OCTUBREANDO: Los asesinos

por Horacio Pettinicchi
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30 de octubre de 2012 - 00:00

Días atrás, acomodando unos viejos libros, me reencontré con “Alamut”,  novela que había leído algo más de veinte años atrás y que fuera escrita en 1938 por Vladimir Bartol. En ella su autor nos cuenta de la creación de la mítica secta llamada “hashashins” o “hashshashiyyín”, que significa adictos al hachís, y de ahí proviene la palabra “asesino”.

Interesante historia, que el autor la ubica alrededor de mil años atrás, en la antigua Persia, hoy Irán, y nos cuenta  un líder político-religioso que, a través de esa droga, adoctrina y entrena un grupo de fedayin de procedencia chiita, para embarcarlos en una Guerra Santa contra el Imperio Otomano.

Les promete el Paraíso, y a los elegidos les permite visitarlo antes de entrar en una batalla o cumplir una misión. Por lógica ese paraíso no existe, sino se trata de un lugar ambientado como los descriptos por los sagrados textos de la fe islámica. Objetable manipulación, repudiable uso de sentimientos sagrados a través del engaño y la mentira, (de la ignorancia del común) para el manejo de las masas o sea del pueblo.

Esta obra esta considerada como una denuncia a la manipulación psicológica y al autoritarismo del fascismo y del estalinismo que emergían en esa época. Lo interesante de esta novela es que, pese a los años transcurridos, no ha perdido actualidad. Aún hoy vemos que muchos dirigentes políticos usan la manipulación y el engaño como herramientas.

Vladimir Bartol (1903-1967) escritor esloveno, traductor de Nietzsche y seguidor de Freud, eligió el esloveno para escribir teatro, críticas de arte y novelas. Fue psicólogo, filósofo, biólogo, estudioso de las religiones, profesor de universidad y redactor en revistas, pero sobre todo, demostró ser un defensor de la libertad de pensamiento que rechazó tanto la intolerancia política de los gobernantes como la cobardía social de quienes la toleraron.

 

“…Las multitudes exigían en el pasado que los profetas hicieran milagros. Estos debían realizarlos si querían conservar su prestigio. Mientras más bajo es el nivel de conciencia de un grupo, mayor es la exaltación que lo mueve. Esta es la razón por la que divido a la humanidad en dos campos bien diferenciados. Por un lado, el puñado de los que saben de qué se trata, por el otro, la inmensa multitud de los que no lo saben. Los primeros están llamados a dirigir, los otros a ser dirigidos. Los primeros hacen las veces de padres, los segundos de hijos. Los primeros saben que la verdad es inaccesible, los segundos tienden la mano hacia ella. A partir de esto ¿qué salida le queda a aquellos sino alimentar a éstos con fábulas y cuentos? ¿Mentira e impostura? De acuerdo. Sin embargo por lo demás importa la intención, puesto que el engaño y la astucia le son de todos modos indispensables al que quiere llevar a las multitudes hacia un objetivo claro para él. Entonces ¿por qué no convertir ese engaño y esa impostura en una institución concertada?...” (“Alamut”, fragmento pág.283)

 

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