En esta Navidad, la liturgia nos invita a leer el Evangelio según San Juan, capítulo 1, versículo 1 al 18: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe…”, y más adelante dice: “…Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios”.
Yo creo que este es el gran mensaje de la Navidad: que Dios no nos deja, por eso el nombre de Emmanuel, al que recuerdo leíamos en el Evangelio de San Mateo; esto quiere decir que es el Dios con nosotros. No es un Dios que va delante de nosotros para que lo sigamos, ni tampoco un Dios que va detrás de nosotros, castigándonos para ver si hacemos algo o caminamos un poco. Va con nosotros, está con nosotros, camina con nosotros.
Hoy en el mundo que vivimos hay una virtud que se llama empatía. Parece que este sería el gran regalo de Dios, que es un Dios empático con nosotros. Suena lindo, pero es mucho más que eso: Dios se hace uno con nosotros, comparte toda nuestra existencia. Como dice San Pablo: se anonadó, se abajó. No hizo alarde de su categoría de Dios.
Creo que lo grande es pensar, al contemplar el pesebre, que esa persona tan grande y tan inmensa termina en un pesebre siendo un niño que duerme plácidamente.
Por ello, ruego vivamos esto: “Dios con nosotros”; porque además, nos quiere hacer hijos del Padre. Qué triste sería que no lo recibiéramos, que dejemos a Jesús a un costado, como si en un cumpleaños no estuviese invitado justamente el que cumple años.
Es maravilloso ser hijos del Padre, vivir en Comunión con el Padre. Esto es lo grande de la Navidad, ser hijos de Dios. Además nos hace herederos de las promesas porque el hijo es el que hereda. También nosotros somos herederos, siendo el regalo más maravilloso de estos tiempos.
Por todo ello hay que hacer espacio a Jesús en todos esos lugares en donde no está Dios, donde está la angustia, la pelea, la enfermedad o el dolor. En esos espacios es donde hay que abrir el pesebre y Dios puede nacer.
Pidamos que en esta Navidad renovemos las promesas y junto a María y San José descubramos a Jesús.
Feliz Navidad a todos los pilarenses.