Virgen de Luján

Los dos intentos de la Virgen de Luján por quedarse en Pilar

La historia cuenta que en dos oportunidades la imagen abandonó la estancia de Luján donde fue trasladada para volver a la hacienda de Zelaya donde decidió quedarse. El propio obispo y el gobernador del Río de la Plata tuvieron que encargarse de su traslado.

Por Redacción Pilar a Diario 6 de diciembre de 2021 - 11:44

Por una suma de decisiones que escaparon incluso a la propia voluntad de la Virgen, es el distrito de Luján y no Pilar la capital nacional de la fe cristiana.

En los planes originales, allá por 1630, la imagen de la Virgen de la Limpia Concepción proveniente de Brasil tenía como destino la hacienda de Sumampa (Santiago del Estero) del poderoso terrateniente Antonio Farías de Sáa. Pero ésta quiso quedarse en la hacienda de los Rosendo, en la actual Zelaya, luego de hacer noche en el lugar.

No hubo picanas ni rebenques que hicieran mover a los bueyes que trasladaban a María en su interior. Solo continuaron viaje una vez que la caja que la transportaba fue retirada de la carreta. El negro Manuel, un pequeño esclavo de 8 años oriundo de Cabo Verde que viajaba en uno de los carruajes fue designado para cuidarla. 

De inmediato, el curioso hecho fue llamado el "Milagro de la Virgen de Luján", dando origen a la advocación más popular de la Argentina. Hasta la hacienda de Zelaya, donde comenzó a ser venerada en una sencilla capilla de barro, la Virgen, ya rebautizada como Nuestra Señora de la Concepción del Río Luján, llegaban cientos de fieles para ofrecerle sus plegaria. Manuel, mientras tanto, se encargaba de que nunca dejaran de arder las velas que la iluminaban y hasta se cree que efectuaba milagros de sanación con el cebo de las candelas. 

Pero algo ocurrió en el años 1671, cuarenta años después de que ocurriera el milagro. Por entonces, una poderosa mujer oriunda del actual partido de Luján, doña Ana de Matos, una de las fieles más devotas de la Virgen que se veneraba en Zelaya, le ofreció al Padre Oramás, apoderado del dueño de la estancia que para esas alturas se encontraba fastidiado con la constante presencia de peregrinos en el lugar, llevarse la imagen para sus tierras, del otro lado del Río. 

El hombre aceptó la propuesta a cambio de 200 pesos. Así, la imagen de la Pura y Limpia Concepción fue trasladada, pero no así el esclavo Manuel que por orden del sacerdote, se quedó en las estancia de Los Rosendos. A partir de allí se sucedieron una serie de hechos de difícil explicación que solo pueden entenderse en el marco del milagro. 

Luego de pasar la primera noche en uno de los cuartos de la estancia de Doña Ana, a la mañana siguiente, cuando la mujer fue a visitar a la Virgen a su nueva estancia, se encontró con una habitación vacía. Decidida a averiguar qué había pasado, se dirigió a la hacienda de Zelaya para comprobar que de forma misteriosa María había vuelto al sitio donde había elegido quedarse. 

Tomándola en sus brazos, la volvió a llevar a su casa. No obstante, a la mañana siguiente la historia se había repetido: la Virgen había vuelto a las tierras de Los Rosendo. 

De inmediato, Ana de Matos viajó a Buenos Aires para informar lo ocurrido, situación que motivó que Fray Cristóbal de la Mancha y Velazco y el entonces gobernador del Río de la Plata, don José Martínez de Salazar, se presentaran en la estancia para comprobar lo ocurrido. Así se dispuso una procesión custodiada por peregrinos y soldados para trasladar una vez más a la Virgen a la propiedad de la mujer. 

La imagen fue colocada en un altar dentro de la vivienda y el Obispo celebró una misa. Aquella vez, a diferencia de las anteriores, Manuel acompañó a la Virgen que desde entonces, nunca más volvió a las tierras de los Rosendo. 

Destrabar la situación del esclavo no fue fácil. Si bien don Bernabé González Filiano -dueño de la estancia junto a su mujer Francisca Trigueros y Enciso, viuda de Tomás de Rosendo- había dispuesto que Manuel desde entonces respondiera a la imagen de la Limpia Concepción como su única ama, el padre Oramás lo reclamaba como su propiedad. 

Frente a esta situación y guiado por la voluntad de su antiguo dueño, Manuel se presentó en la Justicia que avaló su reclamo, entendiendo que su designación como esclavo de María primaba sobre la voluntad de quien deseaba hacerlo siervo de los hombres. De todas formas, Ana de Matos tuvo que pagar una suma de dinero para su liberación. 

La historia cuenta que fue él, quien envejeció al lado de la imagen y luego fue enterrada junto a ella en la actual Basílica de Luján, el encargado de quitarle los abrojos adheridos al manto azul y blanco, cada vez que la Virgen se escapaba para volver al lugar del que, quizás, nunca debió haber sido retirada. 

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