Por Graciela Labale
Por Graciela Labale
Esta semana nos dejaron dos tremendos intelectuales, Juan Forn y Horacio González, imprescindibles e irreemplazables que nos han acompañado en tantísimos momentos cuando la perplejidad nos dejaba boquiabiertos y se buscaba la palabra de ellos y su intensidad ante todo lo que sucedía y nos rodeaba. Solo quise no dejarlo pasar y que de alguna u otra forma estuvieran en esta columna.
Una de mis tantas perplejidades surgió cuando conocí General Villegas, hace mil años,-juro que después de Cristo-. Fue en el tiempo en que se había estrenado con total éxito la película “Boquitas Pintadas”, basada en la obra del villeguense Manuel Puig y desde ahí con la ayuda de mi primo Miguel, fui adentrándome en la historia oculta del pueblo. Tanto me impresionó que me atreví a un pequeño relato en su homenaje, ficcionando sobre la madre del escritor que era su musa inspiradora.
“De ojeras violáceas y vestida con lujosos harapos, esa mujer náufraga de soles a la que todos llaman “Cualquiera”, deambula por el frígido pueblo, de noches silentes y solitarias, donde la gente decente, reposa en cómodos camastros, el cansancio de su decadente vida, sin pena ni gloria, y con la conciencia verduga como única compañía.
Ella, la innombrable, qué sí conoció la gloria y sí sabe de penas, la que se atrevió a vivir mientras los demás la juzgaban tras los visillos, llora la tristeza de un amor prohibido, perdido en una noche sin luna, mientras ríe desmesurada, como una hechicera, a sabiendas que el “fulano”, descansa sus burgueses despojos, como debe ser, al buen reparo del aburrimiento.”
Y ustedes dirán ¿qué tiene que ver esto con las dos pérdidas de esta semana? Es que mi primo, otro villeguense, me acercó una nota que Juan escribiera tras su visita a General Villegas para su contratapa de Página 12 titulada “La voz de Puig”.
“General Villegas tiene hoy más o menos la misma población que tenía hace cincuenta años, cuando Manuel Puig lo retrató en sus novelas ‘La traición de Rita Hayworth’ (1968) y “Boquitas pintadas” (1969). Pero si en aquella época alguien nombraba a Puig en su ciudad natal, era para decir: “Ese puto mentiroso”. Hoy, en cambio, a la entrada de Villegas hay un gran cartel con una hermosa foto suya y una leyenda que dice “La ciudad del escritor Manuel Puig”. Más significativo aun: hasta mediados de los años 80, en la Biblioteca de Villegas no había un solo ejemplar de La traición ni de Boquitas, hasta que empezó a ocurrir una silenciosa e impresionante movida: una mujer (la bibliotecaria de la ciudad) empezó a dar talleres de lectura sobre esas dos novelas en las escuelas, y poco a poco, año tras año, sucesivas generaciones de jóvenes de Villegas empezaron a leer a Manuel Puig…
Patricia Bargero quedó cuadripléjica en un accidente… . En algún momento de su lenta recuperación leyó por primera vez a Puig y sintió que esos libros le hablaban de tal manera, que podría decirse que ha dedicado su vida a ellos (“La identificación con sus historias y personajes fue total, empecé a hurgar en su vida, a buscarme adentro de las novelas, terminé viviendo en una de las casas donde vivió, dando talleres de lectura de sus novelas por las escuelas y escribiendo un libro interminable sobre él”). Como le pasó al resto de los villeguenses, Patricia Bargero no pudo leer esas dos novelas de Puig como si fueran ficción; para ella eran pura realidad. Pero en lugar de escandalizarse, vio en ambos libros un espejo y una herramienta para entender y entenderse.
El problema de Villegas con Puig no fue por el modo en que retrató, en ‘Boquitas...’, a Danilo Caravera, joven que era una leyenda por su despampanante apostura, su gentileza y cordialidad, y su despiadada y prematura muerte, de tuberculosis. Al tocar a Danilo, decían en Villegas, Puig había manchado al pueblo y a su gente. La verdad de la milanesa es, en realidad, la imagen de sociedad libertina e inmoral que daba Puig de Villegas. “Acá hay muchos cuernos y todos hablan de eso. Pero ¿escribir un libro? No, eso no se hace”: ése fue el veredicto.
Puig rechazó desde chico el mundo masculino por la carga de violencia que tenía: “En el colegio descubrí los primeros brotes de una violencia que nunca entendí ni dejé de odiar. Esa sistemática humillación de todo lo que fuera débil o sensible me aterró siempre. El problema de defenderse fue una fuente de angustia para mí, porque yo rechacé siempre la fuerza, el prestigio que tenía la fuerza en mi pueblo”. ….
En suma: Puig, el puto mentiroso, el frívolo chimentero, el superficial sin remedio, como lectura indispensable, e invalorable, para quienes viven en Villegas…”
Y cuando Juan Forn le pregunta a Patricia sobre su vínculo con el escritor dice:...”Lo único que yo sé es que solamente reconociendo cuánto hay de sus libros en nosotros podremos comprendernos y transformar el Villegas que habitamos y que yo sigo eligiendo para vivir porque es el lugar donde puedo trabajar, puedo soñar y puedo además reírme mucho de mí misma”.
Me identifico plenamente con la curiosidad de Juan Forn porque también ha sido la mía desde que conocí General Villegas, solo que él pudo retratarlo de forma magistral tal como nos tenía acostumbrados con sus novelas.
Por cuestiones de espacio y número de caracteres (ya excedidos) que marcan el ritmo de un diario para el gran Horacio González solo me queda lugar para destacar su profunda modestia y ascetismo convirtiéndolo, quizá, en el último intelectual de un tiempo de bares y pensamientos que ya no volverá. Hace menos de un año y en plena pandemia dejó dos frases en las que también me reconozco. Descansen en paz compañeros, dijeron todo lo que tuvieron ganas de decir y eso no es poca cosa.