El verano que se volaron los techos

Fue el 14 de enero de 1928. La tormenta de lluvia, viento y granizos enormes arrancó más de 100 techos y dejó una importante cantidad de heridos. Pilar quedó incomunicado por varias horas.

13 de enero de 2013 - 00:00

Fue uno de los peores veranos en años, con temperaturas sofocantes. Ese sábado 14 de enero de 1928 había amanecido con baja presión, lo que hacía más lento el andar de los pilarenses. A eso de las 5 de la tarde, empezó a levantarse un viento del sudoeste, que fue soplando cada vez con mayor violencia.

Al rato, apareció la lluvia, acompañada por una abundante piedra, “del tamaño de un huevo”, según los testigos de la época. Duró entre 15 y 20 minutos, suficientes para que destruyera alrededor de 100 casas, vidrieras, arrancara árboles y la escasa señalización que había en la estación de trenes del San Martín.

La ciudad quedó aislada. Se interrumpieron las comunicaciones telefónicas y telegráficas. Más de 100 viviendas sufrieron la voladura de sus techos y el destrozo de su mampostería. Los revoques que daban al frente sur, sector donde la piedra castigó de frente, quedaron marcados.

En la esquina de Lorenzo López y Rivadavia había un almacén de ramos generales, de don Antonio Pagani. Sus enormes vidrieras quedaron totalmente destruidas y el agua que ingresó por ellas inundó sus sótanos. En la estación de trenes, los postes que sostenían el hilo del telégrafo –dos rieles parados unidos por una cruceta de acero- quedaron doblados en un ángulo de casi 90 grados.

La mayoría de los heridos sufrió cortes en el cuero cabelludo y contusiones, al haber sido alcanzados por alguna chapa o por los ladrillos de sus propias casas. “Había un señor de apellido Ferro que vino con un enorme corte en la cabeza provocado por un ladrillazo que había volado de la pared de su cuarto. Fue a atenderse a la farmacia de papá”, recordó, antes de su muerte, el historiador Gregorio Ferrá (h).

La asistencia corrió por cuenta de los vecinos, la Policía y los empleados municipales. “Las dos únicas farmacias de Pilar se llenaron de clientes. Las ambulancias cruzaban las calles, cubiertas por restos de cornisas, mampostería y madera, como así también de postes de telégrafo y árboles”, relataba Antonio Trigueros, vecino de Pilar, al diario La Nación.

Después de la tormenta, aquellos que habían perdido sus techos salieron en busca de las chapas. La mayoría de ellas, al menos las de las casas de alrededor de la plaza, habían sido “apiladas” en el primer baldío que se emplazaba a pocas cuadras de allí: donde actualmente se levantan los edificios de Bianea.

 

 

“Una catástrofe”
La ciudad tardó varios meses en recuperarse. De a poco, la gente fue rearmando sus casas, ayudándose entre sí. Se formó una comisión “pro damnificados” que colaboró para paliar los daños que causó el fenómeno. Si bien el ciclón afectó a otras localidades como José C. Paz, Rodríguez y Luján, en Pilar se sintió con mayor intensidad, a tal punto que los diarios nacionales hablaron de “una verdadera catástrofe”.

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