Trabajos 1x1: vidas que transcurren en apenas un metro cuadrado

Sus ocupaciones se desarrollan en espacios reducidos con aliados infaltables como la radio y el mate. Son observadores de lo cotidiano y lejos del imaginario popular, juran que no se aburren.

20 de junio de 2010 - 00:00

 

Ricardo, en su lugar de trabajo. Le gusta escuchar música del litoral.  

 

 

por Celeste Lafourcade

 

No se trata de ser pretenciosos, pero a primera vista cuesta imaginar de qué forma las horas pueden pasar con un ritmo aceptable en un espacio donde las comodidades se cuentan con los dedos de una mano. Sin embargo, quienes supieron amoldar sus necesidades a un espacio diminuto hablan de su territorio como una verdadera conquista.

Nada que compartir, nada que consensuar. No hay compañeros de trabajo molestos, ni gente que distrae. En ese minimalismo forzoso sólo hay lugar para lo indispensable. Y lo indispensable, en todos los casos, tiene forma de mate, termo, radio, cierto material de lectura, alguna mascota ocasional y no mucho más.

Testigos de privilegio de los movimientos de sus vecinos, alimentan sus ratos observando lo cotidiano. Charlas al paso, comentarios vagos y amigos ocasionales llenan esas horas que, juran, están muy lejos del tedio.


Centinela en el teléfono

Desde hace cinco años, un tercio de su día transcurre dentro de la garita de vigilancia ubicada en Pedro Lagrave y Chacabuco. A punto de cumplir 50 años, Ricardo Fleitas, desafía los lugares comunes y arranca la charla con El Diario asegurando que “la paso muy bien en mi trabajo”.

En su refugio la radio reproduce música de sus pagos, el litoral. El mate y una estufa pequeña completan el inventario. Ni diarios, ni revistas, ni crucigramas. El misionero mata las horas entre caminatas para espantar el sueño y chistes por radio con su compañero de la garita contigua, ubicada a 100 metros y afirma que “la noche no se hace tan larga, sobre todo los fines de semana que pasa mucha gente”.

Mientras agradece que los partidos del mundial de fútbol no se hayan superpuesto con su trabajo, cuenta que “la relación con la gente es buena, algunas personas se quedan charlando, ya nos conocemos”. Y haciendo un recuento de los personajes habituales de su mundo 1x1, identifica a “un señor que todas las noches saca a pasear al perro y para y se queda charlando, y también hay una señora que todos los días a las 4 de la mañana sale a correr”.

Hace un par de meses, un mensaje de texto equivocado le dio un matiz diferente a las noches de Ricardo. Como si se tratara de la trama de una novela de la década del 90, la voz de una mujer de San Isidro a la que no conoce lo acompaña a través de largas conversaciones durante sus horas de trabajo. “Fue encontrar una amistad en una persona sin conocernos para hablar de la vida”, destaca Ricardo con una sonrisa, mientras se prepara para tomar el turno y volver a su mundo imaginario, mucho más inmenso que el real. 

 

Irma y Bigote

Las fotos de las nenas sonrientes que la convirtieron en bisabuela tan joven son el único adorno de la casita de madera con ventanas, prolija pero austera, instalada en la plaza de la estación de trenes, donde Irma Marchesini pasa sus mañanas.

Los ramos de flores que esperan en el lugar para ser vendidos, hacen que no sea necesaria más decoración. No hay estufas, aunque ella garantiza que el frío es piadoso con el refugio de madera. Sólo existe una radio donde algún conductor de Radio 10 anuncia la temperatura: poco más de 10 grados y lo que quedó de un ejemplar del Diario Popular doblado en un rincón. 

Con 64 años y un largo rato de viudez, Irma advierte que “estoy acostumbrada a estar sola y me gusta más esto que estar con gente”. Simpática, termina cada frase con una carcajada, especialmente cuando cuenta que “tengo las chicas, que son todas de mi edad, que vienen a charlar y a contarme algunos chismes, pero cuando están mucho tiempo ya me molestan, me gusta hablar poco, lo necesario”.

Para Irma, gran parte del mínimo confort de su trabajo depende en gran medida de la generosidad de los vecinos. El baño lo provee la clínica San Marcos y el agua caliente, la remisería de enfrente, que también da una mano a la hora de advertir algún peligro.

La oreja de un perro negro y blanco asoma desde una caja de cartón con colchón incluido y dispara la última anécdota, la de Bigote, el cuzco que “me siguió desde las 5 esquinas un día y ahora es el guardián de acá”. La charla se da por concluida, no es cuestión de abusar de las pocas palabras de Irma.

 

El guardabarreras

“Estar solo acá es algo espectacular, trabajás tranquilo”, dispara Sergio Lencina, que no extraña para nada los años en los que era chofer de colectivos y tenía que lidiar con las personas y sus humores todos los días.

Desde hace dos años es guardabarreras de la estación Pilar del ferrocarril San Martín, y también es –según su propia definición- “patrón y empleado a la vez”.

Si hay que ser rigurosos, el sitio donde el hombre de 38 años pasa sus horas mide algo más de un metro cuadrado. Una serie de comodidades que él agradece al delegado gremial, como anafe, baño, dispenser de agua, una estufa y hasta un aire acondicionado, hacen más amigable la estadía. Sin embargo, nada hace prever -antes de su relato- que las horas transcurridas allí dentro puedan asemejarse al entretenimiento.

Pero Sergio garantiza que “uno se acostumbra a estar solo. Es lo que buscaba yo”. “Acá aunque no parezca el tiempo pasa rápido, y de noche más todavía”, insiste. Y entre los responsables de que las horas transcurran con velocidad aparece la radio clavada en una emisora local de cumbia y algo de lectura. “A veces traigo revistas, pero en general me entretengo con el reglamento de la empresa”.

Las comunicaciones por radio con sus compañeros de otros puestos también son útiles para amenizar los ratos que quedan entre cada señal y bajada de barrera. “Hacemos chistes medio light porque se escucha todo desde Pilar a Retiro”, señala Sergio con picardía y cuenta que los largos ratos de soledad son buenos para “pensar qué voy a hacer los días francos”.

Contento con su ocupación, el guardabarreras reconoce que “desde acá conocés a los vecinos, sabés los horarios, es como que uno vigila también que no pase nada”. “Lo único malo –reconoce- es cuando no se ve nada, en días de neblina hay que estar acá…”

 

 

 

Puesto de flores donde Irma pasa sus días. “Mejor sola…”, su lema.

 

 

 

Para Sergio, el guardabarreras,la soledad es algo que se busca. 

 

 

Seguí leyendo

Dejá tu comentario

Te Puede Interesar