por Celeste Lafourcade
Hay quienes los definen como una tribu urbana. Pero ellos, glosario permanente de términos que requieren traducción, no comulgan con esa denominación. Son parte de una cultura callejera importada del país del Norte que cada vez se arraiga con más fuerza. Aman la adrenalina y la sensación –incomparable, juran- de deslizarse sobre una tabla. Son jóvenes (y no tanto), son muchos, son skaters y pisan fuerte en Pilar.
Fin de semana. Pinturería Rex, frente a Jumbo. Unos 30 skaters insisten con las piruetas, se reponen de los golpes y vuelven a empezar. Son incansables, o al menos, eso parecen. Se divierten sin detenerse en el reloj ni en las miradas curiosas que, todavía, los observan de reojo.
Afectos a los edificios con barandas, escaleras y todo aquello que represente un desafío para las ruedas, los skaters regalan imágenes similares en el banco Comafi, del Kilómetro 50, en el hotel Sheraton, en el barrio Villa Morra, en barrios cerrados y en el centro de Pilar en el Banco Nación, en Bianea y en Alsina y Ruta 8.
“Sólo deberían probar pararse en la tabla y sentir, y entenderían que no es una cuestión de moda, sólo cuando tenés la oportunidad de probar es cuando te das cuenta que tenés que patinar”, afirma Bruno Fontana, de 26 años, gerente de una empresa publicitaria, que se inició en este deporte hace dos años.
Para él, la práctica no requiere de días ni espacios fijos, sino que simplemente “se práctica en todo momento y lugar, mientras el pavimento lo permita”.
De nuevo en el deporte casi por contagio, con 24 años Cristian Sánchez Bruna, fotógrafo, comenta que “a los 14 estuve pateando cuatro años y dejé por diferentes circunstancias. Cuando caminaba por las calles de Pilar me cruzaba a algunos chicos pateando me quedaba mirando o les pedía la tabla para patear un rato. Volvimos a agarrar las tablas nuevamente a comienzos de este año con un amigo y ahí volví a sentir esa libertad de andar nuevamente”.
De la misma manera, asegura que “se puede practicar en las calles (llamado street) donde uno busca diferentes puntos (spots), o en un buen piso, escaleras con barandas o sin ellas, o una calle larga y en buen estado para patear e ir jugando saltando cordones, girando, lo que te plazca”.
Para Mauro Intieri, de 31 años y representante de la camada más “veterana” de este deporte, al que llegó hace cuatro años después de pasar por el surf, explica que lo más entretenido es que “cada uno trata de hacer su magia, su truco o lo que sea, es una práctica constante y muy divertida, entre los mas jóvenes hay competencia a ver a quién le sale mejor o salta más alto, pero es sana porque la idea es superarse a uno mismo”. Y reconoce que después de “empezar solo y empezar a contactarme con gente de la misma onda, ahora esto se los contagié a mis amigos”.
Cultura skater
Al hablar del skateboarding (nombre que recibe esta práctica), el mundo donde los saltos reciben el nombre de ollie, es necesario diferenciar entre las tablas de skate tradicionales, las de longboard (más largas y manejables) y las indoboard o tablas de equilibrio, donde el apoyo está separado de las ruedas y el desafío principal es balancearse sin dejar que toque el piso.
El desarrollo de esta disciplina va de la mano de una cultura urbana, que palabras más, palabras menos, sus adeptos definen como “sin bardos”.
“No hay ningún tipo de violencia, es un deporte en el que se comparte mucha onda y apoyo entre todos. Compartís música con un punky, un tipo que les gusta el hip-hop, un hippie en skate, un graffitero, lo que sea, todo entra en este lugar”, garantiza Cristian, para añadir que “reúne varias personas y nunca hay bardo”.
Para Mauro, esta movida “viene con algo del surf, del snowboard, de la buena onda, de ser libre, de sentir adrenalina, de la sensación de deslizarte que es única”, y dispara una frase para entendidos: “hay un dicho que define al skate: ´Sangre sudor y lija´, la gente se junta a patinar ni siquiera toman cerveza, todo el día puro skate”.
“La cultura skater –agrega Bruno- va de la mano con el arte, la música, la vida sana, buena alimentación, como todo deporte de tabla”. Y en este sentido, advierte que “es importante que la gente tome conciencia que además de ser un deporte extremo es un medio de transporte ecológico, que nos permite desarrollarnos física y mentalmente”.
Pero para esto, señala, “se tendrían que mejorar las calles y la gente tendría que relajarse al manejar y disminuir velocidades”.
Mientras aumenta el número de adeptos –fijo los días de semana se cuentan por veintena, número que crece los sábados y domingos- sus seguidores aseguran que la tendencia recién está empezando. “El skate –arriesga Cristian- es un arte y va a seguir creciendo”.
Lo que hay que saber
Para ser un skater se necesita: una tabla, una lija adhesiva, ruedas de diferentes medidas de acuerdo a la práctica elegida, por ejemplo mini ramp (rampas pequeñas) o street.
Ocho rulemanes (dos para cada rueda), truck (ejes), ocho tornillos y tuercas para sostener la tabla con los truck, vela o parafina para deslizarse mejor en ciertos lados, un par de buenas zapatillas dado que los tobillos tienen que estar protegidos.
Precios de los skates: desde 320 a 1.500 pesos. Los standard rondan los 400 pesos. Fuera de la industria y las grandes marcas, hay artesanos que realizan tablas caseras.
Los bancos Nación y Comafi, pinturería Rex, Villa Morra o Bianea, algunos de los escenarios naturales de los skaters en Pilar.
Proyecto de un chico de 14 años
El sueño del skate park propio
Alentados por los emprendimientos de otras localidades, los skaters locales sueñan con contar en Pilar con un skate park público. “Necesitamos un espacio donde se pueda patinar no sólo en skate, en rollers, en monopatín, así no andamos por la calle, ni rompemos nada ni molestamos a nadie, ni estamos propensos a que lo pise un auto”, reclama Mauro Intieri, similar a lo que pide Cristian Sánchez Bruna: “a Pilar le falta un predio donde la policía no te eche ni los de seguridad, algo que sea un lugar para distensión, como la plaza de los niños. En Derqui hace poco se hizo una linda reunión donde pusieron barandas, mini-ramp, cajones para deslizar”.
Con la misma idea, Braian Bogado, de 14 años, está ideando un proyecto que aspira presentar a la Municipalidad para la construcción de un skate park en el predio Piané (ex Bianea), sobre la calle Chacabuco. En diálogo con El Diario, explicó que el mismo debería contar con “unos 35 metros de largo y 15 de ancho, con alguna escalera en el medio de al menos tres escalones, con baranda y algún cajón”.
Para el chico, la importancia de este proyecto radica en que “siempre nos echan y andamos por las calles, pero no da porque corremos peligro. A un amigo le robaron el skate”.