APUNTES DESDE LA OTRA VEREDA: Esperando a Gordon Gekko

por Hernán Deluca

1 de septiembre de 2010 - 00:00

 

 

 

 

Extrañas son las impresiones que puede generar el trabajo de un actor. Podemos adorarlo al punto de confundirlo con Dios (eso es lo que me pasa con Marlon Brando o Meryl Streep); o, detestarlo con un entusiasmo feroz. Porque, en eso de confundir la ficción con la realidad, llegamos a creernos todas sus crueldades, (¡aborrezco a Christopher Lee!).

Muy distinto fue lo que me pasó con Michael Douglas. Yo odiaba a este actor. No lo podía ver ni en las cajas de los VHS. Para peor, mis primeros pasos como hambriento consumidor de todo aquello que se mostrara a 24 cuadros por segundo coincidió con su seguidilla de éxitos en el séptimo arte. Siempre había una de Douglas en el espacio destinado a los estrenos.

Allí estaba ese gesto envidiable que lo tenía todo: simpatía, dureza, sonrisa y seducción. Realmente, era para matarlo. Y eso que el tipo cargaba con un inmejorable antecedente en mi familia. Fue, junto a Karl Malden, uno de los protagonistas de “Las calles de San Francisco” (1972-1976), la serie predilecta de mi abuelo. Pero yo no me lo bancaba.

Con el tiempo la cosa cambió. Hoy pienso que Michael Douglas es uno de los grandes, un actor esencial en la historia del cine norteamericano, protagonista de verdaderos clásicos modernos.

 ¿Por qué el odio entonces? Cosa de chicos. Escarbando un poco en mi memoria y obligándome a nombrar un film que haya encendido aquella antipatía, se me ocurre que  “Tras la esmeralda perdida” (Robert Zemeckis, 1984) sea la cinta responsable. Hasta ese momento, para un pibe de 9 años, la aventura tenía nombre y apellido: Indiana Jones. Entonces, ¿quién era este Jack T. Colton que quería hacerse el héroe en el medio de la selva colombiana? Nadie daba dos mangos por la película, -director joven, actores de segunda línea- pero, la caradurez de Douglas frente a la cámara conquistó a todo el mundo. La química entre él y la, por aquel entonces, hermosísima Kathleen Turner, originó una segunda parte (“La joya del Nilo”, 1985) y un tercer film que, aún hoy, guardo entre mis preferidos: “La guerra de los Roses” (Danny DeVito, 1989).

Conocen el argumento: Oliver y Barbara se conocen un día de lluvia y viven días apasionados hasta que se casan. A partir de ahí, la cosa cambia. Dejan de estar enamorados y comienzan a arruinarse la vida.

Tal vez, sea esta la comedia más negra sobre la separación de una pareja, donde el máximo responsable es el bueno de Michael, quien, magistralmente, lleva a la práctica todo aquello que, por el bien de quien tenemos al lado, muchas veces pensamos pero siempre callamos. Ahí empecé a quererlo un poco y eso que ya había ganado un Oscar por su personaje más famoso: Gordon Gekko.

En algunos mundos, como el financiero, llegar a la cumbre tiene su precio. Hay que ser corrupto, no tenerle miedo a los negocios sucios y se debe hacer uso del espionaje industrial. Es decir, para gozar de los excesos y de los lujos de la Quinta Avenida se debe transitar por la inmoralidad. A lo largo de mis años como espectador me he olvidado de títulos, hasta de argumentos enteros. Lo que no olvidaré jamás es el trabajo de Douglas en “Wall Street” (Oliver Stone, 1987), ni el nombre de su personaje, otra vez, Gordon Gekko. (Muy pronto se estrenará la segunda parte de esta historia, una buena oportunidad para encontrarnos con el codicioso más famoso del cine).

Pero, el momento exacto donde mi odio se transformó en amor fue con “Lluvia negra” (Ridley Scott, 1989), un excelente y, a la vez, olvidado policial negro. En este film, Douglas interpreta a Nick Conklin, un policía que lleva su xenofobia y lealtad a las calles de Japón. Un personaje complejo que el actor lleva al límite en cada encuadre.

Casualmente, el otro día volví a cruzarme con esta película y me di cuenta que fueron muy pocas las veces en las que un actor le pone tanto… huevo, -si, esa es la palabra- a escenas tensas, propias del género policial. Mi ceguera de entonces, nombraba a Bruce Willis como héroe de acción. Desde el otro día, mi parámetro se ha modificado.

Por último, tres títulos donde los personajes interpretados por el hijo de Kirk abandonan la razón para dejarse llevar por su entrepierna. Anoten: “Atracción fatal” (1987), “Bajos instintos” (1992) y “Acoso Sexual” (1994). Con esta trilogía, imposible no quererlo. 

 

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