por Maiu Dellagiovanna*
Los miro trabajar mientras escribo esta nota, ellos significan tanto para mí y no lo saben.
El viernes les pedí que escribieran un cuento, había una consigna previa, pero lo que les pedí especialmente es que escriban con el corazón, que traten de transmitir ideas, sentimientos y pensamientos en esa historia. Se me quedan mirando y aparecen las excusas de siempre:
“…Maiu es viernes… ¿Si nos portamos bien y nos das hora libre? No tengo hojas de carpeta ¿Podemos estudiar para Biología y lo hacemos de tarea? No se cómo empezar ¿Lo podemos hacer de a cinco?”
La verdad es que los entiendo, siempre me gustó escribir y necesité escribir, incluso cuando tenía la edad de ellos, pero que te lo imponga un profesor es distinto, te condiciona, claramente es mucho más entretenido charlar con tus amigos que hacer la tarea, pero ni en pedo les dejo ganar la batalla, quiero que aprendan a escribir sus ideas, quiero escucharlos y que se escuchen entre ellos, quiero que ellos mismos se valoren como los valoro yo, quiero que sepan que son dueños de las palabras y que puedan usarlas para hablar de libertad… quiero... pero ellos no tienen muchas ganas de trabajar, entonces empiezan a sacar temas de conversación porque saben que me engancho.
Laly me cuenta que vio en el noticiero que nombraron algo de “La noche de los lápices”. Santiago les cuenta que él vio la película, que es re vieja pero está buena, Yamila no tiene ni idea de qué estamos hablando y entonces empiezo a contarle…
Los que conocen la historia van agregando detalles, algunos, la minoría, no dice nada. Otros abren los ojos grandes cuando en el relato aparecen palabras como secuestro y tortura. Los alumnos con los que estoy hablando tienen 16 años, no dejan de compararse con los protagonistas de aquella historia de terror, no pueden creer que haya sido verdad.
Establecer un paralelismo entre sus vidas y la de aquellos adolescentes que fueron secuestrados el 16 de septiembre de 1976 por reclamar el boleto estudiantil se torna inevitable.
En pocos minutos el clima del salón cambió por completo, de repente aquellos chicos que se negaban a hacer la tarea y a los que parecía no importarles mucho mi propuesta de usar las palabras para escribir lo que piensan y sienten, así, de a poquito, se fueron soltando.
Una cosa llevó a la otra y casi sin que me lo propusiera terminaron escribiendo sobre el tema.
Cuando Laly se acercó a mi escritorio para que me fije si su trabajo estaba bien, no pude evitar emocionarme, sentí que es en momentos así cuando la vocación se renueva, sentí como tantas otras veces, que ellos me estaban enseñando a mi. Esta vez los lápices volvieron a escribir y el eco de esas palabras golpeó muy fuerte en mi corazón.
Le pedí permiso a mi alumna para publicar el final de su trabajo en esta nota:
“Un día como hoy, pero del año 1976, cuando mi mamá tenía 4, sucedió algo tan triste que duele hasta cuando lo contás. La llamada ‘Noche de los lápices’ fue el acontecimiento en el que muchos chicos de mi edad fueron secuestrados para luego torturarlos y matarlos por reclamar algo justo y necesario para ellos. Los mataron a ellos, pero su valentía y sus ideales hoy se hacen presentes en mí y de esta manera vuelven a vivir.
Quiero vivir en un lugar en donde pueda gritar lo que siento y lo que pienso sin que nadie me imponga lo que tengo que decir. Por eso hoy brindo todo mi respeto y mi compromiso para que esta historia no se olvide. Qué importante es que cada uno de los responsables de tanta muerte y violencia sean juzgados, qué importante es defender la democracia y la libertad…”
Gracias Laly.
Yo no tengo mucho más para decir.
*Profesora de Literatura de 5º Año Superior de la escuela María Madre Nuestra.