José Ramón admite que hoy el sacerdote no cumple un rol social y se aleja con una deuda pendiente: la restauración de la parroquia.
“Ser duro tiene ventajas porque no te manejan, pero también te aleja un poco de la gente”, admite José Ramón de la Villa, el sacerdote que el próximo 28 de febrero se despedirá de la parroquia Nuestra Señora del Pilar, después de 30 años.
Frontal e intransigente, a lo largo de su trayectoria tomó decisiones polémicas que le valieron más de una confrontación pública. Sin embargo, en el balance también figuran los amigos ganados y el respeto de la gente. A 10 días de su retiro, asegura que le duele no entregar el templo totalmente restaurado.
Nació hace 81 años en el “único reducto de España que nunca fue dominado por nadie”, una referencia que invita a la asociación inmediata. El asturiano, que creció en una familia acomodada de siete hermanos y que llegó a la parroquia local un 4 de diciembre de 1979, espera con “tranquilidad y nostalgia” la fecha señalada para su retiro.
Este año fue aceptada la renuncia que había presentado a los 75 años, cumpliendo con lo que indica el código canónico. “Espero el momento con tranquilidad porque es una cosa reflexionada. Y por otra parte, cortar una relación que durante años se tuvo con un grupo de gente, siempre es algo que toca”, reconoce.
“Pero no estoy apenado –se apura en aclarar- estoy contento porque viene un sacerdote joven que va a poder moverse con la agilidad con la que yo me traté de mover durante estos años”, en referencia al padre Jorge Ritacco.
Con una mirada que ya es retrospectiva sobre su paso por Pilar, señala como un logro la expansión que tuvo la Iglesia en el distrito: “cuando llegué estaba sólo la parroquia de Derqui, el resto eran capillas, ahora hay parroquias en muchas localidades”.
Y a la hora de hablar de un legado a su sucesor, afirma: “que siga trabajando para atender el crecimiento de Pilar, que se vayan creando lugares para la contención espiritual de la gente”.
Testigo
Llegó a la Argentina para sumarse a una misión organizada para llegar a diferentes zonas del Gran Buenos Aires. Después de trabajar en La Lucila y San Fernando, fue convocado para hacerse cargo de la parroquia céntrica, en un Pilar con 90 mil habitantes.
“Al poco tiempo de estar acá me llamaron a la inauguración de un country y ahí me di cuenta de lo que iba a crecer Pilar”, asevera con un español cerrado que aún conserva, y menciona “el Parque Industrial, las dos universidades privadas y ahora la UBA”, como los hitos más importantes del desarrollo local.
“Son dos cosas que hacen al crecimiento del pueblo, el trabajo y la educación”, destaca, aunque no puede evitar el disgusto que le provoca la escasa conservación del patrimonio histórico: “es un proyecto que tendrían que haber tenido desde el comienzo, por ejemplo para hacer el Banco Provincia derribaron una casa antigua, el futuro no debe desvincularse del origen”.
En cuanto a la repercusión que tuvo el crecimiento de Pilar en lo que al vínculo entre los fieles y la Iglesia se refiere, si bien considera que “el pueblo tiene una religiosidad muy tradicional” y que “entre la gente nueva hay practicantes que se acercan”, admite que “antes el sacerdote tenía un rol socialmente reconocido como tal, y hoy como sacerdote no tiene ningún rol social”.
Duro
Con algo de humor, justifica la frialdad de su carácter en su ascendencia escocesa y austríaca, y sin abandonar el semblante tranquilo que lo acompaña en estos tiempos de cuenta regresiva, reflexiona: “me dicen que soy polémico, no sé si soy así. Me reconozco como alguien que es muy duro en sus opiniones, que no es fácil cambiarle la idea, y no me callo nada”.
Precisamente, este temperamento y algunas decisiones controversiales, como ordenar el cese de las excavaciones arqueológicas que se desarrollaban en el patio de la parroquia o colocar rejas en el templo por los reiterados saqueos, lo llevaron a discrepar con figuras públicas como el propio intendente Humberto Zúccaro.
“Por parte mía está bien la relación, yo no tengo problemas”, intenta convencer, aunque defiende su posición: “el cierre de la iglesia fue cuestionado por el intendente pero nadie piensa ni percibió lo que pasó acá”.
Pero, claro está, la cordialidad no es lo mismo que el elogio. En eso el destinatario es uno solo, al menos entre los jefes comunales: “el Pampa (Jorge Telmo Pérez), él fue el que más nos acompañó”.
Por aquel entonces, el Estado Nacional mediante la Ley 24.212 declaró Monumento Histórico Nacional a la parroquia Nuestra Señora del Pilar y programó una restauración que fue abandonada a poco de iniciarse. Más tarde, el ex presidente Néstor Kirchner prometió un subsidio de 1 millón de pesos para tal fin, dinero que nunca fue adjudicado.
Ahora los arreglos están sujetos a la buena voluntad de algunos vecinos, sin embargo, De la Villa no cree que la ayuda deba llegar de la Comuna: “yo creo que hay que pensarlo dos veces. Es un monumento histórico de todos los pilarenses, pero puede haber gente que se pregunte por qué el Municipio ayuda a la Iglesia”.
No sabe dónde lo encontrará el futuro. Puede que sea en Pilar, donde asegura haber ganado varios amigos. Mientras ultima los detalles de su retirada, se despide con una confesión: “a mi lo que más me duele es no haber terminado este templo y dejarlo totalmente restaurado”.
Jorge Ritacco, el sucesor
La posta que dejará el padre José Ramón de la Villa será tomada por el sacerdote Jorge Ritacco, que luego de 12 años de oficio religioso en Baradero regresará a Pilar, donde colaboró en la parroquia de Villa Rosa.
El sacerdote será presentado por el obispo Oscar Sarlinga el próximo domingo 28 de febrero en la misa de las 20.