Recuerdo

El monstruo, el policía y la peluca rubia: la cacería que conmovió a Pilar

A fines de los ’80, una serie de ataques sexuales provocó que se montara un verdadero vecindario paralelo en la zona de la estación de trenes, con el objetivo de atrapar a un temido violador.

18 de enero de 2025 - 14:58

En el invierno de 1989 se cometieron en la ciudad de Pilar una cantidad de ataques sexuales que nunca pudo ser precisada con exactitud; hechos que movilizaron a prácticamente todos los policías del centro, quienes debieron montar un escenario ficticio en las calles para lograr detener a quien estaba aterrorizando a los vecinos de la zona.

“Más allá de la gravedad de los hechos, hay algunas situaciones que hoy pueden considerarse irrisorias”, expresaba a El Diario hace unos años T., uno de los expolicías que estuvo abocado a aquella investigación y que hoy la revive como si se remontara a aquellas épocas, en esos últimos meses del gobierno alfonsinista.

“En principio, estuvimos obligados a lograr la realización de denuncias -ya que es un delito de instancia privada- y así montar de inmediato una red de investigación muy particular”, comentaba el uniformado. Finalmente, las denuncias fueron alrededor de veinte, un número estremecedor.

La cantidad justificaba el temor de las mujeres pilarenses, quienes evitaban caminar solas en las zonas en las que se concentraban los ataques: la calle Pelagio Luna, las vías del ferrocarril San Martín y la ruta provincial 28, cerca de donde hoy se encuentra el Colegio Tratado del Pilar.

Camuflados

Sobre el plan estipulado por los investigadores, T. recordaba que “para lograr la detención del escurridizo individuo se instaló un servicio durante veinticinco noches en forma ininterrumpida, con personal policial de ambos sexos vestido de civil”, agregando que “trabajábamos en parejas, simulando ser circunstanciales visitantes, caminando, en bicicleta, en automóvil...”. Prácticamente un vecindario paralelo, ficticio, cuyo único objetivo era el de servir de anzuelo para el depravado.

Pero, contra todas las previsiones, el monstruo no cayó de inmediato y el clima comenzó también a jugar su propia partida: “La temporada invernal fue muy cruda, con lluvias, frío y niebla, así como el esfuerzo del personal (que cumplía las tareas fuera del horario del servicio). Todo eso provocó que los agentes se fueran enfermando, o bien ya no pudieran soportar ese prolongado esfuerzo”.

El violador serial seguía escurriéndose… Ante semejante panorama, el ex agente fue uno de los pocos que se mantuvo en pie: “Quedamos en el lugar solamente el médico de policía y yo, los cuales debíamos alternar vehículos y una ‘excelente’ peluca rubia, para no despertar sospechas con el autor de tan aberrantes hechos”.

Atrapado

Finalmente, luego de casi un mes de la puesta en escena se logró la detención del individuo, quien cayó sin oponer resistencia. El violador serial resultó ser un vecino de apariencia normal, con un comportamiento social “visible”, dedicado a su trabajo y a una numerosa familia. Alguien que jamás hubiese podido despertar sospechas…

Al momento de la detención estaba vestido con algunas prendas sustraídas en distintas violaciones y robos, lográndose secuestrar en un descampado una capucha de lana, una réplica de una pistola 11.25 y un cuchillo, entre otros elementos que utilizaba para aterrorizar a sus víctimas y a sus parejas (ya que actuaba aún cuando la mujer se encontraba acompañada).

“Con la réplica del arma, en el momento de ejecutar el hecho reproducía con la boca el clásico ruido de accionar el percutor”, recordó el investigador, memorioso.

Reunidas las veinte causas por violación y robo, se logró allanar el domicilio del sospechoso, secuestrándose valiosos elementos, que junto a su confesión en la sede penal hicieron inequívoca su responsabilidad. Así, se produjo su traslado a una unidad carcelaria y posteriormente una derivación al establecimiento de salud mental de Melchor Romero.

“Tratándose de hechos aberrantes, tanto el acto de las violaciones calificadas como el maltrato al que sometía a las parejas -que orillaba lo inhumano-, nos convocó la más profunda convicción de terminar con el flagelo del momento”, afirmaba T., quien no dudó en participar de lo que fue una de las cacerías más recordadas por los investigadores pilarenses en las últimas décadas.

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