Extraños sucesos en el Lope de Vega

Quienes frecuentan el teatro del centro de Pilar afirman que, mientras el recinto está vacío, es habitual percibir presencias inquietantes. Una ex funcionaria dijo haberlo capturado en una foto.

31 de mayo de 2010 - 00:00

 

por Manuel Vázquez*

 

“Ya que insiste tanto, le voy a contar” me dijo la señora N. mientras me invitaba a pasar a su minúscula cocina y ponía a calentar el agua para cebar mate.

“Sí, puede grabar nomás; pero nada de poner mi nombre. Ya tuve líos por este asunto y no quiero volver a tenerlos. Yo no fui la primera que vio la sombra, o lo que sea que anda por el Lope de Vega. Al poco tiempo de haberse inaugurado el teatro, el hombre que estaba como encargado llamó a los electricistas de la municipalidad porque decía que aunque cortaba la electricidad desde el tablero general, el escenario seguía iluminado con luces verdes. Los electricistas fueron pero no encontraron nada, porque parece ser que eso pasaba sólo cuando el hombre cerraba el teatro a la noche, después que terminaban de ensayar. Al pobre nadie le quiso creer y decían que estaba medio loco. Como ya era bastante grande, lo jubilaron y se fue a vivir a Avellaneda, porque él había venido de por allá”.

Después de haberle puesto al mate unos pedacitos de cáscaras secas de naranja, la señora N. comenzó a cebar mientras continuaba el relato que yo le venía solicitando desde hacía meses, desde que los chicos del taller de teatro me vinieron a ver para contarme que habían sentido a “la presencia”, como llamaban en forma críptica al fenómeno. “Cuando el pobre hombre, antes de irse, me dio las llaves del teatro y me llevó a recorrerlo para enseñarme de dónde se encendían las lámparas, dónde estaban las llaves del gas y todo eso, me contó lo de las luces verdes en el escenario. Yo le juro que también pensé que estaba medio chiflado, hasta que me tocó a mí ver a la cosa esa...”.

Le pregunté si también había visto el misterio de las luces en el escenario, pero la señora me contó que su experiencia con “la presencia” había sido de otro tipo: “En esa época estaba yo sola para hacer la limpieza de todo el teatro, así que, cuando tenía que limpiar en el fondo, donde están los camarines, cerraba con llave la puerta de entrada para que nadie se metiese en el edificio. De repente escuché que me llamaban por mi nombre desde el escenario. Fui a ver quién era y alcancé a ver a un hombre con un sobretodo oscuro que bajaba del escenario y desaparecía en la oscuridad de la platea. Dejé todo sin hacer y me fui hacia la entrada por el pasillo lateral. Le juro que yo pensé que se trataba de algún tipo que había entrado a robar, y aunque la puerta seguía con llave, como yo la había dejado, ni se me pasó por la cabeza lo del fantasma”.

Era la primera vez que la señora N. lanzaba la palabrita con que la mayoría denomina al extraño fenómeno del Lope de Vega.

“Esperé a que llegase mi marido a buscarme y con él recorrimos todo el teatro de arriba abajo, sin encontrar a nadie. Recién allí me acordé de lo que me había contado el encargado anterior y se lo dije a mi marido, pero él se rió y me trató de tarada, supersticiosa y no sé cuantas cosas más. Al otro día fui a la oficina de personal y, con la excusa de que era mucho trabajo para mí sola, les pedí una persona para que me ayudase, entonces me mandaron a... (le voy a pedir que tampoco ponga el nombre del muchacho). Yo no sé si a él le gustaría aparecer allí pero, por las dudas, no lo ponga. La cuestión es que el pibe empezó a limpiar conmigo y yo no iba hasta el fondo del teatro si no era con él”.

N. agregó: “Una mañana estábamos barriendo el escenario y los dos sentimos que chistaban desde la platea que estaba a oscuras. Yo me quedé dura pero él, que no sabía nada del asunto de la aparición, se acercó a la boca del escenario, la parte de adelante, para ver de quién se trataba y, como me contó después, alcanzó ver a alguien sentado en una de las últimas filas de butacas. Le gritó preguntándole quién era y qué estaba haciendo, pero el tipo o lo que fuese desapareció. Yo le conté entonces lo que me había pasado y resolvimos ir juntos a hablar con el jefe de personal. El hombre nos escuchó sin decir nada, y después nos hizo una o dos preguntas, pidiéndonos que lo esperásemos en su oficina hasta que volviese de consultar con alguien. Volvió con el Director de Cultura de aquel entonces, que era muy macanudo pero tenía un carácter de miércoles cuando quería. Nos trató de brutos, de animales… de todo nos dijo, y nos dijo también que, si contábamos esas “estupideces”, nos iba a hacer echar. El muchacho se quería ir, pero yo lo convencí para que se quedase y me hiciese compañía. Desde ese día ninguno de los dos se movía solo por el teatro. Parecía que estábamos pegados como hermanos siameses; si hasta cuando uno de los dos iba al baño, el otro se quedaba parado en la puerta”.

La señora N., al principio tan reticente, ahora me refería hechos que yo ni había sospechado: “Una vez, usted se debe acordar, venían unos cómicos de Buenos Aires que iban a hacer una obra con chistes zafados y mujeres medio desnudas. Acuérdese que usted y otros artistas protestaron en la municipalidad pero, como ya habían alquilado el teatro, no les dieron bolilla. El día de la función, cuando fueron a armar los decorados, se empezó a cortar la electricidad a cada rato y por más que llamamos a los electricistas, no se podía encontrar el desperfecto. A la noche, ya con la gente en el hall, se cortó la luz, pero solamente en el edificio porque los vecinos tenían; así que tuvieron que suspender. Los de la comisión de cultura decían que habían sido los actores de Pilar que habían boicoteado, pero yo sabía que ninguno de ustedes había estado por el teatro”

Ya hacía un buen rato que habíamos vaciado la pava cuando la señora hizo aparecer la botella de licor de anís y dos copas para champagne, que llenó casi hasta la mitad con el espeso líquido cristalino. Habitualmente no tomo licores dulces, pero esa tarde vacié mi copa en dos sorbos; hacía dos días que una alta funcionaria de Obras Públicas que sacaba fotografías de la sala mientras planeábamos su remodelación, me había mostrado asustada que en sus fotos aparecía una extraña “forma humana” o “sombra con forma humana” que, aparentemente, se desplazaba por el edificio pudiendo ser retratada en el pasillo que corre entre los camarines, junto a un tablero eléctrico fuera de uso (que se encontraba sobre la puerta de uno de los pasillos laterales del escenario), en la platea, entre los pliegues de la cortina de pana que cierra el ingreso y en varios otros sitios. No tengo en mi poder esas fotografías, pero estoy seguro de que la ex funcionaria aún las conserva, y no ser yo el único a quien se las ha mostrado.

 

*Director de la compañía Unidad Teatral 8.

 

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