por C. L.
Una vida tranquila, un perro y un caballo. Un matrimonio por amor, desencadenante de todos sus problemas. Traiciones, muerte y una persona que desde entonces, ya no será la misma. Dueño de una vida novelesca, el gaucho Juan Moreira es una fuente de leyendas e historias que lo convierten en un personaje casi mítico de la historia argentina. Y esa biografía que crece de la mano de la tradición oral también tiene un apartado para el Partido de Pilar.
Su fecha de nacimiento es imprecisa, así como tantos otros datos de su biografía. Se sabe que vino al mundo en el ex partido de Juan José de Flores (actual barrio porteño con el mismo nombre) y que creció en La Matanza. Que hasta los 30 años llevó una vida tranquila y respetable, pasaporte para su matrimonio con Vicenta y también, para una escalada de desgracias que terminó con su asesinato en 1874.
La historia habla de los celos del alcalde Don Francisco, enamorado de la misma mujer, y de una serie de traiciones que terminaron por hacer de Moreira un gaucho pendenciero que vivió escapando de la ley.
Pero antes de encontrar la muerte en Lobos, el protagonista de esta historia cayó preso varias veces. Y entre los escenarios que se cuenta que conoció tras las rejas, se encuentran los viejos calabozos que todavía se conservan en el patio trasero del Palacio Municipal de Pilar, pertenecientes a la ex comisaría de la calle Lorenzo López.
Consultado por esta versión un empleado con 30 años de carrera en el municipio, aseguró sin temor a equivocarse que “lo de Juan Moreira es cierto, estuvo detenido en el calabozo y después lo llevaron”. Y juró que “la gente de Pilar lo sabe, todo el mundo conoce esa historia”.
No existen registros constatables que avalen esta historia que suena desde el siglo XIX por los pasillos de la municipalidad, pero la certeza con la que circula de la mano del “boca a boca” ya le dio entidad de mito.
Si bien el palacio municipal terminó de construirse en 1895, no hay datos precisos sobre la fecha en la que comenzaron a funcionar los calabozos, aunque sí se sabe que son preexistentes a la nueva edificación.
El consultorio del médico laboral y un modesto kiosco ocupan hoy la estructura que todavía conserva parte de su arquitectura original. Dos altísimas puertas de hierro con enormes pasadores se encargan de recordar que allí funcionó una cárcel. Las mismas que alguna vez se cerraron ante los ojos de Juan Moreira