por Víctor Ejgiel
Hay cosas que molestan, cosas que hacen que todo un sector laboral, los docentes, sufran el desprecio de gran parte de la sociedad por algunos irresponsables, dentro de la ley, y abusadores de ella misma.
En el estatuto docente están, de alguna manera, las leyes internas que el gremio posee para regular la forma en que se desarrolla la labor frente al aula. Ese estatuto logrado luego de incesantes luchas de muchos colegas en otras épocas y un poco en éstas, porque lamentablemente cada vez más se ven a los gremios ligados a corrientes políticas oficialistas o no que limitan cualquier poder de decisión ante nuevos reclamos, consiguió derechos que los docentes requieren para poder estar en perfectas condiciones frente a personas que necesitan todo de ellos. El problema radica cuando esos derechos dejan de ser necesarios y pasan a ser abusivos.
¿Dónde está el límite de lo que se debe hacer y lo que se puede hacer? Para cualquier padre o madre de algún chico en etapa escolar es normal encontrarse con que su hijo tiene horas libres, varias, en la semana por falta de profesores o maestros, es normal ver cómo algunos tienen dos o tres docentes al frente del aula en el mismo año, y ¿Por qué?
Las razones son muchas, las licencias docentes también. Sé que no se puede comparar el trabajo docente con otra actividad laboral, pero es inevitable hacerlo. En cualquier trabajo bajo relación de dependencia faltar provoca mínimamente el descuento del premio, y la cantidad de faltas permitidas en el año es ínfima. En la docencia no es así, si bien existe un máximo de 120 días permitidos para los titulares sin la perdida de la condición laboral, 25 de ellas por enfermedad con goce total del cobro de haberes, 35 más cobrando el 50% del sueldo, siempre y cuando una junta evaluadora no decida alguna otra licencia extraordinaria que le permita seguir cobrando el total de su sueldo durante un año. Esta condición no existe en ninguna otra relación laboral en la Argentina.
Pero todo esto sería sólo una información si no fuera porque estas condiciones son usadas y abusadas por muchos que se olvidan de la importancia de la vocación y la responsabilidad que implica estar al frente de un niño. Es común ver como en un cargo docente hay tres personas cobrando ese sueldo, la docente titular, bajo licencia, la suplente, que también toma alguna licencia y la suplente de la suplente, que el Estado necesita designar para no dejar aulas vacías, aunque a veces la tarea es difícil, porque no hay tantos para cubrir sendos agujeros.
Esta liviandad de responsabilidades diferencian a la escuela pública de la privada ante los ojos de la sociedad, ¿Por qué?, porque la escuela privada mas allá de la impronta de educar, es además un negocio, y debe cuidar el peso, entonces las condiciones laborales se modifican en base a esa necesidad. El Estado, parece, nunca lo cuida. Es por ello que muchos docentes de nombre y no de alma, se encargan de tomar horas y cargos con el fin de incrementar el bolsillo más allá de saber si podrá cumplir con lo que está haciendo, total después se puede licenciar con alguno de los muchos artículos que el estatuto permite.
Asimismo quienes estamos trabajando en la docencia sabemos que algunos “colegas” sólo pasan por el aula sin importarles aquello para lo que hemos sido designados, enseñar. No existen controles internos mas allá de los que la dirección, desde su limitada posibilidad, pueda hacer y ni hablar de la inspección que debería dividirse en 100 para poder cumplir ya que es poco el personal designado para cubrir regiones sumamente extensas.
Después nos preguntamos dónde quedó el respeto que cada maestro merece, quién se lo llevó, y más allá de cualquier otro trabajador estatal, que bien sabemos también suman varios beneficios, el docente tiene una responsabilidad grande, muy grande.
Si bien el juramento Hipocrático pareció quedar en el olvido, la vocación debería guiar muchas más almas que el bolsillo.