Por Celeste Lafourcade
Por Celeste Lafourcade
Apenas había cumplido 8 años cuando en Costa de Los Ríos, en su Cabo Verde natal, uno de los personajes más recordados de la historia religiosa de la Argentina fue vendido como esclavo a Brasil. La decisión de un estanciero y por qué no, el designio divino, se tejieron de forma tal que su destino se alejó por completo del que le esperaba a un niño africano comercializado al nuevo continente.
Pero el negro Manuel, el elegido por la Virgen de Luján para ser su custodio hasta el día de su muerte, fue –además- un ser enigmático que incluso llegó a oficiar como curandero.
Para entender los pormenores de la historia del primer devoto de la Patrona de la Argentina, hay que remontarse al año 1630, cuando por encargo de un poderoso vecino de Córdoba de Tucumán, llamado Antonio Farías de Sáa, arribaron desde Brasil al puerto de Buenos Aires dos imágenes de María que debían ser entregadas en su hacienda de Sumampa.
La carreta, que también transportaba mercaderías y africanos que iban a ser vendidos en Potosí, hizo noche en la estancia de los Rosendo, ubicada a orillas del Río Luján, en la actual Zelaya. La finca era propiedad de Bernabé González Filiano, dedicado al tráfico de esclavos, y de su mujer Francisca Trigueros, viuda de Rosendo.
Al día siguiente, cuando el carruaje debía continuar su camino hacia Santiago, ocurrió lo que se conoce como el primer milagro de la Virgen de Luján, el puntapié inicial de la advocación popular de la fe más grande de nuestro país.
Indeclinables en su actitud, no hubo quien pudiera conseguir que los bueyes continuaran su recorrido. Solo cuando la caja que contenía a la imagen de la Limpia y Pura Concepción fue retirada del transporte, y luego de varios intentos por convencerlos de lo contrario, los animales siguieron su marcha.
Ese gesto fue interpretado como el deseo de María, luego conocida como “Nuestra Señora de la Concepción del Río Luján” de quedarse en estas tierras y fue Manuel, propiedad de González Filiano, el servidor asignado para cuidarla.
Milagros
El pequeño, que recibió nombre católico al pisar este continente, vivía en la ermita construida para la Virgen y empleaba su tiempo no solo en mantener la pulcritud del espacio, sino en fabricar velas para que siempre estuviera iluminada. Con el tiempo, cientos de peregrinos llegaban para ofrecer sus oraciones a la Virgen, que no tardó en convertirse en un verdadero fenómeno de fe.
Tras permanecer 40 años en Zelaya, la imagen fue adquirida por una de sus más fieles devotas, Doña Ana de Matos, quien le ofreció al padre Oramás –apoderado del dueño de la estancia y fastidiado con la constante presencia de devotos en el lugar-, trasladarla a su hacienda ubicada del otro lado del Río Luján a cambio de 200 pesos.
El negro Manuel fue excluido de la negociación hasta que la Virgen, una vez más, hizo pesar su voluntad. Cuenta la historia que una vez trasladada, la imagen desapareció varias veces de forma misteriosa de su nuevo sitio para volver a Zelaya, hasta que su servidor fue enviado junto a ella para continuar con sus cuidados.
En paralelo, el esclavo –ante la negativa del dueño de la estancia de desprenderse de él- se presentó ante la Justicia argumentando que “no tenía otro amo a quien servir que la Virgen Santísima”. La sentencia fue a su favor aunque Doña Ana tuvo que pagar una suma de dinero para su liberación.
Las crónicas de la época aseguran que Manuel era el encargado de retirar los abrojos del manto de Virgen cada vez que ésta se escapaba para auxiliar a sus devotos y también que obraba poderosas curaciones con el sebo de las velas que ardían alrededor de María.
Uno de los destinatarios de sus milagros fue el presbítero Pedro de Montalvo, que en 1684 llegó aquejado por la tisis y una dolencia pulmonar. Desahuciado por los médicos, el sacerdote encontró la salvación de la mano del esclavo que le frotó el pecho con el sebo de la lámpara que ardía junto a la Virgen.
Una vez recuperado escuchó por parte del africano una frase que lo movilizó: “debía curarse porque su ama, la Virgen de Luján, deseaba que él fuera el primer capellán”, al mismo tiempo que le dio para beber una infusión preparada con los abrojos retirados del manto sagrado. La curación fue inmediata y el religioso ofició como capellán durante 16 años.
Cuatro años después de aquel episodio falleció Manuel, con la tranquilidad de dejar a su Ama en buenas manos. Su cuerpo fue enterrado detrás del altar mayor del Santuario construido por Ana de Matos para venerarla, donde se encuentra la Basílica actual.
Devoto, misterioso y decidido, el negro Manuel es una pieza fundamental de la historia de la devoción mariana más importante de la Argentina.
Documental
Hoy a las 9.30 se presentará en el Lugar del Milagro el documental “Tras las huellas del negro Manuel”. La actividad es organizada por la dirección de Turismo de la Municipalidad. Quienes no tengan movilidad, partirá una comitiva desde el casco céntrico en Bolívar e Ituzaingó.