Aunque algunos suponen que provenía de Inglaterra, es muy posible que haya nacido y vivido su primera juventud en Praga (Capital entonces de Checoslovaquia) y que desde allí se haya lanzado a recorrer varios países de Europa, tomando en Londres el apelativo de Gordon. Su apellido original parece haber sido Goldenberg que, traducido del alemán, significaría algo así como montaña dorada, o de oro.
Precisamente, casi un monte de oro fue la fortuna que Tibor Gordon logró amasar dedicándose a diversas y lucrativas actividades, fundamentalmente agropecuarias, aunque su fama no se debe a ello.
Llegó a la Argentina en la década de 1940. Algunos dicen que venía escapando de las persecuciones del nazismo por su posible ascendencia judía; si bien él se definía cristiano. Dueño de una contextura física asombrosa y una irreprochable disciplina en el entrenamiento atlético, comenzó a ganarse la vida en números circenses donde actuaba como “forzudo” doblando barras de hierro, soportando sobre su pecho el peso de automóviles y hasta impidiendo con su fuerza descomunal y astutamente empleada, el despegue simultáneo de dos aviones atados a cada uno de sus brazos. Sin embargo, la imagen que perdura de Tibor Gordon es posterior a todo ésto: es la del sanador que atendía a miles de personas en el complejo “Arco Iris” ubicado en la localidad de Manzone.
Allí, usando su inigualable carisma, dialogaba con sus fieles derivándolos a consultorios atendidos por médicos auténticos, asesorándolos jurídicamente por medio de sus abogados, o brindándoles ayuda económica si la necesitaban.
Siempre vigilado por los defensores académicos de la medicina tradicional – muchos de los cuales deseaban verlo entre rejas- Tibor marchaba por un peligroso filo entre lo legal y lo delictivo y varias veces debió sortear las trampas puestas por quienes, dicho en buen romance, buscaban hacerle pisar el palito.
Cuentan que una de estas trampas fue ideada por un médico pilarense que achacaba a la labor de Tibor la falta de pacientes en su propio consultorio. El facultativo en cuestión contrató a una actriz y, junto a otros colegas, certificó ante escribano público que la mujer se hallaba en perfecto estado de salud, sin que ningún mal aquejase sus bien torneadas piernas.
Cumplido este primer paso, la actriz, asistida por una falsa enfermera, descendió del tren en el apeadero Km 51 un viernes de mayo y se hizo conducir, en una de las famosas estancieras ad hoc, hasta el complejo Arco Iris. La idea era convencer a Tibor sobre su supuesta parálisis y luego fingir que se había curado gracias a los servicios del sanador. Cuando este divulgase la milagrosa curación, el ideólogo de la tramoya y sus amigos se presentarían ante la Justicia acusando a Tibor de haberse confabulado con la actriz, completamente sana, para engañar a los crédulos que masivamente peregrinaban hasta Manzone.
Cuentan que ya en el predio, en presencia de un centenar de personas, la falsa liciada fue recibida en su silla de ruedas por el mano santa quien, sin hacerle ni la más mínima pregunta, le cubrió la cabeza con su poncho multicolor, al que le adjudicaban poderes milagrosos. Cuando retiró la criolla prenda, la mujer, tal como se lo había indicado el médico, intentó parase para gritar que gracias a Tibor la fuerza había vuelto a sus piernas, pero cuál no sería su sorpresa al comprobar que éstas no le respondían y que le resultaba imposible ponerse de pie.
Desesperada, comenzó a llorar ante el curandero que, sin inmutarse, le preguntó qué le sucedía.
-¡No puedo caminar, señor! ¡No siento mis piernas!- explicó entre lágrimas.
- Hermanita - cuentan que le dijo Tibor acariciándole la cabeza - lo siento. No siempre puedo curar. Desgraciadamente tu caso es uno de ésos en los que he fallado.
Enloquecida, la mujer confesó la trampa en la que actuaba como señuelo y el sanador, sin sorprenderse ni disgustarse, sacó de un bolsillo la cantidad exacta de dinero que el médico le había prometido a la actriz por sus servicios y se la entregó mientras le ordenaba ponerse de pie, cosa que la mujer pudo hacer sin esfuerzo alguno.
Dicen que desde ese día, todos los viernes, la actriz acudía al predio de Arco Iris para prestar servicio voluntario a los enfermos que llegaban buscando remedio para sus males y que, una vez fallecido Tibor y hasta no hace mucho tiempo, aparecía cada viernes para cambiar las flores en la bóveda que contiene los restos del sanador en el cementerio de Pilar.