Mitos, leyendas y aguafuertes: “Mondo Cane”

por Manuel Vázquez

16 de junio de 2012 - 00:00

Corría el año 1963 y Pilar recién despertaba a la actividad avícola que, durante esa década y parte de la siguiente, le brindó un crecimiento tan acelerado como efímero.

Aunque se habían radicado varias nuevas familias cuyos integrantes eran propietarios o trabajadores de los incontables galpones en que se criaban pollos y ponedoras, el centro de la ciudad continuaba siendo un pueblo irrelevante en el que un grupúsculo mediocre y medianamente adinerado se constituía en la flor y nata de la sociedad.

En ese círculo de falsos oropeles, aferrado a las tradiciones, el cura párroco constituía un indiscutible faro que pretendía guiar a puerto con luz dogmática, y por ende limitada, a toda la comunidad.

Gran parte de los pobladores de aquel Pilar asistía regularmente a los oficios religiosos, y la “gente de bien” aplaudió con ganas cuando los directivos de una escuela secundaria expulsaron a una alumna embarazada; sin embargo todos miraban para otro lado cuando los adolescentes varones, acompañados por un tío joven o por un amigo de la familia, marchaban a “debutar” en prostíbulos que todos conocían pero de los que nadie hablaba.

A esa comunidad de moral victoriana, donde todo se admitía a cambio de que se hiciese con discreción, llegó un día la película “Mondo Cane”, consistente en un rejunte de material de archivo que muestra a la humanidad en sus aspectos más depravados y perversos, revelando la existencia de extraños rituales poblados de comportamientos crueles y violentos.

La cinta había tenido serias dificultades para pasar la censura oficial pero, después de un año de trámites, cortada y emparchada llegó a las salas cinematográficas.

Claro está que todo el barullo causado por la lucha contra los censores, había logrado una impresionante publicidad, y no había quién no quisiese ver el filme aunque sólo fuese por curiosidad.

Alarmado, el hispano y cerrado párroco decidió que su obligación de pastor era emprender una cruzada moral luchando a brazo partido para que esa película, a la que ya consideraba como un fruto satánico, no contaminase a su rebaño.

Convencido, se calzó la boina, acomodó los pliegues de su sotana, y marchó hacia el cine en que se proyectaría la endemoniada película para exigir al propietario que la retirase de cartel.

El exhibidor, malhumorado, le informó que él era sólo un eslabón en una cadena de salas y que estaba fuera de su alcance rechazar un título; dejándole en claro que, aunque pudiese hacerlo, jamás se perdería los beneficios seguros de un filme tan esperado.

El cura, casi al borde de la apoplejía y fastidiado por no tener potestad para excomulgar al dueño del cine, volvió a la casa parroquial decidido a elaborar un nuevo plan. Dejó de lado su frustración al saber que no estaba en sus manos excomulgar al dueño del cine, y se dedicó a redactar su próximo sermón.

Al día siguiente, el párroco, encaramado en el púlpito y como si estuviese recitando una bula papal inspirada por el Espíritu Santo, amenazó con todos los castigos infernales a quienes se atreviesen a mancillar sus ojos con una película que adjetivó como obscena, depravada, pecaminosa, concupiscente y digna de haber sido filmada en Sodoma y Gomorra.

Satisfecho, la tarde previa a la primera exhibición del filme, el cura se disponía a saborear su chocolate con churros cuando una de sus beatas, creyendo tal vez que la denuncia de pecados ajenos puede borrar los propios, se presentó denunciando que varios feligreses asistirían a la velada inaugural de “Mondo Cane” en el cine.

Dio el párroco al demonio con el chocolate, con los churros y hasta con la denunciante, que salió disparada al escuchar por primera vez a un ministro de la iglesia expresarse con términos tan soeces cagándose en santos y diablos.

Llegó la noche y, confiados en que el cura se acostaba muy temprano, varios pilarenses de misa dominical se llegaron hasta el cine para disfrutar de la anatematizada película; pero hete aquí que, poco antes de comenzar  la proyección, avisaron que el párroco, revestido con todos los ornamentos y precedido por dos acólitos portando el crucifijo y los cirios procesionales, se acercaba al cine entonando el Dies Irae.

La mayoría de los presentes huyó antes de que el sacerdote, con gran solemnidad, se instalase al pie de las escaleras que daban acceso a la sala cinematográfica cerrando el paso a quienes quisiesen entrar en ella.

La noticia de la sacrosanta guardia que allí montaba el cura se expandió de inmediato por todo el pueblo y fueron muy pocos los pilarenses que se animaron a desafiarlo ingresando al “ámbito pecaminoso”.

El propietario del cine, arrancándose los pelos, solicitó la intervención policial para que retirasen al párroco que impedía ejercer la libertad de conciencia de los ciudadanos, pero el comisario, hombre de comunión diaria, le respondió que sólo con una orden judicial podía desalojar de allí al cruzado de la fe.

Exultante, el celoso pastor se paseó durante todo el día siguiente por las calles de la ciudad disfrutando su triunfo y, al atardecer, se dispuso a repetir su hazaña ante las puertas del cine pero, poco antes de salir, recibió un llamado convocándolo a brindar la extremaunción a un anciano que agonizaba en su chacra.

El cura sopesó las prioridades y salió en su estanciera IKA con intención de ayudar a bien morir al pobre viejo pero, ni bien hubo abandonado las calles iluminadas del pueblo, dos coches lo interceptaron y varios enmascarados, salidos de vaya a saber dónde, se apoderaron de él y, con suma delicadeza, lo maniataron y amordazaron, abandonándolo luego en el interior de su propio automóvil.

Recién cuando, en el cine colmado se terminó de exhibir la película, volvieron y liberaron al cura que, al saberse libre, se dirigió de inmediato a la comisaría para radicar la denuncia. Cuando llegó, el agente de guardia le informó que el comisario se encontraba en el restaurante Pepito cenando con el intendente, y otros amigos junto a los cuales había asistido a la proyección de “Mondo Cane”, una película que él también iría a ver con su esposa al día siguiente.

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