La Blancanieves de los enanos de jardín

Desde su vivero, Ana de Lucía defiende a los enanos contra las voces que los ubican como objetos de temer y asegura que son amuletos de buena suerte. Junto a su marido, pinta, colecciona y comercializa gnomos.

7 de febrero de 2010 - 00:00

Ana junto a sus adorados enanos. Los precios van desde los 25 hasta los 100 pesos.

 

 

por Celeste Lafourcade

 

Tienen mala fama ganada a fuerza de leyendas, cuentos de fogón y una historia deformada a través de los años. Que su mirada intimida, que asustan, que son maléficos. Sin embargo, para mucha gente los enanos de jardín son un símbolo de buena suerte y protección, y la tendencia que lleva a revalorizar lo viejo los puso de nuevo como un objeto de moda en decoración. En Pilar, tienen una abogada defensora llamada Ana de Lucía, que en su vivero se encarga de cuidarlos con devoción y protegerlos de las malas lenguas.

Jura que muchos de los enanos que vendió le cambiaron la suerte a más de uno. No quiere dar nombres, pero dice que gente de “de la tele” se hizo famosa después de llevarse un ejemplar. En la casa de Ana María de Lucía se puede hablar de cualquier cosa, siempre que no sea criticar a los pequeños habitantes del jardín.

“Los enanos traen muy buena onda y adornan el parque”, asegura con una convicción que invita a encariñarse con la corte de muñecos de cemento que reciben a los visitantes ya desde la vereda.

En su vivero ubicado en la calle 11 de septiembre al 100, continúa explicando que “todos tienen un don y a mi me traen mucha suerte, además atraen a los chicos y donde hay chicos, hay ángeles”, y se apura para aclarar que están los que se encargan de velar por el dinero, por el trabajo y también por la seguridad.

“El que tiene una bolsa -aclara- es el de la abundancia y el de la pipa es el más viejo, el que cuida”, y reconoce que este último –por original- es uno de los que más le costaría desprenderse.

 

Enanos y algo más

Los hay de todos los colores y tamaños, desde minúsculos gnomos que pasarían casi inadvertidos en cualquier parque, hasta enanos negros de vestimentas coloridas que superan los 50 centímetros.

Pero no están solos, la industria de los adornos de jardín se fue diversificando con el tiempo y hoy compiten por un lugar entre las plantas con pinochos, sapos, elefantes y caballos. Y como no podía ser de otra manera, también está Blancanieves, incluso en versión rubia.

“Le cambiamos la vida a Pinocho, en vez de una manzana en la mano le pintamos una pelota y lo vestimos del cuadro que sea, aunque el que más se vende es de Boca”, apunta Ana con picardía, mientras confiesa algunos secretos: “el sapo también es de la suerte y el elefante con la trompa para adentro es para la plata”.

La historia indica que la moda de colocar este tipo de adornos en el parque se remonta hacia fines del siglo XIX, en Alemania, por ocurrencia de Phillipe Griebel, un fabricante de cerámica.

Con el paso de los años lograron convertirse en objetos de culto para muchos, tanto que en Francia hace dos décadas existe un Frente de Liberación de los Enanos de Jardín que los roba de los parques y los devuelve a los bosques.

No obstante, el valor simbólico y supersticioso de los enanos se ubica en la Edad Media, en Turquía. Se cree que estas figuras son réplicas de los pigmeos reclutados para trabajar en las minas, que vestían prendas coloridas para ser reconocidos en la oscuridad. 

Para ahuyentar posibles maleficios de estos seres que, se creía, vivían en contacto con criaturas del interior de la tierra, los patrones ordenaban confeccionar muñecos de tierra semejantes a sus empleados.

Ajena a todas las leyendas crueles que se tejen alrededor de ellos, para Ana el vínculo casi fraternal que hoy tiene con sus gnomos tiene un por qué mucho más grato.

“Todo empezó porque a mi hija le regalaron un Pinocho y le trajo mucha suerte”, comenta la mujer, para reconstruir la historia que la llevó a dedicarse hace seis años a la colección y la venta de los simpáticos muñequitos que, asegura, “se venden muchísimo”.

 

Guardianes “cool”

La tendencia de revalorizar y volver “cool” los objetos que hasta hace un tiempo podían permanecer olvidados en la casa de nuestros abuelos le dio nueva vida a los enanos de jardín.  

“Tenemos enanos que se han ido para Córdoba, Santa Fe y también viene mucha gente de country”, afirma. Y agrega que “hay gente que se lleva siete enanos y a Blancanieves, algunos les hacen casitas o se lleva la parejita para que no estén solos”.

Accesibles, las figuras de cemento pueden conseguirse por 25, 50 y 100 pesos, de acuerdo con el tamaño. 

Por si alguna duda queda sobre la bondad de estos personajes, Ana corona la charla con una afirmación categórica: “los que le tienen miedo a los enanos es porque tienen en la conciencia algo medio dudoso, están perseguidos. Cuando uno hizo algo malo parece que hasta ellos lo saben”.

Escondidos entre las plantas, con su gesto petrificado y desafiando las mala prensa, los enanos vuelven a la carga.

 

 

Con eso no se juega

La colección de objetos preciados de Ana no se limita a los enanos de jardín. En su casa, y desde hace 40 años, guarda cerca de 70 muñecas de diferentes tamaños, a las que viste y cuida con una dedicación admirable.

Mientras presenta a Juan Ramón y le acomoda el vestido a Gabriela –si, todos tienen nombre y están perfectamente identificados- cuenta que los muñecos pertenecieron a sus hijos y que ella misma se encargó de reparar las roturas que dejaron los años y los 12 nietos que jugaron con ellos.

 “Es lindo –explica- porque yo encuentro una muñeca tirada y la armo, tengo algunas grandes vestidas de Comunión y otras del tamaño de una uña”.

Consultada sobre dónde radica el placer por coleccionar este tipo de objetos, Ana resuelve el interrogante con simpleza: “me gustan las muñecas y también me gusta irme de vacaciones y si tuviera mascotas no podría hacerlo”. Aunque, anticipándose a las especulaciones, aclara entre risas: “no les hablo, eso sólo lo hago con los seres humanos”.

 

Dejá tu comentario

Te Puede Interesar