Nuestros activos ambientales

por Fernando D’Auría
7 de febrero de 2010 - 00:00

Los árboles de la plaza, parte de un patrimonio que debemos cuidar.

  

 

Por ser verdaderos activos en la cuenta del patrimonio ambiental pilarense, protejamos y cuidemos a los árboles de nuestras veredas y espacios verdes por tan sólo pertenecer a nuestro derecho de propiedad común.

Sentirnos dueños de los árboles nos hará respetarlos, conocerlos, maravillarnos con sus dones vegetales, y sobre todo observadores apasionados de la belleza paisajística que conforman.

Son un bien común, público si se quiere por pertenecer a todos, pero también privado por tener la responsabilidad individual de emprender sobre estos representantes leñosos de las plantas, nuestra delicada atención y dedicación humana.

Plantados por hacendosas manos del pasado, manos de antiguos pilarenses, habitantes de casas bajas y de predios rurales en los alrededores del casco céntrico, o por manos presentes que eligen este lugarcito en el mundo para anidar, electores de un Pilar actual que disputa su existir entre lo privado y lo público, y que enfrenta la nueva década de este siglo XXI con un crecimiento demográfico insospechado.

Al remitirnos a esta trayectoria intergeneracional, manos pasadas y presentes, y conociendo las ofrendas de los árboles para con nosotros, realmente son valiosos activos con los que nuestro ambiente pilarense todavía cuenta y jamás debe dejar de contar en su haber, si queremos seguir respirando nuestro cotidiano aire puro.

Tal vez, nuestros abuelos y padres sin saber los detalles de la Agenda 21 de la Cumbre de la Tierra realizada en Río de Janeiro (Brasil) en 1992, supieron desde su experiencia vital y desde su espíritu hermanado con la naturaleza, que la mejor herencia que podían dejarnos, para un desarrollo sustentable de nosotros sus descendientes era, entre otras cosas, plantar un árbol.

Un árbol que ancla sus raíces en nuestro suelo pilarense, que eleva su porte leñoso en el aire que también nosotros respiramos y que a través de sus ramas, hojas, flores, frutos y semillas, nos muestra la diversidad biológica escrita en lo íntimo de sus genes botánicos.

Un árbol cubierto de un manto verde esperanza capaz de oficiar de sumidero o absorbente de un gas (el dióxido de carbono) causante del calentamiento global que tanto nos preocupa por ser un notable y actual problema ambiental, acción similar que comparte con los océanos, y que debemos, sí o sí en estos tiempos apremiantes y críticos, proteger, cuidar, curar pero sobre todo amar.

Amar a tal punto de ser capaces de no dañarlos, de educar a nuestros hijos y alumnos para su respeto futuro, y evitar su muerte o reemplazar los ejemplares secos por otros jóvenes en una comunitaria acción de forestación.

En este febrero recién iniciado, notamos decenas de árboles secos en el centro pilarense, por enfermedad o por años un Tilo (Tillia americana) en la vereda de nuestra Escuela Nº 1 sobre calle Rivadavia, un Almez (Celtis australis) en la vereda de la farmacia Del Globo sobre calle Lorenzo López, dos Plátanos (Platanus acerifolia) en la vereda de nuestra calesita local en calle San Martín, un Árbol de la Vida (Ginkgo biloba) en la vereda de la Hipólito Yrigoyen de la plaza central, y muchos ejemplares más de árboles “han muerto de pie y tantos otros han sido derribados por el propio avance urbanístico”… ya están siendo notables las pérdidas, generando un pasivo importante en nuestro patrimonio florístico.

Estimados lectores: está en nuestras manos hacernos cargo de nuestro derechos de propiedad sobre los árboles públicos pilarenses y así volver a tener un balance positivo en las cuentas de nuestro patrimonio ambiental, plantemos un árbol con nuestros chicos, renovemos a aquellos que le brindaron a Pilar un aire puro, y así dejemos a nuestros descendientes, un valioso recurso para que puedan escribir su vida futura con aquella irremplazable y hermosa palabra con la que escribimos nuestro presente: AMOR por todo lo creado.

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