Mitos y leyendas: La chica más linda de Pilar

por Manuel Vázquez  

10 de diciembre de 2011 - 00:00

 

 

Bety, la Bety para los viejos amigos, pasó largamente los sesenta años y no ha de faltarle mucho para duplicar esa cifra en kilos, pero mantiene inalterable la coquetería que ayudó a crear el mito de haber sido “una de las mujeres más lindas de Pilar”.

Me recibió junto a la pileta de la quinta que le dejó su marido “cuando se fue con una mocosa que podría ser su hija”, me explicó mientras me preparaba un Gancia con hielo y mucho limón. Después repatingó su voluminoso cuerpo, no exento de voluptuosidad, sobre una reposera y, cuando encendí el grabador, se dispuso a narrar la historia que me llevó a visitarla.

“Vos no te debés acordar porque eras chico en esa época, pero yo era una auténtica belleza. Decían que me parecía a Liz Taylor, aunque ella tenía los ojos color violeta y los míos son verdes, pero la verdad es que me parecía bastante.

Una vez, estaba cenando con mis viejos en el Julio Oscar, sobre la ruta 8, y se acercó un tipo que estaba en otra mesa. Se presentó como productor de cine, nos dejó una tarjeta y me invitó a dar una prueba para trabajar en una película. Dijo que pocas veces había visto una mujer tan bonita. Por ese entonces yo tendría dieciocho o diecinueve años y unas ganas locas de ir a hacer la prueba, pero mi mamá no quiso saber ni medio. Decía que las actrices eran locas, que salían en las revistas con escándalos y todas esas cosas; así que me quedé con las ganas de verme en la pantalla del cine.

Pero lo que vos me venís a preguntar sucedió en Mar del Plata. Nosotros íbamos todos los veranos a pasar un mes o más allá, en un chalé que alquilábamos en el barrio Los Troncos. Mi viejo viajaba los fines de semana y volvía a Pilar para trabajar. Yo me quedaba con mamá y alguna amiga que invitábamos para que me hiciese compañía.

Bajábamos todas las tardes a la Playa de Los Ingleses porque quedaba cerca y allá estábamos sin coche. Además era una playa bastante exclusiva.

Vos ahora me ves gorda y vieja, pero en esa época yo llegaba a la playa y se daba vuelta todo el mundo para mirarme; y no porque anduviese con bikinis chiquitas y mostrando todo. No. Yo usaba mallas enterizas y una túnica de gasa hasta los tobillos, pero tenía la figura de una Venus griega. Así me presentó una vez Fefo Ferrandiz en un concurso de belleza que hicieron en el Club Sportivo.

Bueno, resulta que estábamos en la playa jugando a la canasta y se nos acercó Leonardo Fabio, que todavía no era tan famoso pero yo ya lo había visto en alguna película. Le pidió permiso a mamá para sentarse a conversar en la carpa -porque nosotros alquilábamos una para toda la temporada- y se quedó charlando hasta que empezó a atardecer.

Él hablaba con mamá y con Emilce, mi amiga, pero me miraba a mí y me preguntaba si me gustaba esto o aquello y si había visto tal o cual película. Te juro que yo estaba re nerviosa porque, además de ser una chiquilina, hasta ese momento sólo había conversado con los muchachos del pueblo. Mientras él charlaba yo no sabía dónde poner las manos y entonces empecé a juguetear con un sombrero de rafia que tenía un adorno de rositas tejidas. Estaba tan abatatada que, sin querer, arranqué una de las florcitas y él me pidió que se la regalase. Cuando se la dí, le dio un beso y se la guardó en el bolsillo de la camisa.

Ya casi se había puesto el sol cuando mi mamá comenzó a levantar los bolsos y las toallas. Leonardo nos acompañó hasta que subimos de la playa y se ofreció para llevarnos hasta casa en su coche descapotable.

Cuando llegamos, me quedé atrás para despedirme y él me preguntó si podía pasar a buscarnos para ir a tomar algo esa noche. La invitó a mi mamá también porque en esa época una chica no salía sola con un desconocido ni loca. Me acuerdo que fuimos a una confitería muy paqueta donde había una orquesta que tocaba jazz. Salimos a bailar y todos nos miraban porque hacíamos una pareja lindísima, aunque él me llevaba unos cuántos años.

Esa noche, al despedirnos, me dijo que al día siguiente me buscaría en la playa y me preguntó si yo le daría un beso. Le contesté que no sabía, que en una de esas le daba el beso o quizás simplemente le regalase otra rosa, como la del sombrerito de rafia.

Ese verano nos vimos cuatro o cinco veces más y después, cuando volvimos a Pilar, vino a casa a comer un asado; pero ni siquiera empezamos un noviazgo porque a mis viejos no les gustaba nada eso de que fuese actor.

Después se largó como cantante y allí sí que se hizo famoso.

Ya habían pasado unos años desde que nos conocimos, él se presentaba no me acuerdo en qué teatro y fuimos a verlo. Yo le pasé una tarjetita a uno de los acomodadores para que se la entregase diciéndole que mamá y yo estábamos en la sala. Vos te vas a reír, pero en medio del recital hizo encender las luces de la platea y preguntó dónde estaba Bety, una de las mujeres más lindas que había visto en su vida. Yo me moría de vergüenza pero igual me paré y todo el teatro me aplaudió. Después Leonardo le contó a todo el público que yo había inspirado una frase de una de sus canciones más famosas, “o quizás simplemente te regale una rosa”, cuando le di la florcita de mi sombrero, en Mar del Plata.

Después me casé con Rubén, al que conocía desde la escuela primaria. Leonardo hizo su vida y se hizo director de cine famosísimo, pero yo nunca más lo quise volver a ver. Prefiero que, si alguna vez se acuerda de mí, conserve la imagen de la hermosa muchacha que fui hace cuarenta y pico de años.”

El sol ya se ocultaba detrás de los altos pinos de la quinta de Manzanares. Una de las hijas de Bety encendió las luces del parque y se reunió con nosotros volviendo a llenar los vasos.

Dejá tu comentario

Te Puede Interesar