por Andrea J. Carpaneto* [email protected]
El bullying (el acoso violento, físico o verbal, en la escuela) se cobró una nueva víctima en Estados Unidos: un chico de 14 años se suicidó como consecuencia de las cargadas que soportaba de sus compañeros en la escuela y en los foros de Internet por ser homosexual. En la Argentina, los casos de bullying más recordados fueron el del joven que sus compañeros apodaban “Pantriste” por ser tímido y retraído, y que tras gritar “me voy a hacer respetar”, mató a un compañero de 16 años un mediodía, cuando salía del colegio, en Rafael Calzada, en el año 2000. También recordamos la Masacre de Carmen de Patagones, ocurrida en 2004, cuando un chico de 15 años fue al colegio con un arma, abrió fuego contra sus compañeros en el aula y mató a tres chicos e hirió a otros cinco. En todos estos casos, no haber detectado a tiempo el acoso de los que eran objeto estos chicos, tuvo el peor final.
Se utiliza el término bullying para describir las situaciones donde un alumno sufre situaciones violentas, tales como hostigamiento, “cargadas”, insultos, discriminación, agresiones, burlas, aislamiento, ofensas, humillación, intimidación hasta dominarlo.
El bullying es una forma de intimidación, de aterrorizar a la víctima ejerciendo la violencia, es decir, el poder. Las formas de agresión entre los alumnos cambiaron. Los consejos que servían hace 30 años, hoy no son de ninguna utilidad. El nivel de violencia que impera en la sociedad superó los niveles comprensibles, asimilables por los adultos, quienes en otros ámbitos (cancha de fútbol, en la calle, estadios, etc.) la han naturalizado. Pero los niños/as y/o adolescentes quedan sin poder de reacción ante las distintas formas de violencia de sus compañeros. Los adultos intentan respuestas del tipo: “devolveselá para que sepa que con vos no se tiene que meter” o “son cosas de chicos que las arreglen entre ellos”. Estos y otros consejos pueden no ser eficaces, empeorando la situación, ya que las respuestas por medio de la violencia producen mayor violencia; y no involucrarse, cuando un niño presenta malestar, no quiere ir al colegio, se queja y angustia por las “cargadas” (en forma continua) es abandonarlo ante una situación que ellos solos no pueden resolver.
Los efectos son devastadores para la autoestima de la víctima, quien queda atrapada en un círculo de violencia ejercido por uno o varios de sus compañeros. Grupos que actúan en forma de pandillas. El silencio y la soledad caracterizan estas formas de violencia escolar. La vergüenza, el miedo a la represalia de sus compañeros produce el acallar el reiterado maltrato físico o verbal.
Los niños/as o adolescentes se agrupan para causar daño a uno de sus compañeros, quien es elegido como víctima. Y lo será hasta que alguien lo descubra y lo socorra, o intentará salir solo de la situación con los elementos que conoce y tiene a su alcance; éstos pueden ser en extremo abruptos y con mayor violencia para otros y/o hacia sí mismo. Es preciso recordar que son jóvenes y utilizan los instrumentos que ven en la sociedad y que pueden causar daño, pero no pueden por su corta edad, evaluar las trágicas consecuencias de los mismos.
En los casos extremos de bullying, la desesperación, la sensación de “sin salida del niño/a o adolescente” lo llevan a adoptar una decisión sin retorno. Los niños y/o adolescentes víctimas de bullying presentan enormes dificultades para hablar sobre lo que les está pasando; en general son tímidos, introvertidos, tienen pocos amigos en la escuela, y/o presentan alguna dificultad (física, mental, emocional) manifiesta o sesgada, aun cuando puedan tener un excelente desempeño académico.
La mirada de los adultos que rodean a los niños/as y/o adolescentes, la comunicación en las aulas, el debate sobre las diferencias, sobre el respeto al otro/a, es un medio de prevención de la violencia escolar. n
*Psicóloga - UBA
