Leche chocolatada y vainillas, los Ramones en los parlantes, Guns N’ Roses en la remera. Acné en la frente y, no sé por qué, la boca abierta. Con sed y hambre asoma un nuevo rockero. Otra foto: nene conservador, caminando por las calles del barrio Tropiano, lleva vinilos de Los Violadores bajo el brazo. Un ultra violento con pelusa en lugar de bigotes. Me veo. Las botitas Converse de cuero negras, esas que no tenía nadie, subiéndose al 57, van para Munro o Cabildo en busca de emociones. Merchandising de juventud.
Linda época, donde creía descubrir el mundo a guitarrazos. Convencido que los hombres no tenían que bailar.
Te gustaba eso o aquello. Nada de mezclar músicas ni ritmos. ¿Cambiar? Punk con pañales. “Ahí vienen los negros”, decían las chicas cuando pisábamos la vereda de Bianea. Eso éramos, pibes pisando veredas. Zombis perfumados, escapando de una de George Romero. Ni se te ocurra revelar una emoción nueva. No. Guardatela y disfrutala puertas adentro, riendo, solo, frente al espejo.
Pero una de esas emociones se impuso, fue más fuerte que un ceño fruncido. Y, tiene que ver con R.E.M., la banda que acaba de anunciar su separación.
Ahí estaba, tranquilo, sentado en el reservado, esperando que la noche se active. Dándole sorbitos a un gin con hielo, para que dure más, para que raspe menos. Hasta que ese tipo, en la pantalla gigante, empezó a bailar como un desquiciado. A cantar y caminar, yendo de un lado a otro, en un videoclip donde, por ejemplo, un ángel negro empuja a un anciano o una jarra con leche cae de la ventana y se hace añicos en una habitación vacía. “Losing my religion”, imágenes que aún hoy gotean melancolía. Perfecta canción pop que mueve la estantería de quien suscribe, alguien que se creía rudo porque escuchaba Sex Pistols en un TDK.
Es el fin del mundo cantaba Michael Stipe en uno de sus clásicos temas y algo de eso hay en esta noticia.
Que una de las bandas líderes de mi cuarto le ponga fin a su proyecto musical, después de 31 años, es una luz que se apaga. Afortunadamente, están los discos y el recuerdo de ese inolvidable recital del 2008, noche de resurrección para un par de amigos que soñaban con escuchar esas gemas en vivo. En cuanto a los discos, acaricio y le saco lustre a “Murmur” (1983), “Document”, (1987), “Out of time”, (1991) o, esa biblia sonora a la que recurro bastante seguido, llamada “Automatic for the people” (1992). Fueron 15 álbumes de estudio; el último, “Collapse into now” fue editado en marzo de este año y gozó de buenas críticas en todo el mundo. “Discoverer” y “All the best” ya son clásicos en mis oídos.
Pero la historia llegó a su fin y la banda ya es leyenda. “Nos retiramos con un increíble sentimiento de gratitud y estupor ante todo lo que hemos alcanzado. A todo aquel que se haya sentido tocado por nuestra música, nuestro más profundo agradecimiento por escuchar”, sostuvieron a través de un comunicado oficial.
Hacer silencio, tragar saliva y agradecer. No cualquiera te mejora la vida con un puñado de canciones.