OPINIÓN

Los chicos con discapacidad no “bajan la vara” de la educación

Por Redacción Pilar a Diario 16 de octubre de 2022 - 01:45

Por Marcelo H Echevarría*

Recientemente, El Diario Regional y luego los medios nacionales dieron cuenta que un colegio de Villa Rosa dejó fuera del ciclo lectivo a ocho alumnos con capacidades diferentes. Según las diversas notas periodísticas, el dueño del establecimiento habría afirmado que la inclusión de niños con esas características le “bajan la vara” al establecimiento educativo.

Les cuento dos historias reales.

Primera historia: “Juancito, un chico con parálisis parcial, fue compañero nuestro desde la primaria hasta parte del secundario. Juancito, como otros compañeros y yo teníamos muchas veces capacidades diferentes a los restantes alumnos, lo cual nos caracterizaban.

Por ejemplo: Juan no podía hacer ejercicios ni mucho menos dar la vuelta carnero como tampoco saltar de una colchoneta a un cajón que cada vez el profe de gimnasia lo ponía más alto. De idéntica manera para mí como otros cuatro (todos los gorditos), la vuelta carnero era de cumplimiento imposible. Detestábamos la gimnasia. Tanto Juan como otros cuatro del grupo estábamos en igualdad de condiciones, todos compartiendo nuestras limitaciones.

No podíamos pensar siquiera las matemáticas, no las entendíamos, mucho menos química ni qué hablar de dibujo, materias obligatorias en el año 1982 y que recursamos todos los años sistemáticamente, a pesar de los terribles esfuerzos de nuestros queridos docentes de alma a

quienes les dolían más que a nosotros que recursemos la materia (como ahora está prescripto, confieso que muchas veces nos regalaron la nota del examen de marzo para que el grupete casi de nueve alumnos integrado, entre otros, por Juancito, no peligre el año lectivo).

Nos recibimos, a los golpes, ¡pero recibidos!

Segunda historia: John era un ciudadano norteamericano que padecía desde su nacimiento esquizofrenia paranoica aguda. Estudió Ingeniería Química en la Universidad de Carnegie Mellon de Pittsburgh. Luego sus profesores lo convencieron, motivándolo, para que se dedique a las matemáticas, para lo cual realizó su doctorado en la Universidad de Princeton.

En lo referente a la primera historia, hoy Juancito es uno de los principales accionistas de una multinacional dedicada al rubro alimenticio y el ejemplo de las escuelas en que pasamos nuestra formación educativa.

En lo referido a la segunda historia real, John, es John Forbes Nash, Premio Nóbel de Economía de 1994 en cuya vida se basó la excelente película que todos podemos ver (en mi caso la vi por cuarta vez) llamada “Una mente brillante”.

Estas dos personas no les “bajaron la vara” a los establecimientos educativos donde se perfeccionaron.

Esa es la diferencia entre un “comercio educativo” y una verdadera “educación”. Al “comercio educativo” no le interesa si al alumno le va bien o mal, mientras que los padres paguen la matrícula y la cuota mensual, el alumno no puede ser increpado por los profesores, maestros o personal de limpieza.

Muchos educan en lo que respecta a información (materias), pero no les inculcan “valores”. Inculcar valores es no discriminar, el enseñar a interactuar con el que presenta algún tipo de limitación, sea motriz o mental, ser solidarios, compinches entre sí, y todos (aunque en un silencio cómplice) desde chicos, preocupados si tal o cual compañerito con capacidades diferentes fue o no a clases y por qué faltó.

Integrar al débil, empatizar con aquél que tiene un problema en su casa, ser solidario y el respeto con el prójimo, son valores que cada día caen más en desuso y muchos establecimientos educativos no reparan en ello.

Por último, pienso, si en la familia de los dueños de ese establecimiento que discriminó a ocho menores existiría una personita con capacidades diferentes ¿Les buscarían otra escuela para que no se les “caiga la vara”?

Recapaciten e inmediatamente reincorporen a los ocho alumnos discriminados y terminen este tema como un serio malentendido. Los errores que cometemos sirven para crecer. Están a tiempo, rectifiquen la decisión para que el problema de esas ocho familias tenga un final si bien no feliz, al menos parcialmente traumático.

No es un síntoma de debilidad rectificar una mala decisión, sino que constituye algo valioso el afirmar “Nos equivocamos. Pedimos disculpas”. De rectificar esa decisión, Pilar lo agradecerá y el Colegio podrá recuperar con el tiempo el prestigio hoy seriamente erosionado a fin de que no baje más hasta llegar al subsuelo, cerca de las cloacas.

(*) Abogado (UBA)- Especialista en Derecho Penal (UB)- Socio de la Fundación Internacional de Ciencias Penales – Autor e Investigador de Derecho Penal en Argentina y en España.

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