Imagen actual y antigua de la vivienda principal de «La Estela».
Alfredo Palacios, su hermano Juan Carlos «Tatalo» y el hijo de este último, también llamado Juan Carlos.
por Graciela Labale
Cuando uno llega a vivir a un pueblo, empieza a oír cómo circulan historias, leyendas, cuentos de los cuales existen muchas versiones. Hay quienes dicen haberlas vivido o escuchado de parte de supuestos protagonistas o bien que se las contaron parientes memoriosos. Todas están teñidas del “recuerdo de los recuerdos” como diría Eduardo Sacheri en la novela “La pregunta de sus ojos”. Difícilmente comprobables, van pasando de generación en generación y en definitiva a nadie le importa la verosimilitud de la cuestión.
Así fue como recién llegada a Pilar me cuentan que don Alfredo Palacios, el primer diputado socialista de América, visitaba frecuentemente el pueblo, siempre muy bien acompañado de hermosas señoritas y que solía vérselo en los lugares de moda de la época. Y ahí quedó la historia, dando vueltas por mi cabeza, como tantas, algunas comprobables, otras no y que muchas veces han quedado reflejadas en la columna Soy mano.
Cuando surge la idea de este suplemento, me pongo a trabajar en el tema y es ahí donde compruebo cómo una leyenda puede convertirse en una historia absolutamente legítima. Así fue que con un par de datos aportados por mi amiga Marta Sayago llego a Juan Carlos Palacios, sobrino-nieto del caudillo socialista, quien gustoso me cuenta la verdadera historia de “La Estela”.
Dice “mi padre, el abogado Juan Carlos Palacios, Tatalo, sobrino de Alfredo, compra en 1930, 5 hectáreas en Pilar donde solamente había un molino, llamando al lugar “La Estela” en memoria de su madre y su abuela materna que llevaban el mismo nombre. Empieza a forestar y continúa adquiriendo tierras hasta llegar a tener 450 hectáreas. Justamente al lado del molino empieza la primera edificación que estuvo a cargo de un pilarense, Felipe Alfredo, y un familiar, el arquitecto Panelo. Pasábamos en el campo todos los veranos, tres meses de vacaciones inolvidables. Había caballos de monta y de pecho para los coches. En un sector del campo se hizo un tambo que estaba a cargo de la familia Montero que vendía la leche a la Cooperativa de Pilar. Es más, eran pilarenses casi todas las personas que trabajaban en el campo, una legítima fuente laboral para muchos. Las familias de Pedro Montauti, Jaurena, Antonio en el parque, Santiago Ruiz con los caballos, Ciriaco Corvalán que luchaba con las hormigas, Martín Devries, Paca y Teodora Díaz.
Y los actuales, familia Camacho, Norma, Alberto Piccinini y Marta Sayago su esposa, quienes viven en donde fuera la casa de los peones del campo”.
Pero donde la leyenda se convierte en historia es cuando aparece en “La Estela”, el tío del propietario, don Alfredo Palacios, uno de los dirigentes políticos más sobresalientes del siglo XX. Dicen que como era muy afecto a las armas y a los sables, solía anunciar su llegada con disparos al aire o a los árboles. Este hombre, tanguero de ley, que vivía en Palermo, zona de cuchilleros, y que llegó a estar perdidamente enamorado de la madre de Jorge Luis Borges provocando que éste se mudara de barrio por el temor que le generaba la situación, pasaba largas temporadas en el campo muchas veces legitimando su fama de mujeriego, aún con algunas damas locales cuyos nombres se mantendrán en absoluta reserva para preservar el misterio.
Fue en la mismísima “La Estela” donde “se batieron a duelo el vicepresidente de la llamada “Revolución Libertadora”, Isaac Francisco Rojas, y el diputado Galeano por supuesto peronista. Fueron tres disparos pero la vejez de las armas hizo que ninguno diera en el blanco. Aunque no fue el único. Mi padre, aficionado a la esgrima, solía ser padrino de estos desafíos”, cuenta Juan Carlos.
La vida social de “La Estela” entreverada con la política es tan frondosa que diría que es casi imposible relatarla en una nota periodística. Canchas de polo, de pato donde se disputaban importantes partidos y hasta la visita del presidente de Italia, Giovanni Gronchi, en 1965, agasajado con un gran asado y los bailes folclóricos del “Chúcaro” y Norma Viola, son sólo una muestra de un lugar que merece el reconocimiento de nuestra comunidad. En definitiva, leyendas ocultas, mitos y secretos a voces que construyen la verdadera historia.
Antigua casa en donde vivían los peones del campo. Actualmente la habitan los caseros.