Como “Lombrices” ya tuvo sus primeras dos noches de vida, ahora puedo relajarme y prestarle atención a esas cuestiones intrascendentes y necesarias que me alimentan.
Son días, -en realidad, horas- donde mi cuerpo y el del personaje descansan en busca de renovadas energías.
Entonces, a eso me dedico, a fijar la atención en esas pequeñeces que, desde hace siete años, ocupan mis columnas.
Pintaba como bodrio. Que sé yo, depende de la película, pero la trompita de Angelina Jolie puede ser tan irresistible como empalagosa. Pasa que la hija de Jon Voight es dueña de una carrera zigzagueante, donde, por ejemplo, en un mismo año, va del excelente drama “El sustituto” (Clint Eastwood, 2008) al olvidable film de acción “Se busca” (Timur Bekmambetov, 2008). La muchacha tiende a desorientarme.
“Agente Salt”, la última ficción que la tiene como protagonista, posee todos los lugares comunes del nuevo cine de espías, con mucho de Jason Bourne y un poquito del James Bond versión Daniel Craig. Para colmo, el final o los personajes que ocultan cierta ambigüedad en esta historia de guerra fría son anticipados desde la primera imagen. Pero no importa, porque la película es dinamita pura, entreteniendo desde que la música arranca hasta que llega el último fundido a negro. Y, el principal responsable de que ni siquiera pestañeemos, es su director, el australiano Philip Noyce (“Peligro inminente”, “Juego de patriotas”, “El Americano”), alguien que jamás será un autor pero, a la hora de narrar, lo hace como pocos. Filmada y editada con una precisión quirúrgica, con un manejo del ritmo que no descuida lo que se está contando, “Agente Salt” es ese tipo de película que no falla cuando sólo queremos divertirnos.
Están todos muy bien en el elenco de “Para vestir santos”, el unitario que Pol-ka ha presentado este año. En reuniones recientes, alcanza con que alguien cite a la serie para que, inmediatamente, comiencen a destacar a alguna de sus protagonistas. Están los que se sorprenden con la performance de Celeste Cid, las treintañeras que se identifican con Griselda Siciliani o los que reconocen la solidez de Gabriela Toscano. Sin embargo, yo prefiero detenerme en Hugo Arana. Su tío Horacio, siempre en segundo plano, silencioso, contenido, tomando mate en la cocina, ha sido de una exquisitez actoral poco común en la televisión actual. Hace un par de semanas el personaje murió. Salvo que Javier Daulte (el autor) piense resucitarlo, debo decir que, con su ausencia, el programa ha dejado de interesarme.
Grooveshark se llama. ¿Qué es? Una aplicación que me permite escuchar online la música de mis artistas predilectos. Los tiempos han cambiado. Ahora, no hace falta tener los discos en mp3. Ingresás a este espacio virtual, tipeás el nombre del intérprete o banda y aparecen sus canciones, sus discos enteros. Jimi Hendrix, Marisa Monte, Tom Waits y The Doors fue lo que escuché la última semana mientras hacía que trabajaba. Prueben, es una droga que no se puede dejar. (http://listen.grooveshark.com)
Dicen que no quieren repetirse, que lo hacen para cuidar el producto, que por eso hacen tan pocos programas por año. La cuestión es que ya finalizó la sexta temporada de “Peter Capusotto y sus videos”. Sin hacer tanto espamento, concientes que su público está ahí, expectante, la dupla Capusotto y Saborido nos han entregado, con la calidad de siempre, nuevos personajes, los que se alinearon a la vieja consigna de que el peronismo y el rock habitan en un mismo mundo. ¿Acaso, hay alguna duda?
Recorriendo las librerías de la zona me encontré con “Hermosos perdedores”, la novela que Leonard Cohen escribiera en los años sesenta. Al igual que en su anterior trabajo literario, “El juego favorito”, el cantautor canadiense vuelve a poner el corazón para contar una historia cuya trama gira en torno a un caliente triángulo pasional, que tiene como figura predominante a Catherine Tekakwitha, una india que se convirtiera en santa en el siglo XVII. Cohen apela a distintas formas narrativas para contar, de manera magistral, que en lo sensual, en lo erótico se oculta la verdadera sabiduría.
Y yo, al igual que el viejo Leonard, prefiero esa religión, donde todo está dominado por los misterios del amor.
Ya estoy como nuevo. Ahora, puedo volver a la mecedora y esperar que las sirenas comiencen a sonar.