En tiempos donde se discute la monogamia, la desigualdad de género y el peso del patriarcado, Claudia Piñeiro entreteje en “Catedrales” una trama que aprovecha el estupor generado por la aparición de una adolescente descuartizada para cuestionar la narrativa que despliegan las religiones a la hora de afrontar la muerte y la pertinencia de la institución familiar como célula reparadora frente al dolor. La siguiente, es una entrevista que la escritora radicada en Del Viso dio a la agencia de noticias Télam.
-¿Tu idea era hacer una novela contra los mandatos?
- La idea subyacente no estaba tan clara en el momento de la escritura pero ahora que la terminé veo que esta novela tiene que ver con los mandatos: con el mandato de la religión, de cómo tiene que ser la familia, de cómo tienen que ser las mujeres. Hay muchos mandatos que hoy están siendo cuestionados, están tambaleando para ver cuál cae y cuál queda. Al mismo tiempo, en torno a lo que se quiere cambiar aparece también como una normatividad que no debemos permitir. Es un poco peligrosa, sobre todo en las relaciones. Por un lado, no quiero que haya más violencia ni sufrimiento, pero al mismo tiempo quiero que la gente se siga enamorando, que siga teniendo sexo a secas o amor sin sexo si lo desea. Son decisiones de cada persona. No hay que confundir amor con sometimiento pero eso no nos tiene que llevar eliminar el amor.
-Hay un cuestionamiento fuerte no a las religiones pero sí a la narrativa que despliegan. ¿No creer demanda una fortaleza superior a la de aquellos que sí creen?
- Yo no creo que sea más valiente pero sí es más desolador no creer. Creer que después de la vida hay otra cosa te protege contra la desolación que provoca la muerte. Pero en pos de no sentir esa desolación, las religiones nos exigen demasiado. Si el precio que tengo que pagar para no pensar que si me muero todo se terminó es aceptar las normas que fueron imponiendo las distintas personas que pasaron con poder y autoridad por la religión, prefiero no aceptarlo. Porque además, muchas de esas reglas se imponen no sólo para los que creen sino también para los que no creen y son afectados por ellas en países en donde la religión está tan pegada al Estado. Uruguay, que hace muchos años hizo la separación de la Iglesia y el Estado, logró derechos sociales mucho más rápido que nosotros porque la base estaba en esa separación. Por supuesto que no estoy cuestionando que las iglesias deban seguir. El problema es que cuando tienen tanto peso las cosas se empiezan a confundir porque el Estado termina siendo un ejecutor de las normas de la Iglesia. Una vez que pasás por la decisión de no creer, también te liberás de muchas cosas. Yo fui a un colegio de monjas y hasta los 26 años iba a misa todos los domingos. Hoy me siento liberada de no tener que hacer eso, pero no quiere decir que a todas las personas les pase lo mismo. El problema es que ser ateo tiene mala prensa: parecería que sos mala persona porque si no creés en nada, entonces no tenés reglas morales o éticas.
-Decís en el libro que muchos relatos de la Iglesia “no resisten la prueba de verosimilitud que le hacemos a cualquier ficción menor” ¿La verdad entonces no es un cuestión de argumentos sino de quienes la enuncian?
- Hay como una aceptación de la autoridad en ese sentido que es diferente de la fe. Respeto la fe religiosa pero una cuestión es lo que los Papas, obispos y demás fueron metiendo por encima de la fe. Una cosa es Dios, o Jesús, algo que puedo entender perfectamente porque yo vengo de una familia católica. Si un Papa en un concilio dice una cosa y después otro Papa dice otra y me quieren hacer creer que eso es la fe, no lo acepto. Esas cosas no tienen que ver con la fe sino con las decisiones que toman los hombres que representan a la fe en función de intereses. La crítica en el libro, si es que la hay, va orientada a la hipocresía que va por detrás de la fe. Es una crítica a la hipocresía de los hombres haciendo uso de su lugar de poder en nombre de la fe.
-Por estos días estás frente a otro reto: escribiste con Marcelo Piñeyro el guión de la serie “El Reino” ¿Cómo resultó esa experiencia?
- Es un proyecto que iniciamos con Marcelo porque teníamos ganas de trabajar juntos. Y salió esta historia de ocho capítulos que tiene que ver con lo político, con lo que sucede en las sociedades en este momento, con las manipulaciones políticas... Me encantó el proceso de trabajar con él porque tiene una cabeza mucho más abarcativa respecto a lo que es el hecho de escribir. Marcelo tiene un control de lo que va a pasar con ese texto mucho mayor que si yo escribiera sola.