Cuando se prendió fuego la casa de la profe, todo el mundo salió a socorrer, los vecinos llegaban con baldes de agua, mangueras; las vecinas traían ollas, tapers, se desesperaban por ayudar, por dar una mano, por salvarle las cosas.
Por Víctor Koprivsek
Cuando se prendió fuego la casa de la profe, todo el mundo salió a socorrer, los vecinos llegaban con baldes de agua, mangueras; las vecinas traían ollas, tapers, se desesperaban por ayudar, por dar una mano, por salvarle las cosas.
Y después, cuando lo perdió todo, fueron los mismos vecinos los que armaron las colectas, hicieron rifas, recaudaron donaciones, consiguieron ropa para sus hijos, muebles para la casa, compraron los materiales y hasta don Cosme se puso al frente de la cuadrilla de voluntarios para levantar las paredes.
Así pasa en el barrio cuando llega la tragedia. Me tocó cubrir varias notas iguales y no sólo en Derqui. En Del Viso, hace poco, pasó algo similar: un problema eléctrico, una mala conexión y una familia que lo perdió todo. Y la gente, su barrio, se juntó rápidamente para ayudarlos a empezar de nuevo. La solidaridad de los comerciantes tampoco faltó, todos dieron una mano. Esto es real, cuando se prende fuego una casa, los primeros que salen a socorrer y ayudar son los vecinos.
La balanza de la vida equilibra su peso. Aun en circunstancias de gran apatía e indiferencia, de temor y mezquindad.
Quienes habitan una comunidad guardan un sentido de la justicia que emerge en situaciones atípicas. Cuando pasa algo desigual, injusto, arbitrario, surge desde nuestro centro mismo la naturaleza solidaria.
Y esos gestos de quienes se acercan, de quienes tienden una mano, de quienes socorren, ofrece una contención tan grande a la persona afectada que le permite salir adelante, seguir su camino, levantar la cabeza y permanecer de pie.
Es muy extraño el ser humano. En su laberinto hay de todo.
Enraizados unas con otros andamos rozándonos con las miradas y las sonrisas, las broncas y los apegos.
Pero la acción del entorno ante lo adverso, ese abrazo rápido que llega en las peores circunstancias, es capaz de salvarnos.
Lo cercano es un escudo. La familia, el barrio. La cuadra. Las amistades.
Este mundo hace rato que sería una fosa, una tumba sin poesía si no fuera por el amor.
Al final de este Soy Mano de febrero, dejo un destello que escuché por ahí:
La marea sigue a la Luna. El corazón del agua la acompaña con su vaivén azul a donde quiera que vaya. Y su sonrisa -tanto como su tristeza- jamás estará sola.