por Víctor Hugo Koprivsek
por Víctor Hugo Koprivsek
Andando el campo, maletín. Cruzando distancias, mito. Vecino urgente, antídoto pal corazón. Nunca fue noche ni tarde, para el consejo y la visita.
El Doctor Fulco se adentra una vez más en el camino.
Hecho en Derqui, nuestro. Acá forjó un destino de remedio, de andar curando heridas, sanando enfermos. Acá se hizo vecino, amigo, padre. Y encima abuelo, sí. Marido atento, sí.
Hay gentes que levantan pueblos, que andan naciendo hijos para el orgullo. Después viene el apellido, el nombre de una calle o plaza, la nostalgia.
Tordo lindo, quién volviera el tiempo atrás, cuando de pibes el susto de nuestras madres nos llevaban al consultorio para salir sanos de puro mimo.
Somos tantos los que supimos de tus recetas. Tantos jóvenes que entendimos el oficio de tus cuidados, alguna vez. ¿A quién no le diste una mano en las malas? Derqui te debe.
-Llamalo al tordo.
-El gordo sabe.
-Fulco es del pueblo.
Voces te nombran. Si hasta la lluvia llora en la noche de haberte ido.
¿Quién habla de muerte? Si la espantabas. Guardapolvo blanco, médico de antes.
-De cabecera, dicen las Doñas.
Sulky, Gordini, Jeep. ¿Cuántas veces volviste con una gallina bajo el brazo, como pago del fondo agreste?
-¿Cómo andás Negro loco?, saludabas.
-Bien gordo bien ¿te acordás cuándo me revisabas los huevitos?, me reía.
Es que a mi no me lo contó nadie, siempre fui su vecino che. Al lado vivo, pegadito a su casa che. En la misma cuadra donde crecimos con Nico, Guille, Marquitos, Seba, Fernanda. La barra primera.
Siempre cuidados por nuestros padres y tías. Y el gordo ahí, firme ahí.
Llegábamos con fiebre, anginas.
-No pasa nada, decía con ojos buenos. Y todos tranquilos, si el Doctor Fulco lo dice.
Tranquilizador de abuelas. Y así crecimos.
Hoy la noche se levanta en los hombres que alcanzamos.
Hoy el silencio hace ruido y está lloviendo en la despedida.
Sé bien que muchos rezarán en tu nombre, gracias dirán, que Dios te guarde.
Todo Derqui dirá adiós al médico del pueblo y habrá tristeza, claro que sí.
Porque te jugaste. Porque anduviste pisando el barro. Porque dejaste una huella para después.
Lindo haberte conocido. Haberte cruzado en las veredas, el consultorio, los cumpleaños. En el kiosco de Coco, el almacén La Maringa, en la esquina de ayer.
Gracias por el cable, tordo. Relojeame desde arriba algún resfrío.
No te vayas muy lejos, mirá que el mundo anda enfermo.
Ojalá el jefe, te permita darte una vuelta de vez en cuando, para despuntar el vicio de andar curando gente, cociendo heridas, sanando miedos, espantando gripes, cólicos, tos, lumbalgia, dolor de muelas, quebraduras de manos, pies, alma; parálisis del corazón.
Los pibes saben, todos sabemos quién fuiste. Porque acá, en Presidente Derqui, para bien o para mal, todos sabemos quién es quién.
Y vos… te pasaste. Te pasaste gordo, te pasaste.
Si hasta la muerte te anduvo esquivando hasta lo último.
Ahora descansa. Tu nombre ampara, protege, siembra. Polvo y ceniza. Arena y tierra.
Los pibes quedan, las mujeres y los hombres que ayudaste quedan. La vida que recibiste en los partos tempranos, en los ranchos lejos, en las distancias del silencio, quedan. Como vos, junto a los tuyos.
Nos vemos al lado, en la vecindad esquina dolor amigos, en la vereda de siempre.
Remedio justo, mano tendida, la puerta abierta del consultorio, con plata o sin plata. Siempre.