por Manuel Vázquez
En varias oportunidades -desde que comencé a recopilar los mitos, leyendas y pequeñas historias pilarenses- tuve que explicar la justa combinación entre realidad y fantasía que conforman el mito y gran parte de la literatura. También aclaré en no pocas ocasiones que los mitos y las leyendas forman parte de la historia de una comunidad, aunque no son ni pretenden constituirse en “La Historia” de la misma a la que, sin embargo, retratan. Por eso son aceptados como propios y transmitidos de generación en generación.
Algunos de estos relatos aparecen narrados de forma similar en el imaginario de varios pueblos. Tal es el caso de la “Viuda desconsolada”, una misteriosa mujer (a veces joven y veces vieja) que aparece llorando a gritos ante la tumba de su amado.
Conocía esta historia como acaecida hace más de cincuenta años en el cementerio de Capilla del Señor, pero también se la ubica a principios del siglo XX en el cementerio de Cañuelas y hace menos de una década en el de la ciudad de Dolores.
Mi sorpresa fue que dos personas, sin relación alguna entre ellas, me aseguraron que este hecho sucedió en el cementerio de Pilar. Una de ellas, digna a mi entender del mayor crédito, es una antigua profesora conocida y apreciada por muchos pilarenses y a la que, para facilitar el relato, le daré el nombre de Mercedes.
La docente me contó que la mañana del 26 de septiembre de 2002, cuando iba a poner flores en la tumba de su padre al cumplirse un nuevo aniversario de su fallecimiento, le llamó la atención una mujer joven, de luto riguroso, que lloraba desconsoladamente parada ante una sepultura reciente, marcada con una sencilla cruz de madera y, aparentemente, sin inscripción alguna.
Mercedes se compadeció de tanto dolor pero siguió acomodando sus claveles en las jardineras de la sepultura familiar cuando un grito seguido por desgarradores sollozos desviaron nuevamente su atención hacia la joven que, ya arrodillada sobre la tumba, trataba de escarbar con sus manos la tierra que la cubría.
La profesora se acercó para detener la casi sacrílega tarea pero fue inútil. Como si no la oyese, como si ni siquiera sintiese que la habían aferrado por los hombros, la muchacha proseguía mientras las lágrimas le bañaban el rostro verdaderamente hermoso y sus manos se cubrían de lastimaduras sangrantes que ella misma se producía al restregar los terrones.
De pronto, como si hubiese encontrado algo, se detuvo fijando la vista en la tierra removida. Mercedes aprovechó ese momento para tratar de incorporarla, pero la enlutada comenzó a doblarse sobre si misma con una risa convulsiva que la obligaba a sostenerse el vientre con las manos. Recién entonces la profesora notó que llevaba un embarazo bastante avanzado y dedujo que, posiblemente, la pobre lloraba la pérdida prematura del padre del hijo por venir.
-¡No me toque!- le gritó entonces la desconocida. –¡Váyase! ¡Póngale esas ridículas flores a sus muertos y váyase de una vez!-
Más preocupada que ofendida Mercedes terminó de acomodar sus rosas y se marchó pero, antes de abandonar el cementerio, decidió pasar por la administración para avisar que entre las tumbas había una muchacha que, aparentemente, necesitaba ayuda.
La empleada que la atendió, una antigua alumna suya, le preguntó si se trataba de una mujer rubia, vestida de negro, que lloraba a los gritos y no permitía que la consolasen. Ante la confirmación de la profesora, la empleada le aseguró que esa mujer no existía, que era sólo una visión y que no era la primera vez que decían haberla visto entre las sepulturas. Le contó también que jamás la habían encontrado cuando acudían a la tumba.
-¡No es una visión! ¡Yo hablé con ella, la toqué, me gritó barbaridades…!
-Sí, como a todos. Incluso algunos dicen que ha llegado a empujarlos. Pero le aseguro que esa mujer no existe, profesora.
Tal vez para saldar la deuda de un seis convertido en siete durante el último trimestre y para tranquilizarla, la empleada accedió a acompañarla hasta la tumba donde, como había anticipado, no encontraron a la desconsolada viuda. Cuando ya volvían hacia la entrada, Mercedes llamó la atención de su ex alumna sobre la tierra removida.
-Mirá. Allí estuvo cavando con sus manos. Fijate bien que en el resto de la sepultura la tierra está más asentada.
La empleada se sintió atraída por esto y, tras persignarse, se agachó a mirar con más atención y entre los terrones removidos descubrió un botón esférico de color negro.
-¡Es de ella!- casi gritó la profesora. – ¡Se lo arranqué sin querer cuando quise ayudarla para que se incorporase! ¡No es una visión! ¡Esa mujer existe!
Llevando el botón como prueba aparentemente irrefutable, las dos mujeres se dirigieron hacia la oficina para consultar en los registros quién había sido sepultado recientemente en esa parcela pero, para asombro de Mercedes y aún más de la empleada, el espacio que ocupaba esa tumba no aparecía en los libros.
-Es como si alguien lo hubiese omitido deliberadamente ya en el plano de 1932, y lo más curioso es que continuaron omitiéndolo cada vez que se trazaron nuevos planos o se realizaron relevamientos de las tumbas- me contó la empleada cuando la entrevisté hace unos meses en su casa del barrio La Pilarica.