OCTUBREANDO: Don Frutos Gómez

por Horacio Pettinicchi
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28 de mayo de 2013 - 00:00

“Los correntinos le llaman ‘Palubre’, los entrerrianos le dicen ‘Montiel’, pero cualquiera sea su nombre, es una enorme extensión, apretada de árboles, de pastos duros y de alimañas crueles. Y la más cruel de todas las alimañas es el hombre, que a veces, oculta en esa selva amiga su alma sacudida por tormentas de odio, de venganza o de ambición” (fragmento del cuento correntino “La caída”).

Alguna vez le preguntaron cómo llegó al cuento, “Diría que en forma casi casual -contestó- cierta vez comentaba con un amigo en Santa Fe sobre un cuento aparecido en el suplemento cultural de un diario expresé mi descontento por lo absurdo de una frase, y mi amigo en un tono muy burlón me respondió ‘Y si sabés esas cosas tan bien, ¿por qué no las escribís?’, y le respondí escribiendo un cuento que no solo lo publicó una revista porteña sino que también me pagaron por el mismo. Y así, como quien no quiere la cosa, me vi convertido en cuentista”. Así explicaba Ramón Ernesto Ayala Gauna sus primeros pasos como escritor. Velmiro, porque así lo llamaban, escribe como siente, y siente como correntino aferrado a las tradiciones lugareñas. Ferviente defensor de lo nacional supo hacer interactuar a sus personajes con el medio ambiente de ese litoral paranaense que tanto amaba. Nunca se esforzó por retener al lector, pero éste no puede evitar quedar atrapado por la magia de su escritura. Entre su amplia bibliografía se destacan las novelas “Leandro Montes” y “Los casos de Don Frutos Gómez”, en este último se narran las peripecias de un comisario, de hecho un clásico que abre camino en los relatos policiales de atmósfera campera.

Don Frutos fue llevado dos veces al cine personificado por la solidez actoral de Ubaldo Martínez. Sentido de humor y fina ironía se aúnan en su narrativa para una profunda crítica a los modelos culturales importados.

 

Escritor, fundador de escuelas, además de docente, periodista, aunque quienes lo conocieron dicen que fue fundamentalmente maestro, luego escritor y periodista. Suscribió, sostuvo y practicó los ideales fundamentales del socialismo democrático durante toda su vida, pero Velmiro amaba demasiado la libertad como para ubicarse al lado del colectivismo, pese a que no faltó quien lo sindicara como comunista.    

En su lucha por llevar educación y cultura a partir del conocimiento de la realidad, puso en boca de uno de sus personajes: “…que la ignorancia, espíritu supersticioso y carencia de normas éticas de esta gente no era debida a condición natural, sino a imposición de las circunstancias. Si no iban a la escuela era porque antes debían ayudar a ganar el pan para el hogar y porque nadie les había hecho comprender la utilidad de la instrucción; si vivían y tenían hijos al margen de la ley era porque tampoco nadie les enseñó a refrenar el instinto ni les hizo comprender el perjuicio que esa situación producía en la familia; si acudían a la curandera y a sus menjunjes era, sencillamente, porque carecían de médicos en la zona o de asistencia hospitalaria a su alcance; pero, sin embargo, eran buenos, obedientes, fieles, con una tremenda capacidad para el sacrificio y con un sentimiento de generosidad que les lleva hasta a privarse de lo necesario para ayudar a los demás. Este material humano se perdía por el abandono, por la interesada explotación de los caudillos o la gente sin corazón que procuraba golpear sobre sus debilidades para tenerlas inermes a su disposición”.

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