Correo de Lectores
El folleto de Morón y las adicciones
Sr. Director:
Una adicción es siempre el resultado de un mal manejo de las emociones. Pongo un ejemplo sencillo: un hombre de 40 años, casado, con tres hijos, uno adolescente en la secundaria, otro en primaria, el otro en la universidad, que se encuentra agobiado con las cuentas, con las responsabilidades, que se siente incapaz de solucionar sus problemas… ¿Qué hace? Sencillamente, se crea una realidad paralela, un mundo virtual personal, una “matrix”, un tubo de escape. Y este “tubo de escape” lo logra a través del alcohol, el tabaco, las drogas o alguna otra sustancia o proceso, incluso con personas. El individuo es incapaz de manejar su vida y decide huir a través de una adicción.
Por eso, reitero, una adicción es siempre el resultado de un mal manejo de las emociones, un apego emocional a una sustancia (que puede ser legal o ilegal) a personas o a procesos.
El problema es que este apego siempre es destructivo. Afecta algún área del ser humano; por lo tanto, lo afecta totalmente. Se trata de una compulsión, una necesidad incontrolada de repetir cierta conducta de manera recurrente llevando a un individuo a consumir con el fin de producir algún efecto “positivo” de euforia o placer y así librarse de un estado de ánimo” negativo” de dolor, aburrimiento, estrés e, incluso, timidez.
Un adicto no es necesariamente un delincuente (aunque podría serlo) sino, por, sobre todo, es un ser humano con un pésimo y terrible manejo de las emociones y de la voluntad.
Trabajo en varias comunidades terapéuticas (en “Buscando el ser” de Pilar y en “Sé que puedo” de Luján) y en consultoría privada. Y los índices de recuperación fluctúan. No podemos manejar estadísticas. Es muy difícil la rehabilitación. Es un camino largo donde la fuerza de voluntad y la decisión de la persona por cambiar es fundamental. Y la pregunta del millón es: ¿Por qué los tratamientos ambulatorios o, inclusive, los de internación, en un alto porcentaje, fallan? La respuesta es simple: la adicción es un problema “social” no “individual”. Las políticas públicas sobre adicciones (cuando las hay) son ineficaces y muchas veces iatrogénicas, como lo que sucedió en Morón.
Un adicto es un sujeto con un fuerte “trastorno neuropsicológico”, quien decidió o tomó la decisión de estar así. Lo pudieron llevar las circunstancias de su vida, de su entorno, lo que fuese. Pero decir - sí o no - fue una decisión de la persona. Y esta condición afecta su cerebro inter?riendo en su funcionamiento normal. En otras palabras, el adicto ha comprometido su memoria, sus sistemas motivacionales y sus circuitos de recompensa.
Lo de Morón, por ejemplo, “preocupó” a muchos sectores. Pero el tema no es “preocuparse”, el tema es “ocuparse”. La intención fue buena. Se buscó “reducir daños”. Pero cuando uno reduce daños, el metamensaje es “no tengo más opciones”. El colectivo que impulsó esos mensajes no sabe o no puede, o se siente fracasado o sencillamente está desahuciado frente a esta endemia y entendió que “reducir los daños” u orientar en “cómo reducir los daños” sería una forma de prevenir más muertes.
Por eso no justifico ni adhiero a esa política de concientización - muy ingenua por cierto - pero, sí la entiendo. Fue un acto de “hacer algo”, de “alertar”, frente a tanta pasividad política, social, comunitaria, institucional, religiosa, etc. La intención fue, creo, buena. Pero no evaluaron las consecuencias que esas “buenas intenciones” generarían.
Mi experiencia de tantos años en adicciones y en el campo mismo de la problemática, no detrás de un escritorio, la solución rápida y de folleto no existe. Y si existe -como sería en el caso de Morón- genera más confusión que transparencia ya que cada persona que leyó ese texto pudo entenderlo de diferentes formas. Muchos adictos pensarán que la sociedad renunció a buscar una solución al problema y avala y apoya la necesidad de consumir o, si fue adicto, y había cesado o moderado su compulsión adictiva, recaer, ya que siempre queda en el cerebro el camino sináptico que se elaboró con la adicción. Lamentablemente.
Julio Cavalli / juliocavalli@gmail.com