Literatura

Soy Mano: Dimensiones

Por Víctor Koprivsek

29 de junio de 2024 - 08:50

Te cuento una historia rápida, la del Ketchup, 12 años, gran jugador del equipo oficial de la canchita de Pérez, allá en el Derqui antiguo.

Sus dos yuntas bravas: el Flaco y el Tano. Uno en la defensa infranqueable; el otro arriba para el gol. El Ketchup al mediocampo distribuye y acompaña.

El arquero, la otra defensa o mediocampo puede variar según se completa el picadito, pero esos tres son inseparables.

Juntos para todos lados, meriendas, recorridas y hasta alguna que otra changa que sirva para la coquita.

Esto que te cuento es algo de otra dimensión, de otra galaxia. Un mundo paralelo sin celulares ni soledad ni fobias.

Rodilla embarrada, buzo con puñito, pelota de cuero con pico e inflador.

Bien podría ser en blanco y negro esta película, pero no. Las fotos van girando llenas de colores fuertes, estrepitosos diría. Con jeans Tavernitis de color blanco calzados en pibes con botas tejanas y camisas de Top Gun.

Todo así, pero en Derqui. Después de jugar al gallo y volver con los bolsillos llenos de bolitas -a llenar los frascos de colores-, salían bien peinados a dar la vuelta al perro.

Tres marineros albañiles, tres guapos de la humildad a punto de cumplir sus 13 años.

Del otro lado de la pared de cristal, en paralelo, la canchita de Pérez se convirtió en un taller de autos rápidos y furiosos, la vereda donde caía el gallito para partir de un solo tiro el bolón del contrario ya no es de tierra.

En un simple cruzar de puerta, la nueva dimensión desconocida se robó hasta el sueño y los lentos. De este lado del palacio de cristal hay pantallas azules en las manos de los pibes. Injertos con videos de 30 segundos que diagnostican pánicos y suicidios como bombas silenciosas y discretas.

La película sigue y hasta en algunos lugares se mezclan los universos, por ejemplo frente a la panadería Tía Chona. Sobre el único camino de entrada a Derqui hay un circo, sí, en este momento, una carpa gigante y azul que mezcla aserrín y cartel con letras led; ahí fue cuando los vi, a los tres amigos de entonces, impecables, con sus ropitas planchadas, sus peinados con Brancato, haciendo la fila mezclados entre niñitos con camperas inflables fucsias y blancas, y zapatillas Nikes gigantes.

En el recuadro del mundo fusionado, de las dimensiones mezcladas estaban ellos, tan de Wrangler y Topper, tan de risas y asombros.

Se encontraron sin alarmas programadas, pero puntuales. Se reconocieron sin selfies en redes ni datos biométricos. Era sólo saber que estaban, como siempre, uno junto al otro, los tres inseparables espalda con espalda, hombro con hombro, listos para una nueva aventura.

Seguí leyendo

Dejá tu comentario

Te Puede Interesar