Soy mano: Ledesma (1976-2001-2011)

Por Graciela Labale

17 de septiembre de 2011 - 00:00

 

 

Poco más de un mes pasó desde los tristísimos hechos de Jujuy. Ya casi nadie habla de lo sucedido, ni se sabe si hay justicia para los 3 muertos tras la violenta represión que se desatara durante un desalojo de tierras en el Ingenio Ledesma a pocos días del 35 aniversario de “La Noche del Apagón”. En aquel tiempo, la empresa de los Blaquier, aportó camiones e instalaciones para secuestrar y torturar a cientos de trabajadores de los cuales 30 están desaparecidos. Los reclamos de entonces y los actuales, casi los mismos. Los padecimientos, casi los mismos. La desigualdad, la misma. La impunidad de los poderosos, la misma. Y a nosotros, los ciudadanos de a pie, sólo nos queda la memoria y la movilización para no echar un manto de olvido cuando las luces de las cámaras se apagan y los grandes medios le dan paso a noticias más vendedoras. Por eso me parece interesante reproducir un fragmento de la carta de lectores publicada en La Nación en enero de 2001, de Pedro Blaquier, miembro del directorio de Ledesma para ver cómo con el paso del tiempo los enemigos son los mismos aunque se disfracen de demócratas.

“La propia naturaleza ha puesto en los hombres muchísimas y muy grandes desigualdades. No es igual su salud, ni su inteligencia, ni su voluntad, ni su talento para las diversas funciones, y de esta inevitable desigualdad deriva como consecuencia la desigualdad de las situaciones de vida... De todo lo cual resulta que son muchos menos los que están en los sectores más altos de la escala que los que se encuentran más abajo. Pretender eliminar esas desigualdades es ir en contra el orden natural de las cosas y desalentaría a los más aptos para realizar la labor creadora del progreso a la que están llamados. ¿Qué aliciente tendrían en manifestar sus talentos si recibieran el mismo trato y los mismos beneficios que los menos dotados? ... Por supuesto que es un deber moral el tratar de atenuar la situación de los más desamparados, pero nunca al precio de anular el aliciente creativo de los más capaces so pretexto de establecer la igualdad entre desiguales. Por otra parte, la desigualdad también existió y existe en el comunismo. Se dice que a cada cual se le retribuye según sus méritos, pero, ¿quién es el que juzga los méritos de cada uno? Obviamente que es el Estado todopoderoso,  pero hay que ser muy ingenuo para ignorar que el Estado no premia a los mejores sino a sus amigos  y correligionarios. En la economía de mercado, por el contrario, son los consumidores quienes les ofrecen sus bienes y servicios. Los que son capaces de ofrecerles lo mejor, son los que mejor retribución reciben… El ciudadano tampoco vota siempre lo mejor, pero esto no nos autoriza para sustituir su voluntad política. El  que el consumidor o el votante elijan mal es un problema de valores culturales, y por eso los países subdesarrollados viven equivocándose. Es comprensible –no justificable- que por las características de la naturaleza humana los menos dotados se consideren injustamente tratados e intenten sustituir a los mejores dotados. Esto es lo que con toda razón se ha llamado “la envidia igualitaria”. Conozco demasiados argentinos que se han destacado en el exterior. Saben que si se hubiesen quedado en el país no habrían tenido la oportunidad de manifestarse como hombres excepcionales y estarían ubicados en la extensa franja de mediocres. Hace pocos días Domingo Cavallo dijo que nuestro presidente de la Nación será el Sarmiento del siglo XXI. Ojalá que tenga razón! Sarmiento trajo grandes maestros al país y creó las estructuras básicas de un muy buen sistema de enseñanza. Varias décadas después hicimos las cosas al revés. Hoy los resultados culturales y educativos de este cambio de rumbo están a la vista”.

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