OCTUBREANDO

La rara

de Horacio Pettinicchi [email protected]

Por Redacción Pilar a Diario 25 de octubre de 2016 - 00:00
A igual que otros escritores, Marosa di Giorgio (1932-2004) a mediados de la década del ochenta, relega el humanismo y el realismo social de los sesenta para volcarse de lleno a la palabra renovada. Partiendo de una vertiente iconoclasta incursiona en una escritura eróticamente eclética y experimental. 
"Bueno... Vos sabés que yo tenía el cabello muy largo, y la gente siempre me dijo que yo era rara... siempre dijo. Vos te acordás que en Salto, me llamaban la Rara” 
Absolutamente individualista con un lenguaje potencialmente inusual va dado forma a su propio e inédito cosmos. Poética de lo espléndido -resplandeciente y magnífica–sus trabajos se los ubica fuera de todo canon.-
"…La trenza de ella se había deshecho secretamente. Estaba todo el pelo bajo de ella como una frazada de seda. ¡Qué momentos! Él le preguntó si no había estado casada. Ella le contestó que muy poco, un rato. ¿Cómo muy poco? ¿Cómo un rato? -Un ratito. Y hace mucho, mucho, señor. Agregó Una. Él buscó con su cuchillo sexual entre todo lo del viso buscando la almeja céntrica. Ella se estremecía como si la hubiese atado al cielo. Pero a la vez parecía lejos como si no fuese ella. Él pensaba como siempre. Habrá tenido otros maridos. Todas tienen. Y le buscó la caravana que ya no estaba, tal si ella dijese: Ahora, sí, la quito. Este detalle leve apresuró a él, la acomodó a su gusto, a su interés, ella caía de espaldas, se quedaba como de papel. Las manos se le volvían ramos. En ese instante surgió lo que buscaba. Las dos valvas crípticas, perfumadas y de grana; tuvo miedo que se le esquivasen otra vez entre los tules y demás cosillas de fuego de la enagua. La sujetó bien e hincó el puñal. Ella dio un leve ay. El pimpollo hizo un levplop como si se cruzaran dos papeles. Había desde el árbol un sonido.
Ella parecía ajena a todo. Pero seguía viniendo un leve rumor de pericos y de lirios. -¿No escucha nada? dijo él. ¿Es todo de flor, señora? Acabo de comerle la rosita. ¿Le gustó? Veo que tiene muchas.
Vaciló. Subió a mirarle los senos. Se había olvidado de eso que nunca olvidaba; miró. Grosos, bellos. Y habían quedado fuera. Con ellos no copuló.
Le miró la cara que se mecía un poco. Estaba dormida. Tenía un ojo cerrado. El otro ojo confuso y abierto, le decía: Prosiga señor, no siga. Señor, prosiga…. (Fragmento de "Misa del árbol”).

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