En Halloween muchas personas se disfrazan y lucen disfraces. La inmigración de irlandeses y escoceses a América resultó clave en este fenómeno. Los detalles.
Cuando pensamos en Halloween, una de las imágenes más icónicas es la de personas vestidas con disfraces que van desde lo escalofriante hasta lo entrañable. Sin embargo, esa tradición no es mera diversión moderna: es la resultante de siglos de creencias, cambios sociales y adaptaciones culturales.
La idea de cubrir la identidad tiene múltiples orígenes simbólicos y su evolución nos revela cómo lo folklórico, lo religioso y lo comercial se entrelazan.
La tradición de vestirse para Halloween tiene como antecedente más remoto el festival céltico de Samhain, celebrado por pueblos como los celtas en lo que ahora es Irlanda y partes del Reino Unido.
En el final del verano y comienzo de lo que ellos consideraban el nuevo año (a fines de octubre), creían que el velo entre el mundo de los vivos y el de los espíritus se volvía más delgado. Durante esa noche se temía que los espíritus errantes pudieran cruzar al plano terrenal.
Para evitar ser reconocidos por esas entidades o confundirlas, los participantes se vestían con pieles, máscaras o criaturas fantásticas: adoptaban apariencias aterradoras para pasar inadvertidos o disuadir a lo sobrenatural.
Con la expansión del cristianismo, muchas festividades paganas fueron reinterpretadas o reubicadas. El día 1 de noviembre fue instituido como All Saints’ Day (Día de Todos los Santos), y la noche previa pasó a conocerse como “All Hallows’ Eve” (la víspera de Todos los Santos).
Al fusionarse las tradiciones, algunas prácticas célticas quedaron incluidas dentro del nuevo marco cristiano. Por ejemplo, la costumbre medieval de “souling” (y más tarde “guising”) consistía en que personas -a menudo pobres- iban de casa en casa pidiendo “soul cakes” (pasteles para las almas) a cambio de rezar o cantar por los muertos. Esto dio una forma temprana al ir disfrazado y pedir algo a cambio.
De modo que, mientras algunos disfraces tenían un carácter apotropaico (es decir, para alejar el mal), otros cumplían roles ligados a creencias religiosas sobre los muertos.
Durante la Edad Media y el periodo posterior, en Europa surgieron manifestaciones como las representaciones de la danza macabra: la muerte personificada se mezclaba con figuras humanas, santos, espectros o cadáveres, representando que la muerte “no discrimina”. En esos eventos públicos, la gente también usaba disfraces o se representaba a sí misma como formas de muerte y renovación simbólica.
En las islas británicas y en Escocia e Irlanda, las tradiciones de “guising” consistían en que los niños o jóvenes se disfrazaran y visitaran casas pidiendo algo (dulces, comida) a cambio de recitar versos, cantar o hacer pequeñas representaciones. En Escocia, se usaba el término “false faces”( falsas caras) para referirse a esas máscaras que ocultaban la identidad.
LA EVOLUCIÓN DE LOS DISFRACES DE HALLOWEEN
Con la inmigración de irlandeses y escoceses al continente americano, muchas de estas costumbres viajaron con ellos. Pero el Halloween tal como lo conocemos -con disfraces masivos, decoración y un ambiente más festivo que ritual- tomó fuerza entre las primeras décadas del siglo XX.
En Estados Unidos, a partir de los años 1920 y 1930, la costumbre de disfrazarse ganó popularidad junto con el “trick or treat”(truco o trato), y la industria empezó a producir disfraces basados en personajes literarios, del cine o el folclore.
Con el tiempo, el disfraz dejó de ser solo una medida para protegerse o integrarse en el mundo espiritual y pasó a ser una práctica lúdica, simbólica y hasta comercial: la industria del entretenimiento, el cine y la cultura popular influyen fuertemente en los modelos de atuendo.