por Víctor Hugo Koprivsek
Nada de lo que se diga es demasiado. Él fue más, mucho más aun que el rumor que anda rondando por las calles y las sobremesas. Esa nostalgia que no se va.
El doctor Fulco, el “Gordo” para los que aprendimos a quererlo casi desde la cuna, según se conoce, llegó al pueblo en 1964, cuando el barro tapaba todas las esquinas y las distancias llenaban de caballos el regreso de los vecinos a las casas.
Miren si fue grande su tarea, si fue gigante su obra de andar sanando gente, que la ciudad crecida aun late en la grandeza de su paso humilde. Y hasta se ha forjado en el corazón de muchos, esa bandera generosa que trasciende clases y barrios, ricos y pobres, negros, blancos, argentinos, bolivianos, paraguayos, esa vocación de médico que ostentaba, esa que primero te atendía, primero te escuchaba, te invitaba a decir treinta y tres o: -Haber tosé, mientras apoyaba el estetoscopio frío en la espalda, te recetaba algún medicamento y después, recién después, se fijaba si tenías o no obra social o algún peso en el bolsillo.
El mundo está enfermo ¿quién lo cura?
Tipo querible, apenas una sonrisa, una mirada de padre o amigo, cuántas veces bastaron para sanar.
“Se le habrá pasado la fiebre a fulano?…”, cuenta Nicolás (hijo menor) en el primer documental de Derqui “Nosotros”, que repetía su padre una noche desvelado.
“Sabés las veces que subí con él a un Jeep que tenía y nos metíamos en el fondo de los fondos, para atender algún paciente que le pagaba con gallinas o verduras, yo lo vi”, dijo Carlitos Barrio, su vecino de pibe.
Gordo querido, cientos de anécdotas no te dejan morir. Cientos de historias mínimas e inolvidables van pasando de generación en generación, de padres a hijos, de tíos a hermanos. Porque la vida es eso, dejar una huella buena que tarde o temprano se volverá semilla.
Y llegó a Derqui vaya a saber cómo, pero nunca más se fue. Y acá abrieron con otros colegas en lo del viejo Sovich, paisano inmigrante que se aquerenció en el barrio Monterrey, la primer salita. Donde ahora vive César Barral, ahí mismo.
“Pero a los pocos años ampliando el lugar habilitamos una clínica con sala de operaciones y partos y tres camas de internación”, recordaba Fulco, según la pagina web con la historia local presidentederqui.com.ar
Y por si fuera poco, en el año 1972, creó el Primer Banco de Sangre de Pilar.
Y entonces uno piensa, dame veinte como él y hasta a la muerte espantamos.
Y hoy que tanto se habla del nombre de las calles, hoy que bien sabemos que bienestar y salud son calidad de vida y van de la mano, hoy que andamos como parias buscando en quién confiar a la hora urgente del dolor. Cómo crece tu leyenda viejo amigo, vecino del otro lado de la pared.
Espero no te defraudemos Gordo. El haberte preocupado alguna vez por nosotros, los derquinos. Si hasta inventaste un banco de sangre… para que vivamos.
Generosidad, entrega, respeto, compromiso con el trabajo y amor al prójimo. Mano tendida, preocupación, esfuerzo y lucha.
Te merecés todo, tu recuerdo merece la hora alta del reconocimiento bien ganado. Ahora bien ¿Derqui te mereció a vos?
Intentaste curar el mundo, 77 años de pura hazaña trascienden las esquinas y los patios. Aun te nombran las abuelas encorvadas y los hombres metidos en las canchas de bochas de los clubes, y los pibes de aquel entonces, treintañeros que alguna vez llegaron tiritando a tu consultorio en la calle Iparraguirre casi esquina San Martín. La gente común, el barrio, los confines.
Héroe silencioso que todavía recorrés los recuerdos con tu viejo maletín de médico y tu guardapolvo blanco con un estetoscopio colgando para siempre de tu corazón porfiado.
Dicen que falleciste un 2 de mayo del 2010, pero bien sabemos que no es cierto.
El “tordo” Fulco flamea en lo más alto de la memoria, porque de acá no te fuiste. Aun no.