Mitos y leyendas: Una de enanos verdes o seres de otras galaxias

por Manuel Vázquez

3 de diciembre de 2011 - 00:00

 

 

Un vecino de Villa Buide fue quien me brindó la versión más completa sobre los denominados “enanitos verdes”, extraños seres que conmocionaron a Pilar y a la opinión pública en general durante la década del ochenta. El amable vecino, cuyo nombre me pidió omitir en el relato, también me mostró con orgullo una nota periodística, publicada por aquellos años en un matutino de alcance nacional, donde brindaba su opinión sobre el tema y salía fotografiado junto a su bicicleta.

“Le aseguro que yo no fui el único que salió hablando de esto en los diarios. A algunos les hicieron reportajes en la televisión y en la radio también. Mi hermana, sin ir más lejos, salió al aire por teléfono, con Magdalena Ruiz Guiñazú, contando lo que decían haber visto en la Villa Verde.

El que más le dio manija al tema fue un periodista de la televisión que era muy famoso entonces, José de Zer, que también se había ocupado de las apariciones de extraterrestres en el cerro Unitorco.

Aquí todo empezó cuando unos pibes que jugaban a la pelota en un potrero que había por la Antártida Argentina, cerca del la Ruta 25, dijeron haber visto a unos enanitos verdes que los estaban espiando y que se habían escondido cuando ellos los descubrieron.

Como los enanos habían aparecido al anochecer, al día siguiente, a esa misma hora, se empezó a juntar gente para ver si volvían.

Los pibes que los habían visto eran alumnos de la Escuela N° 4 y una de las maestras, al enterarse del asunto, les dijo que podían ser duendes y hasta les mostró un libro de cuentos donde aparecían esos seres petisitos, con orejas largas y una especie de bonete en la cabeza. Los chicos aseguraron que los que habían visto en la canchita eran iguales a los dibujos del libro, así que todos empezaron a decir que en Villa Verde se aparecían duendes.

Al principio, nadie dijo que eran de color verde, pero cuando vinieron de la televisión y escucharon a los vecinos decir “los duendes de la Verde”, se confundieron y los empezaron a llamar los duendes verdes o los enanitos verdes, porque enseguida empezó la discusión. Algunos los consideraban seres fantásticos que vivían bajo tierra. Otros, aseguraban que pertenecían a un clan de enanos que ocupaban un caserón abandonado cerca de Manzone. De todas maneras, estas opiniones terminaron cuando llegó José de Zer con su camarógrafo, un tal Chango, y afirmó que se trataba de seres extraterrestres.

Los padres de los pibes que habían visto las apariciones no querían saber nada de que los sacasen por la tele. Por eso, tuvieron que hacer las notas preguntándole a los vecinos, y cada uno les metió un bolazo distinto.

N… salió a decir que él los venía viendo hacía más de un año y que incluso había hablado con ellos; pero como al pobre le decían “Enero” por no tener ni un día fresco, nadie se creyó lo que contaba. La vieja Tagle, la que cura el empacho, también decía haberlos visto y comentó que les llevaba paquetes de cigarrillos porque ellos se lo habían pedido.

La cuestión es que todos los días, al anochecer, se juntaba gente en el baldío esperando la aparición de los enanitos verdes. Todos se ponían lejos de los árboles donde los pibes dijeron que los habían visto y hacían silencio para no espantarlos. De Zer también estaba con los equipos de la tele. A veces esperaban como dos o tres horas.

Un primo mío, el Beto, le vio las patas a la sota y se armó un puesto para vender choripán y cerveza al lado del baldío. Le juro que sacaba más guita allí que trabajando todo el día como peón de albañil.

Por ahí, cuando estaban todos silenciosos, alguno gritaba diciendo que había visto un movimiento entre los pastos o un reflejo verde y entonces todos empezaban a correr hacia los árboles por más que el de la tele gritase que los iban a espantar.

Habían pasado ya como diez días haciendo guardia y nadie podía afirmar que había visto realmente a uno de esos enanitos. Como siempre sucede, la curiosidad se fue perdiendo y a la gente dejó de llamarle la atención el tema. Fue entonces cuando de Zer fue a hablar con mi primo, el de los choripanes, y se pusieron de acuerdo para que ninguno de los dos dejase de hacer negocio. El periodista le trajo unos espejitos verdes, biselados, del tamaño de un dedo, y le indicó que los pusiese entre la corteza de los árboles, a unos sesenta centímetro del suelo. También colocaron una valla de soga para que nadie se acercase al lugar de las apariciones.

Esa noche, se reunieron los pocos que todavía confiaban en ver a los enanos. Esperaron que estuviese bien oscuro, y entonces el Chango iluminó los árboles con una linterna que lanzaba un haz de luz muy potente pero blanco y allí no más comenzaron a reflejarse los espejitos verdes, como si titilasen.

“¡Allí están!” gritaba de Zer mientras el Chango filmaba. “¡Por fin podemos ver los ojos verdes de los visitantes extraterrestres!” jadeaba. “¡Que nadie se acerque que puede ser peligroso! Todavía no sabemos si vienen en son de paz”.

La gente que había esa noche quedó como petrificada mirando “los ojos” de los enanitos y mi primo, como ya lo tenían acordado, fue el único que se acercó hasta los árboles, invitado por de Zer, para ver si los seres habían dejado algún mensaje antes de irse.

Como ya habían apagado la linterna, el Beto aprovechó para retirar los espejitos sin que nadie lo notase. También llevaba un frasco con ácido clorhídrico en el bolsillo y, en la oscuridad, roció un poco sobre el pasto. Después empezó a hacer señas para que se acercasen, y todos lo fueron haciendo detrás de de Zer que iba jadeando y hacía como que estaba asustado.

Los que sí quedaron impresionados y sin broma fueron los vecinos cuando vieron los yuyos quemados y el periodista les sugirió que eran las huellas dejadas por los pies ardientes de los enanos verdes. Le juro que después, cuando les ponían un micrófono delante y les preguntaban, los pobres juraban hasta por su madre que habían visto a los extraños seres extraterrestres con ojos brillantes y cuerpos incandescentes.

Lo cierto fue que el periodista logró captar la atención del público como quince o veinte días más (que en televisión es muchísimo tiempo para una noticia) y mi primo llegó a vender unos cuantos ganchos de chorizos a los que se aparecían todas las noches a esperar que los enanos verdes empezasen a guiñar los ojos entre el yuyal.”

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