Por Daniela Minotti
Por Daniela Minotti
—Seis quisieron pegarme, pero no estoy preocupado —le cuenta Fernando a uno de sus amigos. En la Avenida 3, en Villa Gesell, él compra un palito helado en el quiosco frente al boliche Le Brique.
Es 18 de enero. A las 4.30, Fernando, ya sin camisa, se acerca al cordón de la vereda, donde están dos de sus amigos. “Salimos porque lo sacaron a Fer”, escribe uno de ellos por WhatsApp al resto de los compañeros que aún están en el boliche.
Diez minutos después, a pocos metros, dos patovicas retienen a diez jóvenes, de entre 18 y 20 años, en la calle lateral del boliche. Alejandro, personal de seguridad, llama a cuatro policías que ve en la vereda del frente. Ellos se llevarían al grupo por la Avenida Buenos Aires y los dejarían a 80 metros de Le Brique.
El handy advierte a los policías de una pelea a media cuadra del local. Se van y la Avenida Buenos Aires queda despejada de autoridades. Los 10 jóvenes regresan a la zona del boliche y, en el camino, definirían su estrategia. Van directo a la vereda de enfrente. A las 4:45 h se forma un equipo: parte del grupo discute con Fernando y los otros lo rodean.
—Se hicieron los guapos adentro del boliche, ahora van a ver.
Por detrás, Ciro Pertossi golpea la nuca de Fernando, quien cae al suelo apoyando sus manos, junto a la trompa de un Volkswagen Vento estacionado. Máximo Thomsen le da una patada. Blas Cinalli lo copia. Matías Benicelli lo repite.
Tomás D’ Alessandro avanza para ayudar a su amigo tirado en el suelo, pero lo detiene el golpe de Enzo Comelli. Luciano y Lucas Pertossi lo imitan. Ayrton Viollaz corre para sumarse y, sin perderse una, Matías Benicelli también lo patea. D’ Alessandro intenta levantarse, pero los puños lo empujan hacia el pavimento y de su boca sale sangre.
Fernando, de rodillas, busca protegerse con sus brazos. Una de las patadas impacta en su torso y el Volkswagen Vento se sacude.
Alguien del equipo le pega a Juan Manuel Pereyra Rozas en la oreja y el pómulo derecho. Él corre por la Avenida 3 y 102 para alejarse. “Nos están cagando a piñas”, escribe por WhatsApp al resto de sus compañeros, que aún están en el boliche. Ninguno le cree.
—Dale que lo vas a matar, vos podés —grita el equipo.
Thomsen golpea la cabeza de Fernando con la punta de su zapatilla de lona negra y suela blanca. El resto sigue pegando o actúa como campana. Un joven se acerca, pero lo amenazan. Una adolescente también quiere intervenir, pero le golpean el brazo.
Al menos nueve peatones observan. Uno saca su celular y filma. La ley paraliza a los patovicas. La vía pública es tema de la policía. Alejandro se sorprende, nunca vio que le pegaran tantas patadas en la cabeza a alguien.
—Dale cagón, levantate —grita Thomsen. Agarra a Fernando de los pelos, flexiona sus rodillas y agrega dos golpes más— A este me lo llevo de trofeo —arrastra el cuerpo inconsciente del chico de 18 años hacia un cantero y le pega una patada en la boca. No hay reacción de Fernando más que el fluido de su sangre.
La última salida
Gracias a una beca, Fernando pudo estudiar en el Colegio Marianista de Caballito, donde hizo amigos y conoció a su novia Julieta Rossi. Con ellos estudió, hizo trabajo solidario para la organización sin fines de lucro Seres vs Teneres y se graduó. Ahora está en la Universidad de Buenos Aires y encara el primer año de Abogacía. Pero todavía queda el verano de 2020.
Silvino y Graciela Báez Sosa, nacidos en Paraguay, despiden a su único hijo cuando él se va a Villa Gesell con sus excompañeros de la secundaria. Llegan el 16 de enero al hostel Hola Ola y planean quedarse hasta el 23 del mismo mes. Ya pasado un día en la ciudad balnearia, el grupo de 15, o quizás 16, jóvenes deciden ir a Le Brique. Pero antes, la previa.
Ese verano, Máximo Thomsen, jugador de rugby en el Club Atlético de San Isidro, se libera de sus estudios de Educación Física. Su madre, secretaria de Obras Públicas de la ciudad de Zárate, lo despide cuando él se va de vacaciones con nueve amigos a Villa Gesell. Todos se mueven por la casa que alquilan con la familiaridad que les dio jugar rugby en el Club Náutico Arsenal Zárate. A las 23 van al jardín de la casa, hacen la previa y se preparan para ir a Le Brique.
La invasión del territorio
A las 3.30 Fernando, Tomás D’ Alessandro, Juan Manuel Pereyra Rozas y Franco Corazza van a la pista del boliche para ver mejor el espectáculo del trapero Neo Pistea. Corazza habría insistido, por ser fan del cantante.
El músico invitaría a todos a saltar y, entre las nubes que generan las máquinas de humo, se arma un pogo. Las personas bailan al tempo de la música electrónica. Dan vueltas. Se rozan. Toman alcohol y se empujan. Fernando choca con alguien. El otro lo mira. Marcaría territorio. Con un pulgar en alto, Fernando intenta arreglar el cruce y se aleja.
Franco Corazza volvería a la zona VIP mientras que Fernando y sus otros dos amigos irían a la barra, donde está J. G., un compañero. Con cada paso que dan, la masa de cuerpos se mueve y, en ese efecto rebote, J. G. chocaría con alguien.
—Dejá de empujar —habría exigido un joven antes de pegarle por detrás. Fernando intentaría separarlos. Recibe un golpe. La tela de su camisa se desgarra. Tomás D’ Alessandro interviene. Otro golpe. Razona de nuevo.
—No nos sirve pelearnos, nos van a echar a los dos.
—El problema no es con vos, es con tu amigo, me voy a quedar a esperarlo.
Los patovicas aparecen y el grupo se dispersa. Dos de ellos agarran a Máximo Thomsen por los brazos y lo sostienen con una llave de cuello. Al equipo lo sacan por la cocina, y a Fernando y sus amigos por la puerta principal.
Todos contra uno
Alrededor de las 10.30, tres policías detienen a Máximo Thomsen, a Ciro, Luciano y Lucas Pertossi, a Matías Benicelli, a Ayrton Viollaz, a Enzo Comelli, a Blas Cinalli, a Alejo Milanesi y a Juan Guarino; en la casa ubicada en la calle Alameda 203. Ese 18 de enero todos regresan al jardín, pero esta vez esposados. La policía revisa el lugar y encuentra ropa con manchas rojas.
—Son de Pablo Ventura —acusa el grupo cuando encuentran unas zapatillas de lona negra y suela blanca también con sangre. Detienen a Ventura, un remero de 21 años oriundo de Zárate, y al equipo lo dividen: seis van a la Comisaría 2 de Gesell y otros a la 1 de Pinamar. Ninguno quiere declarar ante la fiscal Verónica Zamboni, de la Fiscalía N.º 6 de Villa Gesell, quien lleva el caso junto con el fiscal Walter Mércuri, de la Unidad Fiscal Descentralizada N.º 8 de General Madariaga.
Ese día, a las 10.30, entierran a Fernando en el Cementerio de Chacarita. Un traumatismo severo de cráneo había generado una hemorragia interna.
Ventura estuvo en otro lugar. Un video lo muestra cenando con su familia la noche del crimen. Pero el equipo sí estuvo. Los testigos, las cámaras de seguridad, la sangre en la ropa y las manos lesionadas lo prueban. Ahora se trata de un homicidio agravado por concurso premeditado de dos o más personas y alevosía. Hay posibilidad de prisión perpetua, mientras que Ventura recupera la libertad.
—En Zárate las cosas se saben. Parte del grupo detenido había tenido problemas en salidas nocturnas, donde era una práctica habitual golpear a una sola persona entre varios —explica a los medios Marcelo Urra, el apoderado del Club Náutico Arsenal Zárate. Thomsen y Ciro Pertossi son imputados como coautores del crimen, y el resto como partícipes necesarios.
La negación
Del 23 al 28 de enero se dan cuatro ruedas de reconocimiento. En ellas, 8 de los 10 jóvenes detenidos son identificados, como agresores o arengadores. Y mientras ellos mantienen silencio, Julieta Rossi organiza una marcha frente al edificio donde vivía Fernando, en Recoleta, para exigir justicia.
El equipo es trasladado a la Unidad Penal 6 de Dolores. Los dejan juntos en la alcaidía. El 10 de febrero, la fiscal Zamboni pone en prisión preventiva a ocho de ellos. Milanesi y Guarino, aún vinculados al asesinato, quedan libres. Ambos no son reconocidos y sus cuerpos no tienen las marcas que indiquen que ellos hayan agredido a alguien.
—Somos inocentes —declararía Benicelli durante una audiencia con el juez Mancinelli.
A Thomsen y a Ciro Pertossi se les atribuye los cargos de coautores del homicidio, con el doble agravante de la alevosía, y el concurso premeditado de dos o más personas, más las lesiones sufridas por los amigos de Fernando. El resto del equipo sigue como partícipes necesarios.
El 13 de marzo los ocho detenidos se mudan a la alcaldía en la Unidad 29 de Melchor Romero. Esta vez, al equipo lo dividen: dos en cada celda. No dicen nada, más que “soy inocente”.
En abril se confirma la prisión preventiva para los ocho. Según un informe pericial, el 70 por ciento de la sangre en la ropa de los detenidos es de Fernando. Y en las uñas de él hay material genético de Cinalli.
El pacto
Ese 18 de enero, Thomsen se aleja de la Avenida 3 y el resto lo sigue. Decidirían dispersarse, pero hablan por WhatsApp.
—¿Dónde están? —pregunta Máximo “Machu” Thomsen.
—Estoy acá cerca donde está el pibe y están todos ahí a los gritos, está la policía, llamaron a la ambulancia... caducó —responde Lucas Pertossi.
—Machu, Ayrton y yo en la casa. ¿Los demás? Repórtense —escribe Milanesi.
—Ahí estamos yendo, ahora vamos a la casa, estamos acá a la vuelta, ahora vamos… —responde Lucas Pertossi.
—Machu, ¿Dónde estás? Andá para la casa —insiste Ciro Pertossi.
—Amigo flasheamos, matamos a uno —escribe Cinalli—. Amigo avísame cuando llegas, previa en casa, vienen todas las gatas. Yo solo quiero tomar vino y fumar flores.
A las 5.48, Lucas Pertossi y Máximo Thomsen envían una foto de ellos en Mc Donalds. Su ropa ya no tiene sangre.
—Vengan a la casa —insiste Blas Cinalli.
—Eu, amigo. Dejen de lorear ¿Qué están preguntando los otros pibes si nos peleamos? —escribe Matías Benicelli.
—Chicos, no se cuenta nada de esto a nadie —termina Ciro Pertossi.
La espera por la justicia
Hoy Máximo Thomsen, Ciro, Lucas y Luciano Pertossi, Enzo Comelli, Matías Benicelli, Blas Cinalli y Ayrton Viollaz siguen detenidos, en la Alcaldía N° 3 de Melchor Romero en La Plata. Después de un año, tanto ellos como Graciela Sosa y Silvino Báez, los padres de Fernando, todavía esperan el juicio por este homicidio doblemente agravado por alevosía y por el concurso premeditado de dos o más personas.
Fernando Burlando, el abogado de la familia Báez Sosa, asegura a través de los medios que en siete u ocho meses todo se definirá. Gracias a los avances en la investigación, Burlando aclara que al menos cinco detenidos agredieron directamente a Fernando, y el resto evitó que este recibiera ayuda. Mientras esperan justicia, los padres del fallecido transitan sus días con los recuerdos de su hijo.