaban escribir sus nombres en una enorme lámpara.

Pasó un cuarto de siglo desde el cierre, que significó la remodelación total del local para que allí se instale la Joyería Cormery. Sin embargo, los “duendes” que animaban la noche de Paddock sin más vivos que nunca, llenando de recuerdos a quienes cada noche asistían al lugar. 

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