Como parte de su desarrollo como artista visual, Carrie Bencardino hace 6 años que se dedica a tatuar como extensión de su arte.
A sus 24, en el 2018 comenzará a cursar el último año de la carrera de Artes Visuales, en la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Admiradora de la entidad educativa a la que concurre señala que “el título es para la pared, lo importante es el recorrido”.
Seducida por “el romance” de hacer una obra que perdure en el tiempo, dejó el lienzo por la piel. Para Carrie, que viene del dibujo y la pintura, fue sentir que cambiaba el soporte y los materiales.
En un comienzo se instruyó para aprender a maniobrar la máquina de tatuar, y fue en su propia pierna que grabó el primer dibujo en tinta en una piel humana. Después, las experiencias continuaron en el cuerpo de amigos y conocidos.
Hace un año, se mudó a la Ciudad de Buenos Aires y se equipó completamente, encarando el tatuaje como una salida laboral. Si bien al principio “tatuaba cualquier cosa”, hoy sólo hace cosas de su interés, orientado a ilustraciones feministas o de la comunidad no heteronormada.
“No me interesa marcar a cualquiera”, sintetiza Carrie, que argumenta que a sus ilustraciones les pone el corazón y que, si bien cobra por su trabajo, la persona tatuada está segura que se lleva una obra de arte.
“Para algo sin amor tengo mi otro laburo, con el que me pago el alquiler”, analiza la joven.